La figura: el arquitecto de casas y el filósofo de la arquitectura

La figura: el arquitecto de casas y el filósofo de la arquitectura

IDEA Y PRODUCCIÓN FOTOGRÁFICA: Inés Quinteros Orio. TEXTOS: Hernán Miranda y Guadalupe Norte. EDICIÓN: Guillermo Monti. DISEÑO: Rubén Falci. TRATAMIENTO DE IMÁGENES: Sergio Fernández y Luis Cardozo.  IDEA Y PRODUCCIÓN FOTOGRÁFICA: Inés Quinteros Orio. TEXTOS: Hernán Miranda y Guadalupe Norte. EDICIÓN: Guillermo Monti. DISEÑO: Rubén Falci. TRATAMIENTO DE IMÁGENES: Sergio Fernández y Luis Cardozo.

No sólo figura como uno de los más originales y geniales arquitectos argentinos del siglo XX, sino que también se presenta como un brillante filósofo de la arquitectura. Como constructor de casas y edificios, Eduardo Sacriste introdujo el movimiento moderno en el país y lo tradujo a la luz de la geografía y la tradición del Noroeste; como pensador y maestro transmitió, por medio de su oficio, la sabiduría hoy cada vez más rara del hombre culto. Porque las reflexiones y enseñanzas de Sacriste llegan desde el arquitecto, sí, pero antes, y sobre todo, desde la profundidad de su espíritu.

Fue el segundo de los 10 hijos de una familia tradicional de San Isidro, en la Provincia de Buenos Aires. Nació allí el 17 de abril de 1905 y se crió yendo y viniendo en tranvía al liberal Colegio Bartolomé Mitre, que quedaba en Barrancas de Belgrano, a unos 20 kilómetros de su casa. A bordo de ese tranvía, el 38, Sacriste descubrió su vocación por la arquitectura. En el paisaje semiurbano de las afueras de Buenos Aires, que corría a través de la ventanilla dos veces por día, observó una ciudad que crecía en la orfandad, casual y mecánicamente, y comenzó a esbozar en su cabeza la indeclinable defensa de la cotidianidad que asumiría como misión de su vida.

3.  Sacriste en la Facultad de Arquitectura junto a sus alumnos. Fue un profesor brillante, ocupado en transmitir su experiencia y no en repetir la retórica de la arquitectura. 3. Sacriste en la Facultad de Arquitectura junto a sus alumnos. Fue un profesor brillante, ocupado en transmitir su experiencia y no en repetir la retórica de la arquitectura.

Misión que, después de algunas idas y vueltas, emprendió por fin en Tucumán, adonde llegó en 1944 para dividir su tiempo entre el Departamento de Obras Públicas y la entonces Escuela de Arquitectura. Si bien entonces proyectó, entre otros edificios, la inconclusa Ciudad Universitaria del cerro San Javier y el Hospital del Niño Jesús, Sacriste fue ante todo un constructor de casas. Su mirada se desvió siempre hacia el problema de la comodidad de la vivienda, que creía el más difícil. Y aquí aparece ya el Sacriste filósofo, aunque la filosofía de la arquitectura no exista como disciplina formal.

Porque en “¿Qué es la casa?” no se ocupa sólo de los modelos habitacionales, sino que responde una pregunta mucho más profunda: ¿qué busca el hombre cuando ingresa a su casa? “Normalmente busca su hogar -escribe-, el calor humano de la familia, un espacio adecuado para desenvolver parte de su vida, quizá la que en el fondo le resulta más importante. (...) Si la casa es ideal, responderá paso a paso a los requerimientos de su habitante. Será un hogar”.

4. Sacriste y un grupo de oyentes durante la charla “La India que yo viví” (1982). Enseñó en ese país después de que el Gobierno de Perón intervino la UNT. 4. Sacriste y un grupo de oyentes durante la charla “La India que yo viví” (1982). Enseñó en ese país después de que el Gobierno de Perón intervino la UNT.

Sacriste volcó esta pretensión en su vasta obra de casas para familias tucumanas. Pensaba, además, que la casa, lejos de adecuarse a un estilo, debe parecer surgida del paisaje, y llevó esta idea hasta el paroxismo en la casa Torres Posse, una de sus obras más espléndidas, donde mimetiza los principios racionales de la arquitectura moderna con la impronta natural y cultural calchaquí de Tafí del Valle.

Nunca se casó. Cultivó las relaciones humanas hasta su último día, el 9 de julio de 1999. Había tomado la costumbre de hacerse amigo de sus clientes y alumnos, quienes han publicado más de una vez sus vivencias con él. De hecho, su libro más popular, “Charlas para principiantes”, es el resultado de la obstinación de una exalumna que atesoró sus lecciones en un grabador, las redactó y luego lo persiguió para que las corrigiera.

Durante 94 años Sacriste pensó un lugar para el hombre. Desalojó de sus casas la pretensión y la vanidad y se propuso crear hogares. Impregnó con su inteligencia y su sensibilidad el ambiente cultural de Tucumán y dejó una huella que la incultura urbana, de la que tanto se quejó, aún no ha podido borrar. En sus últimos años, cuando ya hacía tiempo que había dejado la tiza en la base del pizarrón, solía sorprenderse porque en la calle lo llamaban maestro: “¿soy un maestro? ¿Eso dicen? Si ser un maestro es transmitir ideas simples y factibles, y no la retórica de la arquitectura, entonces sí, soy un maestro”.

“Charlas docentes”

2. Sacriste y su perro posan en la biblioteca de su casa (1971). A la derecha, durante una entrevista en la que criticó la ya desordenada expansión de Tucumán (1977). 2. Sacriste y su perro posan en la biblioteca de su casa (1971). A la derecha, durante una entrevista en la que criticó la ya desordenada expansión de Tucumán (1977).

Sacriste ingresó como profesor a la incipiente Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán el 1 de junio de 1944. Desde ese día, y sobre todo durante el rectorado de Horacio Descole (1946-52) él, Horacio Caminos y Jorge Vivanco asumieron un enfoque renovador en la enseñanza. Uno de sus alumnos más notorios, César Pelli, dijo de ella: “por esa época era, junto a Harvard, la mejor escuela de arquitectura del mundo”.
En el 52 Perón decidió intervenir la Universidad y provocó una diáspora de profesores liberales. Sacriste dejó el país para dar clases en Inglaterra, Estados Unidos y la India, de donde volvió en el 57 porque su madre había enfermado. “En caso contrario -contó en una entrevista-, me atrevería a decir que me hubiera quedado en la India toda la vida”.
Sus colegas lo eligieron decano de la que ya era Facultad de Arquitectura poco después. Enseñó hasta 1981 y de sus clases surgieron textos didácticos que aún leen estudiantes y profesores, “Charlas para principantes” y “Charlas docentes”. Sacriste fue un maestro de maestros. Lejos de limitarse a esperar que sus alumnos repitieran sus ideas, ofreció su experiencia y enseñó a equivocarse: “no se puede tener miedo a borrar. Saber borrar, corregir una y más veces, es la experiencia más notable”.

Usonia

1. Sacriste recibe un reconocimiento a su labor de manos del maestro Zaraspe, con la presencia de su discípulo César Pelli. Su emoción se extendió hasta las lágrimas (1993). 1. Sacriste recibe un reconocimiento a su labor de manos del maestro Zaraspe, con la presencia de su discípulo César Pelli. Su emoción se extendió hasta las lágrimas (1993).

Después de recibirse en Buenos Aires en 1931 y de proyectar sus primeras obras, Sacriste obtuvo en 1941 una beca para especializarse en viviendas de bajo costo en Estados Unidos. Entonces conoció la obra de Frank Lloyd Wright, a la que le dedicó su libro más importante, “Usonia”.
Antes, su primer contacto con la arquitectura moderna lo había tenido durante la visita de Le Corbusier a Buenos Aires en 1929. La relación que estableció luego entre el modernismo y la cultura tradicional procede de sus viajes: le fascinaba conocer la arquitectura sin arquitectos de las sabias comunidades rurales.

“Huellas de edificios”

La figura: el arquitecto de casas y el filósofo de la arquitectura

Este es el título de un libro que le demandó una década de trabajo. En él trata la arquitectura de todas las épocas, desde Egipto hasta el siglo XX, y se dedica también a las ideas urbanas. No le preocupaba la belleza de un edificio: lo que debe importar es que el conjunto de la ciudad sea construido en función del hombre. “La estética de una ciudad -escribe- es el resultado de construir viviendas alegres entre jardines, emplazar edificios con jerarquía, solucionar problemas de tránsito”.
A la luz de esas ideas se entiende su angustia frente a las ciudades argentinas. “Nuestro país -lamentó en una entrevista- se caracteriza por la falta de educación de su población. La armonía urbana y la salud de los habitantes a nadie le preocupan”.

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