Okupas en el microcentro: viven en una obra abandonada en Córdoba y Virgen de la Merced
Córdoba y Virgen de la Merced.
A tres cuadras de la plaza Independencia y a cuatro del acceso principal de la Casa de Gobierno. A 30 pasos del colegio del Huerto y a 350 del Centro Cultural Virla de la UNT. A una cuadra y media del Partido Justicialista. A la misma distancia del único cine que ha quedado en pie en el microcentro.
En esa esquina que todos miran, viven cinco personas que nadie mira.
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Ángel Vera estaba pisando los 30 años cuando en uno de los "paseos" por su inmenso mundo -la calle-, miró por la rendija de una obra en construcción y pensó que ahí podría instalarse. Una vieja propiedad había sido demolida y no había movimiento, solo escombros, basura y yuyos. Nada a lo que no estuviera acostumbrado ya.
Eso fue hace ya dos años.
Como el edificio nunca se levantó, Ángel comenzó a armar su vida ahí, entre los escombros, con maderas, plásticos, mantas agujereadas y colchones encontrados en la basura.
Lo que para algunos inversores fue un suplicio, para Ángel fue una bendición. Esa propiedad que ocupa es una de las obras paralizadas de la firma Barenbreuker & Asociados SRL, un caso que está siendo investigado por la Justicia y que le costó el título de arquitecto a Otto Fernando Barenbreuker (h).
La calle es cruel, pero también es solidaria. En ese hábitat infinito Ángel conoció a Jorge Enrique Dure, un hombre mayor, hoy de 68 años, que andaba en las mismas que él. Sin techo, deambulando. Lo invitó a vivir en la esquina y la familia de "okupas del microcentro" fue creciendo.
"Acá al menos nos cuidamos entre todos. Ahora no salimos todos juntos porque nos entran a robar, pero en la calle es peor. No te dejan nada", cuenta Jessica Noelia Barraza, una mujer de 30 años que también se metió detrás de la cerca frentista de esa construcción que nunca empezó.
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Jessica tiene dos objetivos: recuperar a su hijo y ser feliz. Está en pareja Carlos Molina, que también vive como okupa en la obra abandonada. "Yo vivo en la calle desde los 11 años. Nuestras familias no nos aceptan, y como no tengo casa, me quitaron el chiquito, que está en la Sala Cuna. Yo quisiera una casita para que vivamos los tres y podamos ser felices..."
Mientras ella habla, se escucha que el agua corre. Carlos se está bañando dentro de una casilla de madera que armaron para que sea la ducha de la vecindad más precaria del microcentro tucumano. En el terreno había agua, y era lo único que había.
Pero el agua también es un problema a veces. "Lo poco que tenemos, lo perdemos cuando llueve. Se nos moja todo. Acá nos ayudan unas chicas de una fundación, nos traen comida a la noche, pero el resto del día, cuando no hay nada, salimos a buscar en la basura", dice Dure, apoyado en su bastón. Al lado de él, un cajón de madera hace las veces de mesa y sostiene los restos de unas papas fritas que consiguieron en algún contenedor. Las moscas también se sientan en esa mesa.
El "barrio" se completa con Fabián Guillermo Escalante (46 años), que del cansancio se ha dormido sentado en una silla, al lado de un brasero que usan para cocinar y calentarse. El domingo y el lunes ha llovido y los colchones y las mantas están inutilizables.
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Según los okupas del microcentro, en estos dos años nadie los ha visitado, más allá de los grupos de jóvenes que les dejan comida por las noches. "Nunca vino nadie del Gobierno a darnos una mano y acá nos falta todo", dice Jessica. Ángel, el que empezó con todo, implora un trabajo, de lo que sea. Y Jorge, ya veterano, casi no tiene esperanzas: "con que nos alcancen un candado para que no nos sigan entrando a robar lo poco que tenemos, ayudarían mucho", finaliza.