Las miradas sobre Atlético ya no son lo que eran antes

Las miradas sobre Atlético ya no son lo que eran antes

ABRAZADOS A LA GLORIA. Jugadores de Atlético festejan uno de los goles que le hicieron a Boca en febrero. Foto de Matias Nápoli Escalero.- ABRAZADOS A LA GLORIA. Jugadores de Atlético festejan uno de los goles que le hicieron a Boca en febrero. Foto de Matias Nápoli Escalero.-

Disculpen la primera persona del singular pero hay historias que resulta mejor contarlas desde la experiencia propia. En la antesala de otra temporada de Atlético en la Superliga -y con el equipo ya clasificado a las competiciones de Conmebol en 2020-, desde la redacción de LG Deportiva me propusieron que escribiera sobre cómo cambió la mirada respecto de Atlético en Buenos Aires, donde vivo y cubro para el diario desde septiembre de 2011 los partidos que el “Decano” juega en Capital Federal y alrededores.

En realidad, lo que podría llamar “mi zona de influencia decana” se extiende por todo el este de Argentina, desde Misiones hasta la Patagonia, incluyendo Corrientes, Paraná, Junín, Tandil, Rosario, Pergamino, Santa Fe, Bahía Blanca, Campana, La Plata, Rafaela, Gualeguaychú o Mar del Plata, ciudades en las que asistí a decenas de estadios dispares, desde los más enormes del país hasta canchitas con tribunas mínimas que testificaron el monumental cambio que Atlético experimentó en su década ganada.

Hoy muy alto en el ranking del fútbol argentino, quinto en la última Superliga y entre los semifinalistas de la Copa de la Superliga, el contraste de Atlético respecto de algunos de sus rivales a los enfrentó en los últimos años es tan abismal que varios de esos equipos hoy participan en la tercera o cuarta categoría nacional: he visto al “Decano” jugar de visitante -y perder en algunas ocasiones- contra Guaraní Antonio Franco, Boca Unidos, Crucero del Norte, Douglas Haig, Deportivo Merlo, Villa San Carlos, Juventud Unida u Olimpo.

La progresión fue tan notable que pasó de estadios en los que la pelota terminaba en la calle -como el de Villa San Carlos, en Berisso, que la temporada pasada jugó en la Primera C del ascenso de AFA- a familiarizarse con sus visitas -¡y con sus triunfos!- a La Bombonera, el Monumental, el Libertadores de América y el Nuevo Gasómetro. Sólo resta una victoria en el Cilindro de Avellaneda, la cancha de Racing, para que el “Decano” cante bingo en los estadios de los cinco grandes.

Debo decir, también, que cuando empecé a cubrir al Atlético entonces dirigido por Jorge Solari -con un viaje triunfal ante Guillermo Brown de Puerto Madryn, 2-0 con goles de Federico Barrionuevo y Luis Lobo, en medio de las cenizas volcánicas del Puyehue-, el ambiente del fútbol de Buenos Aires no sabía gran cosa del “Decano”. Es posible, incluso, que algunos no reconocieran su apodo. Aunque Atlético ya había jugado en Primera en la temporada 2009-10, San Martín por entonces contaba con más cartas históricas a su favor: había participado en Primera en tres temporadas, 1988-89, 1992-93, y 2008-09, y aunque siempre descendió al año siguiente, algunos de esos partidos formaron parte del fútbol argentino de esos años, ya sea por acción u omisión del “Santo”: el 6-1 en la Bombonera de 1988 y el título de Boca de 1992, tras un controvertido 1-1 justamente contra San Martín.

Entre mis colegas y amigos, mi trabajo al lado de Atlético pasó de la mera curiosidad inicial -casi como una compañía anecdótica- al verdadero interés por un equipo lejos de Buenos Aires pero cada vez más presente en los televisores porteños y bonaerenses. Si al comienzo sólo los más avispados me hablaban de Luis Rodríguez y de Diego Armando Barrado, de a poco la referencia al “Pulga” pasó a convertirse en una admiración cotidiana. El ascenso del equipo de Juan Manuel Azconzábal fue un hito, sí, pero al principio mirado con cierta desconfianza: si Atlético y San Martín habían descendido siempre al año siguiente de su ascenso, ¿por qué no pasaría de nuevo? Pero Atlético terminó de ganarse el respeto cuando confirmó que no había vuelto a la Superliga para ser un ave de paso sino para volar alto.

El estadio siempre a reventar también se tornó en un asombro multiplicado y en más de un sentido Atlético se transformó en un equipo simpático y muy querible, al punto que algunos de mis amigos futboleros me felicitaron por la hazaña de Quito, contra El Nacional, como si hubiese jugado yo. Ahora es normal que los fanáticos de cualquier equipo de Buenos Aires conozcan la formación completa del “Decano”, o o al menos ocho o nueve de 11 titulares. En la última temporada me acostumbré a escuchar frases del estilo “me gusta cómo juega Barbona” o “¿Aliendro no da para River?”, de la misma manera que, estoy seguro, en esta nueva Superliga habrá nuevos asombros por más goles de Javier Toledo, atajadas de Cristian Lucchetti o despejes de Bruno Bianchi.

Desde aquel partido en que “descubrí” al equipo que más evolucionó en los últimos años -¿junto a Defensa y Justicia, acaso?-, el volcán del fútbol argentino fue Atlético, como si se hubiese inspirado en aquella erupción del Puyehue.

Comentarios