Una pasión que no se acaba

Una pasión que no se acaba

José Luis Espósito heredó el sentimiento por las palomas que cultivaron su abuelo y su padre.

DE TAL PALO... Don José Espósito -izquierda-, que aparece junto a su hijo Luis, en 1949 se radicó en la provincia y creó el palomar “Urpillay”, que ahora maneja su nieto. DE TAL PALO... Don José Espósito -izquierda-, que aparece junto a su hijo Luis, en 1949 se radicó en la provincia y creó el palomar “Urpillay”, que ahora maneja su nieto.

Cuando en 1949, Don José Espósito abrazó el amor por la colombofilia no se imaginó que 70 años más tarde su nieto José Luis Espósito heredaría esa pasión de su padre Luis.

“Mi abuelo, que nació en Buenos Aires, vino en 1949 a radicarse en Tucumán. Y, gracias a su camigo, César Agudo Benítez, comenzó a dedicarse a las palomas. Según lo que me contó, mi abuelo se inició con 10 casales como se denomina a las parejas. Así comenzó todo”, contó José Luis.

Espósito considera que para correr durante una temporada se necesitan de 60 a 70 palomas. “Si uno tiene expectativas de ganar los torneos que se organizan, es necesario tener 100 palomas por lo menos”, señaló el hombre cuya dedicación plena a la actividad recién se concretó en 2012, tras el fallecimiento de su padre. Su palomar se llama “Urpillay” y lleva 70 años de actividad.

“Yoyey” comentó que la vida deportiva de las palomas tiene una duración aproximada de 6 años. “Hasta esa edad pueden competir a gran nivel, mientras que como reproductoras se pueden sacar buenas crías hasta los 12 años. Mientras tanto, el promedio de vida es más o menos 18 años”.

EL HEREDERO. José Luis, desde 2012, es el encargado del palomar. EL HEREDERO. José Luis, desde 2012, es el encargado del palomar.

José Luis explicó el método para amaestrar a una paloma. “A los 30 días de nacer ya comienza a volar. Uno de los secretos para disciplinarla es darle de comer siempre a la misma hora. Esto es clave para que te haga caso. Uno tiene que hacer todo lo posible para que ella quiera volver a su nido”.

En cuanto a cómo se compite, indicó: “los que integramos la Asociación Colombófila Tucumana, que fue creada el 26 de enero de 1938 y cuya sede se encuentra en Santiago al 600, contamos con un camión donde se cargan las jaulas de los distintos palomares y se la llevan al lugar donde se inicia la competencia, que puede ser Santiago del Estero, Córdoba o Rosario. La paloma está adiestrada para volar entre 10 a 12 horas y como su velocidad es de 70 kilómetros por hora, a las pruebas que se desarrollan entre mayo y septiembre, las iniciamos a las 7 de la mañana para que el ejemplar trate de volver con la luz del día. Es habitual que los 20 palomares que hay en la provincia manden a competir hasta 20 ejemplares por equipo. Cada palomar tiene un anillo identificatorio que es el DNI de cada una de ellas. Antes de iniciarse cada prueba la anotás. Además del anillo en una pata, en la otra se le coloca un chip. Esto hace que cuando regresa a la casa, pasa por una plataforma que tiene en la entrada de cada palomar y allí es donde queda registrado el horario de arribo. Luego nos reunimos cada uno de los dueños de los palomares y cargamos todos los datos que tienen los chips. Así, teniendo en cuenta las coordenadas que tiene cada palomar, se elabora las respectivas clasificaciones”.

Un tabú

Uno de los grandes tabúes de la disciplina es cómo se orientan las palomas para regresar a su palomar al cabo de cada competencia. “Es algo que científicamente todavía no se pudo comprobar. Muchos consideran que se guían por la atracción magnética de la tierra. Aunque no lo crean, no hay un dato concreto sobre el tema. Es crear o reventar“, aseveró, entre risas.

Espósito confiesa que el gasto diario para alimentar un palomar de 200 ejemplares es de $100. “El alimento es balanceado y está compuesto de maíz, trigo, arveja y girasol. Cada paloma come 30 gramos. Uno tiene que adiestrarlas para que siempre coman a la misma hora y la misma cantidad. Es el método necesario para que la paloma cumpla con la misión para la que fue adiestrada”, dijo Espósito, quien agregó que este deporte se hizo muy popular en Bélgica durante el siglo XIX.

“Actualmente en ese país, que es más chico que la provincia de Tucumán, existen 200 mil entrenadores, mientras que en Japón está el mayor número de colombófilos: 300 mil. Desgraciadamente es un deporte en extinción, porque los chicos se dedican a las redes sociales y ya no los deslumbra esta disciplina”, concluyó José Luis, que sigue adelante una tradición familiar que parece inalterable.

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