UNA FOTO HISTÓRICA. Ema Gómez, la ex novia del magistrado, fue aprehendida el día del crimen en la casa de Yerba Buena del magistrado. Fue condenada a cadena perpetua. la gaceta / foto de oscar ferronato (Archivo)
El 26 de noviembre de 2004 se produjo uno de los crímenes más conmocionantes de la historia de la provincia. El juez de Menores Héctor Agustín Aráoz fue acribillado a balazos en su casa de Yerba Buena. No fue un caso más. Tuvo una instrucción y un desenlace polémico. Hubo tres condenados, pero en Tucumán siempre hay un pero en este tipo de hechos. Sólo uno de los tres encontrados culpables cumplió con la pena; otro recién hace un año que está en la cárcel; y el tercero se encuentra prófugo. Y lo que es peor, aún no se disiparon todas las dudas sobre qué pasó esa tarde.
1- El homicidio que sacudió a los tucumanos
Era viernes y el adelanto de un tórrido verano ya se hacía sentir. El juez Aráoz abandonó su despacho pasada las 12. No había tenido un buen día. Descubrió que alguien de la Policía le había falsificado la firma en un oficio para que un menor sea liberado del Instituto Roca. Se subió a su camioneta Ford F100 y se dirigió hasta la casa de su esposa. Allí almorzó con ella y con sus nueve hijos. Después, acompañada por uno de ellos, fue hasta un súper de la zona a comprar carne y carbón para hacer un asado familiar el domingo.
LA VÍCTIMA. El juez Héctor Agustín Aráoz fue asesinado de 10 balazos.
Llegó hasta la casa de avenida Aconquija al 2.900 y se acostó a dormir la siesta. Su hijo se despidió de él por última vez y regresó a la casa de su madre en el vehículo. Los vecinos que declararon en la causa dijeron que pasada las 18 lo vieron hacer gimnasia en la zona. Y, cerca de las 20, se desató el escándalo. Policías nerviosos no paraban de caminar y hacer llamadas por sus celulares. Una joven blonda a la que habían visto con el magistrado ingresar a ese domicilio en varias oportunidades, lloraba en una camioneta. El “mataron al juez” fue corriendo de boca en boca y el lugar se llenó de ojos curiosos que no quisieron perderse detalles.
A cuenta gotas fueron conociéndose detalles del crimen. A Aráoz lo habían matado de 10 disparos. Luego se confirmó a través de la autopsia que en el cuerpo de la víctima sólo había un litro de sangre. Ninguno de los 10 proyectiles le causó la muerte, falleció por haberse desangrado. También se supo que antes de ser asesinado había mantenido una violenta pelea con alguien.
El ex fiscal Guillermo Herrera estaba de turno. Ordenó la aprehensión de una ignota Ema Gómez, ex novia del magistrado, la última que había estado con él. Con el correr de los minutos, le informaron que los primeros en llegar al lugar fueron el comisario Rodolfo Domínguez, el oficial Andrés Fabersani y el oficial sumariante Rubén Albornoz que prestaban servicios en la comisaría de Banda del Río Salí, que pertenece a otra jurisdicción.
El fiscal preguntó que hacían ahí y la respuesta fue casi inmediata: la sospechosa se trasladó desde pie del cerro hasta esa dependencia y le dijo a Fabersani que algo malo le podría haber pasado al juez. El oficial le contó a su jefe lo que estaba pasando y Domínguez aceptó trasladarse con él, el sumariante y Gómez a constatar lo que había sucedido. Herrera no dudó y también ordenó aprehender a los tres uniformados.
Pero al rompecabezas que iba armando Herrera estaba incompleto. Le faltaba una pieza que se llamaba Darío Pérez, también policía, que sospechaba era amante de Gómez y amigo íntimo de Fabersani. Después de ordenar su detención, cerró el círculo.
2- Hubo tres hipótesis, pero una cobró fuerza
El fiscal Herrera elaboró una hipótesis que la mantuvo hasta que la causa llegó a juicio. Gómez era amante de Aráoz y gracias a esa relación, había conseguido muchos beneficios en su corta carrera policial. Pero la joven, que en esos tiempos derrochaba sensualidad y que había sido mencionada también como pareja de varias personas allegadas al poder político, mantenía un romance con Pérez.
Según esa teoría, Gómez llegó por la tarde a pedirle ayuda a Aráoz. Había quedado fuera de la fuerza y todos los funcionarios que la cobijaron en reiteradas oportunidades le dieron la espalda. Muchos de esos escándalos se originaron por las relaciones tormentosas que mantenía y por sus problemas de adicción.
CONDENADO. La Justicia consideró que Darío Pérez fue el autor del crimen.
Durante la visita se generó una discusión que terminó a los golpes. Pérez ingresó al domicilio y ambos le dispararon provocándole la muerte. Los otros policías participaron en el hecho como encubridores, ya que cruzaron tres jurisdicciones (Este, Capital y Yerba Buena) para tratar de borrar pruebas para proteger a los dos principales sospechosos.
En el transcurso de la investigación surgieron otras líneas que fueron descartadas por el fiscal. La primera era la que sostenía la familia del juez. A través de sus querellantes plantearon que Aráoz había sido víctima de una mafia policial a la que estaba investigando. Según esa teoría, los uniformados se dedicaban a la venta de drogas en el Instituto Roca y obligaban a los menores a cometer robos para ellos. Gómez trabajó bastante tiempo en el establecimiento y Pérez, llegó a ser subdirector del lugar. Fue desplazado de allí después que se lo denunciara por una posible distribución de drogas.
La tercera y última teoría del caso, planteada por Pérez y Fabersani, era que el magistrado había sido víctima de una supuesta mafia judicial. Según sus dichos, ese viernes Aráoz había organizado un asado en su casa al que asistieron funcionarios de la Justicia. El encuentro, donde habrían sobrado el alcohol y las drogas, se terminó descontrolando y, cuando ya no quedaba nadie, Gómez asesinó al magistrado por una infidelidad concretada en la reunión.
3- Una investigación que fue un caldo de polémicas
Este no fue un caso más. La víctima, un juez. Los acusados, policías. El trasfondo: romance, sexo y, posiblemente, drogas. Además, estuvo cargado de figuras carismáticas que le pusieron más picante a la historia. Gómez se robó todas las luces de las bambalinas. Fue la última femme fatale que pobló las páginas de policiales de la provincia. Sobre su figura, generosa, pero no suficiente para ser tapa de revistas; se creó un mito sobre cuáles fueron sus amoríos. Ella explotó esa imagen, la misma que le abrió las puertas en la Policía, en tribunales y en Casa de Gobierno. Siempre se las ingenió para llamar la atención. El perfil bajo, no era lo suyo. Una vez fue llevada a tribunales para entrevistar con el fiscal por un supuesto problema de salud. A la salida, en medio de los apretujones y a paso acelerado, un cronista de LA GACETA le preguntó: ¿Ema cómo estás? Ella se dio vuelta con un movimiento con el que desparramó su caballera por los aires; y con un sensual parpadeo, respondió: ¿Y vos cómo me ves? Así era ella.
CUESTIONADO. El fiscal Guillermo Herrera investigó el caso.
En la vereda del frente, en la parte acusadora, estaba Herrera, un fiscal que fue muy cuestionado por su actuación en este caso. “A la noche se levanta, abre la heladera para sacar agua y, al prenderse la luz, comienza hablar del caso Aráoz”, dijo un defensor molesto por su apego a las cámaras. “Quiero que quede bien en claro que él llegó en estado de ebriedad al lugar del hecho y, a pesar de encontrarse de turno, estaba en Tafí del Valle. Además, por lo que se ven en el expediente, él mismo contaminó la escena del crimen”, explicó Gustavo Morales, defensor de Pérez y Fabersani.
Mario Mirra, defensor de Gómez, presentó varias denuncias en contra de Herrera. “Durante años la hacía llevar a la fiscalía sin razón alguna. La encerraba en su despacho y la tenía horas sin saber qué hacía”, señaló, versión que fue confirmada por ex empleados de esa fiscalía. “Hasta pretendió hacerle firmar un escrito para que cambiara de abogado. En esa época, todos los que estábamos en la causa decíamos quién era Herrera. Nadie nos creyó. Pero el tiempo nos terminó dando la razón”, opinó.
Álvaro Zelarayán, defensor de Domínguez dijo que en la etapa de instrucción fue bastante irregular. “Se habló mucho, pero pruebas, pocas. Eso se demostraría en el juicio”, comentó.
4- Un juicio que empezó mal y terminó peor
Las decenas de planteos que realizaron los defensores de los acusados fueron rechazadas una tras otra, pero el juicio se inició en abril de 2011, casi siete años después de haberse producido el crimen. Todos los imputados llegaron en libertad a la audiencia, pese a que Gómez y Pérez batieron el récord de permanecer cuatro años detenidos con prisión preventiva. En las audiencias pasó de todo, pero de todo. Llantos, gritos y gritos.
“¡Gil, vos lo mataste! ¡Fuiste vos pelotudo!”, le gritó Gómez a Pérez cuando el acusado hablaba por primera vez en el juicio. Esas palabras fueron suficientes para que el tribunal decidiera el destino del principal sospechoso. Fabersani, en medio de la audiencia, presentó una grabación de Gómez confesando ser la autora del crimen. Esas palabras las había registrado una noche en un reconocido boliche que está al frente del parque 9 de Julio cuando ella no estaba en sus cabales. Los jueces no tomaron en cuenta esa prueba porque, en primer lugar, no había sido presentada en tiempo y en forma.
EL OTRO CONDENADO. Andrés Fabersani fue penado a cinco años.
El tribunal, integrado por Pedro Roldán Vázquez, Carlos Norry y Emilio Páez de la Torre, no encontró ninguna prueba para sostener las teorías de la mafia policial o judicial. Mirra y Zelarayán coincidieron que esas hipótesis sólo quedaron en versiones. Morales fue más allá: “la teoría de la familia tenía dos propósitos: limpiar la imagen del juez y, posiblemente, buscar un resarcimiento económico. En la otra, no se la pudo demostrar, pero sí hubo una intromisión histórica de la Corte Suprema de Justicia que quedó reflejada con la presencia en el lugar de los hechos de Alfredo Dato, que en esos días presidía el máximo tribunal de la provincia. ¿Qué hacía allí? Nunca lo supimos”.
Sí sumaron elementos necesarios que confirmarían el móvil pasional en el crimen. Pérez siempre dijo que él estaba en la capital cuando ocurrió el crimen. Pero la ya jubilada fiscal de cámara Juana Prieto de Sólimo consiguió una prueba clave: demostró con las antenas de compañías de celular que el sospechoso había estado en la zona del lugar del hecho cuando se produjo el homicidio.
Pérez negó haber mantenido un romance con Gómez. Ella dijo que lo conocía, pero nunca había pasado nada serio. Pero hubo un testimonio clave. El comisario retirado Francisco Bolart, que fue jefe de ambos en el Roca. Durante la audiencia declaró: “Toda la guardia policial sabía que ellos tenían una relación íntima. Una noche que regresé al Roca y encontré a Pérez y Gómez en una habitación que era utilizada para descanso. Yo entré y ella salió. Cuando pasaba a su lado, con la mano le rozó su miembro viril”.
“El oficial Pérez, persona de carácter agresivo, machista, y seguramente resentido por la relación paralela que lo mortificaba, escuchó los gritos de Gómez. Percibió que había una lucha física e ingresó a la casa. Impulsado por sus sentimientos, viendo a su amante en una situación de lucha con su odiado rival (el juez Aráoz), dio rienda suelta a su hostilidad, comenzando a disparar, concluyendo cuando vio a su enemigo caído, inmóvil y sangrando profusamente”, fundamentó el tribunal después de condenar a 18 años al ex policía por homicidio. A Goméz, como partícipe primaria del crimen, le aplicó una pena de 13 años. Ella sonrió al conocer la sentencia porque sabía que con ese fallo quedaría libre en poco tiempo.
El comisario Domínguez fue absuelto, ya que el tribunal entendió que lo único que buscó fue anotarse un poroto en su carrera por esclarecer el hecho. Lo mismo sucedió con Albornoz, que sólo cumplió las órdenes de sus superiores y fue al lugar como sumariante. Fabersani, en cambio, fue condenado a cinco años de prisión acusado de encubrimiento agravado. Su amistad con Pérez y con Gómez y haber engañado a su jefe para que lo acompañaran a la casa de Aráoz le jugaron en contra.
El caso no terminó allí. La fiscala Prieto de Sólimo apeló el fallo ante la Corte y el máximo tribunal le dio la razón en octubre de 2013. Cambió casi todo el falló. Confirmó la pena a Fabersani y la absolución a Albornoz. Decidió que Pérez y Gómez debían ser condenados por homicidio agravado y Domínguez por encubrimiento agravado, aunque resolvió que otro tribunal debía imponer la pena.
En octubre de 2015, los jueces María Elisa Molina, Alfonso Zóttoli y Carlos Caramutti, decidieron condenar entonces a Pérez, que se fugó al conocer el fallo de la Corte, y a Gómez a cadena perpetua. También volvió a absolver a Domínguez porque los delitos del que estaba acusado habían prescripto. Pero la historia no terminó ahí.
Próxima entrega: qué fue de la vida de los imputados del caso.






