Del Brahms chileno a la Marthita peronista

Del Brahms chileno a la Marthita peronista

“Hace 65 años llegué a esta ciudad gracias a la gestión de Perón. Me pareció una buena oportunidad para tocar la marcha. La llego a tocar en el Colón y a más de uno le da un bobazo”, dice la leyenda del video subido a YouTube, donde se anuncia que se trata de uno de sus bises en el Festival de Viena.

“Johannes Brahms era chileno” se titulaba el artículo que Pauta, una prestigiosa revista mexicana, dedicada a la creación musical y literaria, publicó hace unos años. Se trataba de una narración de ficción, que inesperadamente fue levantada por una agencia de noticias y la divulgó como información: “Musicólogo argentino descubrió que Brahms nació en Chile”. El relato contaba que Johannes Jacob, el padre contrabajista del Juancito, había realizado con un sexteto una gira por Sudamérica en 1832, acompañado por Johanna Henrika Christiane Nissen, su esposa, 17 años mayor que él. Al llegar a tierras araucanas, los dolores del parto irrumpieron en Copiapó y el 6 de febrero de 1833 un saludable changuito gimoteó en Si bemol mayor. Por si no sobrevivía al viaje de regreso, la madre lo hizo bautizar en la parroquia del lugar. Al volver a Alemania, cristianaron nuevamente al niño, falseando la fecha de nacimiento. De manera que para los germanos el mentor del Deutsches Requiem nació oficialmente el 7 de mayo de 1833 en Hamburgo. Por vergüenza nunca se había divulgado públicamente que el compositor había nacido en un villorrio indígena de Sudamérica.

“Una vez con mi primo estábamos trasnochando y para mantenernos despiertos nos preguntamos: ¿qué es lo más ridículo que se te puede ocurrir? ‘Y bueno, que Brahms sea chileno’. Años más tarde me digo: ‘¿qué pasa si trato de demostrar que Brahms era chileno? ¿Qué pasa si trato de demostrar algo imposible?’ Bueno, vamos a documentarnos bien, a ver si es defendible la hipótesis”, le contó Juan María Solare, compositor radicado en Alemania, a Tomás Astelarra en abril de 2005.

El músico se empapó bien de la biografía e hizo coincidir los hechos con la historia verdadera, logrando una cierta fiabilidad. Su relato que era de ficción, circuló periodísticamente en varios países, despertando diversas reacciones. “Fijate qué interesante cómo el cambio de contexto hace que un mismo escrito tenga un significado totalmente distinto. La noticia llegó a Alemania, y ahí se recalentaron, y esta es la parte más interesante del asunto. Lo tomaron como una agresión a la germanidad. Es rarísima esa actitud y en el fondo, es una actitud eurocéntrica. Yo puedo inventar que Brahms nació en Chile y se sienten agredidos; pero Gardel nació en Toulouse, o Cortázar en Bruselas, y a nadie se le cae el pelo, no son menos argentinos por eso. Alfonsina Storni nació en Suiza y yo estoy seguro de que casi ningún argentino siquiera lo sabe. Porque en el fondo a uno no le importa si Gardel era francés. El tipo no dijo: mi Toulouse querido, dijo: mi Buenos Aires querido. No dijo ni siquiera mi Tacuarembó querido. En el fondo, el lugar de nacimiento es irrelevante: a nadie le importa”, dijo Solare en la ocasión.

No fue un día más

El jueves 5 de septiembre de 2019 no fue un día más, por lo menos, para muchos argentinos.

La atractiva melena canosa ingresa a un escenario con paso decidido. Saluda. Se sienta al piano. Brota la Marchita, apenas un fragmento. Gestos. La cámara se dirige a sus manos. Es convincente. Una aparente correspondencia entre la articulación de los dedos con la música. Concluye inesperadamente. Se levanta. Aplausos rabiosos. La sonrisa zahorí saluda en tres ocasiones. Mutis por el foro. El WhatsApp transpira, quema los dedos.

Casi todo cierra. “Hace 65 años llegué a esta ciudad gracias a la gestión de Perón. Me pareció una buena oportunidad para tocar la marcha. La llego a tocar en el Colón y a más de uno le da un bobazo”, dice la leyenda del video subido a YouTube, donde se anuncia que se trata de uno de sus bises en el Festival de Viena. El homenaje aniversario es más que razonable.

A inicios de 1954, el presidente Juan Domingo Perón, anoticiado ya del prodigio de la changuita, la invitó a la residencia oficial.

“Yo tenía un poco más de 12 años, había tocado en el Teatro Colón y Perón me había dado una cita en la residencia presidencial. Mamá preguntó si podía acompañarme y le dijeron que sí, por supuesto. Yo no era muy peronista; me acuerdo de que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decían: “Balbín-Frondizi”. Perón nos recibió y me preguntó: “¿Y adónde querés ir, ñatita?” Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Friedrich Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar un concierto en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba, porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole: “por supuesto señora, vamos a organizarlo”, mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. Él la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz y le consiguió otro puesto en la embajada”, contó ella en algunas ocasiones.

“¡Viva Perón carajo!” El grito resuena festivo entre los aplausos del video vienés. Atónitos. Pasmados. Sorprendidos. También desilusión. Alegría. Desdicha. Duda. Imagen y música zamarrean el corazón de ambos bandos. “Nooo, no puede ser”. “Arriba, la compañera”. “Se me cayó una ídola”. “Viene muy bien en este momento”. “¿Y esto?” “¡Celente…!” “¡Que no se entere mi primo, él la ama!” “Compañeraza, genia total”. “Es absurdo”. “¿Se le chispoteó?” “¡Lo único que faltaba!” “¡Te admiro y ahora que sos cumpa más todavía!” “¡Un grito de corazón!” “Yo la tocaría mejor…”

La grieta tartamudea: “¡Es falso, es falso!”, alertan apresuradamente unos. “¡Por fin se supo que es una de las nuestras! ¡Qué grande el general!” A las pocas horas, la desmentida ya circula por las redes: “Me veo en el deber de aclarar que mi madre nunca interpretó esta canción partidaria. Mi madre nunca comulgó con ningún partido político en la Argentina ni en el extranjero”, afirma Annie Dutoit.

¿Y si hubiese sido cierta la ejecución del memorable bis? ¿Ya no sería la reina del piano, nuestra mujer maravilla, el orgullo de los argentinos, la más grande de todos los tiempos? ¿Ahora sería fernandista? ¿Tocaría la marchita en el Colón para Alberto, Cristina y Sergio Massa? ¿Acaso es imposible ese supuesto homenaje como un agradecimiento sincero a alguien que le abrió las puertas para que ella pudiese construir luego un camino trascendente y prestigiar a su país en el mundo de la música? ¿Y si hubiese sido un deseo de la artista para que los argentinos decidiéramos fumar de una vez por todas la pipa de la paz?

Una broma ha desatado una vez más el fundamentalismo que nos alimenta a los argentinos desde hace 203 años, tiempo en el que no hemos sido capaces de construir un país digno, donde las futuras generaciones tengan la certeza de que Sísifo no seguirá siendo nuestro santo patrono. Si el video homenaje no hubiera sido una humorada, tal vez Martha Argerich habría estado a punto de cambiar la historia argentina.

(c) LA GACETA

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