"La lavandería": hay películas necesarias y esta es una de ellas

"La lavandería": hay películas necesarias y esta es una de ellas

La lavandería: hay películas necesarias y esta es una de ellas

Buena. Película / por netflix

Las reseñas no han sido generosas con “La lavandería”. Al contrario. A la película de Steven Soderbergh vienen pegándole por derecha y por izquierda desde que se estrenó en el Festival de Venecia. El viernes subió a la plataforma y un crítico escribió: “invita a darse de baja de Netflix”. ¿Por qué provoca semejante escozor?¿Por el tono satírico y zumbón con el que aborda un tema tan serio? ¿Por su dispersión narrativa? ¿O, básicamente, por la carga discursiva con ineludible pretensión de sermón admonitorio? “La lavandería” nació para dejar claro un punto de vista y es Meryl Streep la que lo encarna a fondo en el final, cuando despojada del vestuario y fuera de las locaciones, presta a la cámara su voz para denunciar las fechorías del sistema financiero internacional. Es un desenlace polémico el que eligió Soderbergh para su película y se lo están haciendo sentir.

Habría que preguntarles a los periodistas que trabajaron en la revelación de los Panamá Papers qué opinan de “La lavandería” antes de hablar por ellos. Seguramente no se pondrán de acuerdo y eso refleja el debate que está sobre la mesa. La película de Soderbergh se mezcla en ese contrapunto a su manera, tan molesta y criticable, y por eso es necesaria. Funciona como un revulsivo, aún para sus detractores. Y mantiene el pulso de una temática que el cine viene tratando de forma despareja, pero interesante y valiosa. La referencia ineludible es “La gran apuesta” (por la que Adam McKay ganó un Oscar al Mejor Guión).

La cuestión del dinero, de la ambición, de la codicia, y de las injusticias que en su nombre se cometen, es un clásico en la filmografía de Soderbergh. Aquí toma el libro de Jake Bernstein (“Secrecy world”), adaptado por Scott Z. Burns, para desnudar las miserias del mundo de las finanzas: paraísos fiscales, evasión impositiva, lavado de activos; dinámica en la que un puñado de privilegiados gana y el resto pierde. Lo que, con más o menos información, todos conocemos (y sufrimos).

“La lavandería” es el estudio Mossack-Fonseca, en el ojo del huracán desde que una filtración periodística detalló cómo representaban a miles de empresas fantasma (off-shore) en la que estaban involucrados millonarios de la más diversa laya. El caso -los Panamá Papers- salpicó a la Argentina por el involucramiento de la familia Macri. Además, entre los clientes de Mossack-Fonseca figuraba el gigante Odebrecht.

Soderbergh apeló a la ironía y a una sumatoria de breves viñetas para hilvanar la historia. Por momentos los narradores son los propios Mossack (Gary Oldman) y Fonseca (Antonio Banderas). Por momentos es Ellen (Streep), una víctima del entretejido de firmas ficticias decidida a desenmascar el sistema. Ella simboliza a los “mansos” que, según el Evangelio, herederán la Tierra. ¿Seré yo? ¿Serán mis nietos?, se pregunta. El resto es una banda de lobos movidos por la hipocresía, la mayoría peces chicos destinados a ser devorados por esos pocos depredadores que siempre caen parados.

El cast está colmado de figuras que aceptaron papeles mínimos con tal de sumarse a esta película con aires de cruzada y decidido tono moralizante. Puede gustar, puede generar rechazo, pero no pasa inadvertida.

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