¿Todavía sirve para algo estudiar filosofía?

¿Todavía sirve para algo estudiar filosofía?

Falta poco menos de un mes para el Día Mundial de la Filosofía. ¿Tiene que ser útil para algo? ¿La ciencia se ha encargado de responder sus preguntas?

¿Tiene sentido hoy la palabra filosofía? ¿Todavía conserva alguna vigencia el amor por la sabiduría? Los líderes de la Unesco piensan que sí: por eso el 29 de julio de 2005 resolvieron celebrar cada tercer jueves de noviembre el Día Mundial de la Filosofía. Porque ella, argumentaron, promueve la paz y la tolerancia y protege a la humanidad del oscurantismo y el extremismo.

También Lucía Piossek Prebisch, profesora emérita de Filosofía Contemporánea de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), piensa que sí. “¿Cómo -se pregunta ella- puede llamarse verdaderamente humana una persona o una comunidad que corta las raíces con lo más alto que se haya creado en poesía y filosofía y se priva de la experiencia renovada de esa grandeza? ¿Cómo es posible no preguntarse por el sentido de la existencia y no interesarse por las maneras como otros han intentado responder a este interrogante?”.

Sin embargo, frente a las dos preguntas del principio algunas voces contestan que no: por ejemplo, la de Stephen Hawking, quien en 2011, durante una conferencia de Google, sentenció que la filosofía estaba muerta. “Los filósofos -atestiguó él- no se han mantenido al tanto de los desarrollos modernos de la ciencia, que nos llevan a una nueva y muy distinta imagen del universo y de nuestro lugar en él”.

Según Hawking, las preguntas fundamentales sobre la naturaleza del universo no se pueden responder sin datos empíricos. Pero ¿implica esto, como él quiere, la muerte de la filosofía?

Una herramienta crítica

Susana Maidana, docente emérita de Filosofía Moderna de la UNT, considera que no existe una alternativa inevitable entre ciencia y filosofía. Por el contrario, para ella la filosofía debería jugar un papel fundamental en el problema de cómo utilizar mejor los inventos de la ciencia. “Nuestra época es contradictoria, tiene dos rostros. Uno es el rostro de los avances científicos y tecnológicos, el de una ciencia que hace que los seres humanos vivamos con más comodidad y nos enfermemos menos. Pero también está la otra cara: la de la violencia, la contaminación y la discriminación. Y creo que la filosofía tiene mucho para decir sobre esta otra cara de nuestra época”, manifiesta.

De esta manera, la filosofía aparece como una actividad cuya característica fundamental es la crítica. “Criticar -explica Maidana- no es decir cosas negativas sobre el otro. Criticar viene de un verbo griego que podemos traducir por juzgar: quiere decir preguntar, investigar, ponerle el cuerpo a los problemas, afirmar tus propias ideas y comprometerte con ellas”.

Así, para ella solo a partir de las preguntas, que son fundamentales tanto para la ciencia como para la filosofía, el hombre puede emanciparse: “¿emanciparse de qué? De las cadenas mentales, que son las más difíciles de romper porque están vinculadas con los prejuicios y el terror a la diferencia. A mí siempre me gusta decir que la filosofía y la educación no deben dejar nada como está. Porque si dejamos todo como está, ¿para qué hacemos filosofía?”.

Su lugar en la escuela

En 1990, durante una charla de bienvenida a los ingresantes a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, la profesora Piossek Prebisch les transmitió: “ustedes han elegido dedicarse a carreras humanísticas. Pues bien, estas carreras no tienen un sentido de utilidad ni para quien las estudia ni para la comunidad que las acoge. No son útiles. ¿Qué quiero decirles con esto? ¿Que han elegido una vía estéril, que se han embarcado en una tarea vana, sin sentido?”.

La respuesta que ella les dio ese día a los nuevos alumnos todavía la convence hoy, casi 30 años después. “Ustedes tienen la responsabilidad -les enseñó- de evitar que la comunidad en que vivimos vaya a convertirse en un conglomerado de hombres y mujeres unidimensionales”.

Entretanto, Maidana llama la atención sobre el valor y el peso de esta responsabilidad. “Yo siento que muchas veces la escuela trata de ocultar, borrar o tapar la curiosidad. A los chicos no hay que presentarles la filosofía en el sentido de: ‘hoy vamos a ver Platón’. Ese es un grandísimo error, porque los chicos se duermen. Y si se duermen, la responsabilidad es de quienes enseñamos”, asevera.

La clave para que los chicos no se aburran, de acuerdo con Maidana, está en escucharlos: “el estudiante va a la escuela con una carga: va con hambre, con angustia, con problemas familiares. Hay que observarlos y discutir con ellos los temas que les importan: así yo puedo enseñarles Platón a través de una película o de las respuestas que él les da a los problemas de esos chicos”.

El sostén de la democracia

Aristóteles se refiere a la filosofía como un saber desinteresado. Esta expresión, aunque la haya dicho él, se presta a ser entendida como lo hace Aristófanes en su comedia “Las nubes”. Allí Sócrates aparece metido en una cesta que cuelga del techo y dedicado a cosas absolutamente desinteresadas, como medir el salto de una pulga. “Lo que pasa -aclara Piossek Prebisch- es que a la filosofía no le interesa producir el efecto práctico inmediato que produce la técnica científica. Pero, en cambio, le interesa profundamente otra cosa: responder a las necesidades humanas de verdad, justicia, belleza y libertad. En el fondo, ¡cuán necesaria es la filosofía para la democracia! ¿No es acaso la democracia el régimen político basado, o que debería estar basado, en las ideas del mejor humanismo: la comprensión del otro, el respeto al prójimo, la capacidad crítica, la equidad y, por sobre todo, la idea de la dignidad humana?”.

Por su parte, Maidana coincide en que la filosofía debería cumplir un papel fundamental en el sostén de la democracia. “La verdadera democracia implica el disenso en el sentido de discusión con argumentos racionales, pero esto requiere un aprendizaje y en el aula se lo tiene que enseñar. Yo no estoy de acuerdo con que haya una materia que se llame ‘Educación Cívica y Ciudadana’. ¡Esto tiene que atravesar todo! No enseñás en una materia a ser libre, a vencer las supersticiones, a defender los derechos, a construir un proyecto de vida y de sociedad”, sostiene.

¿Dios juega a los dados?

Hawking no fue el único científico que consideró que la filosofía había perdido su sentido. Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, pensaba que el único filósofo exitoso de la historia había sido Albert Einstein. Aunque, paradójicamente, Einstein haya negado las aplastantes evidencias de la física cuántica con el muy filosófico argumento de que Dios no juega a los dados.

“No le digas a Dios qué debe hacer”, le contestó, también filosóficamente, Niels Böhr. En la historia de la física, estas dos expresiones ocupan un lugar junto a las ecuaciones de Einstein y Böhr: incluso si no explican nada -si son inútiles-, hacen que sus descubrimientos sean mucho más interesantes y mucho más humanos. “No sé en qué medida podemos ser útiles a la sociedad -confiesa Piossek Prebisch-. Pero sí sé que somos necesarios. El sentido último de la filosofía es resguardar el criterio de la dignidad humana, mostrar lo riesgosa pero infinitamente compleja e inagotablemente rica que es la tarea de vivir”.

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