Y el eclipse al fin surgió entre la neblina

Y el eclipse al fin surgió entre la neblina

El eclipse solar entusiasmó a los tucumanos curiosos y aficionados a la astrofotografía y a la astronomía. En San Javier, varias decenas de personas se congregaron para observar el fenómeno, que fue opacado por las nubes. La rutina laboral no se interrumpió.

A SOLDAR EL SOL. Constantino mira el cielo con el casco que consiguió su papá. El vidrio de soldador fue el método casero de protección de la vista que más usaron los tucumanos ayer en el cerro San Javier. A SOLDAR EL SOL. Constantino mira el cielo con el casco que consiguió su papá. El vidrio de soldador fue el método casero de protección de la vista que más usaron los tucumanos ayer en el cerro San Javier.
Por Hernán Miranda y Guadalupe Norte 03 Julio 2019

De Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia, se cuenta que predijo el eclipse de Sol del 28 de mayo de 585 antes de Cristo. Más de 2.600 años después, resulta posible imaginar a los pocos miles de habitantes de Mileto que esperaban que la predicción de Tales se cumpliera: quizá se sentaron esa tarde en el ágora y miraron al cielo, o quizá cabalgaron hasta una colina cercana, o quizá pasaron la mañana riéndose de los delirios del tal Tales. Sea como sea, su asombro cuando el eclipse aconteció no debe haber diferido demasiado del de los tucumanos que ayer por la tarde, en el Observatorio Astronómico de Ampimpa, en el cerro San Javier o en la ciudad, o frente a la televisión, aguardaban que las nubes se corrieran y la Luna apareciera bailando con el Sol y bloqueando su luz.

Aunque la vida de los tucumanos no se detuvo cuando la Luna se interpuso entre el Sol y la Tierra, el eclipse maravilló a los curiosos y conmovió a fanáticos de la astronomía, como Juan Pablo Reyes, de 16 años, y a Simón Dumit, de 19.

Se hizo esperar

A las cuatro de la tarde, a unos pasos del Cristo Bendicente, con sus lentes con filtro para eclipse, su trípode y sus cámaras, Juan Pablo y Simón se quejaban del “pésimo servicio público”: faltaba media hora para el eclipse y el Sol no asomaba por ninguna parte. Sin embargo, estos astrofotógrafos en ciernes no se desalentaban: con paciencia, continuaban preparando sus equipos y charlaban con los padres de Juan Pablo.

Mientras tanto, sentado cerca de ellos, el geólogo Fernando Sardi, de 52, y su hijo Pablo, de 20, tomaban mate y lamentaban no haber viajado a San Juan. “Desde 2017 que espero este eclipse, pero acá siempre se nubla. Hace años que me intereso por la astronomía y tenía muchas ganas de ver el apogeo del eclipse. Es una pena”, expresó Fernando.

Más allá Luis Albornoz, de 68 años, y Gladys Puig, de 65, reían y jugaban con sus nietos, Constantino, de siete, y Conrado, de dos. Junto a ellos, Abraham Albornoz, papá de los chicos, sostenía un casco de soldador rojo: una de las tantas soluciones caseras para proteger la vista. Gladys se acordaba de su infancia: cuando tenía la edad de Constantino, sus abuelos la llevaron a ver su primer eclipse. Ayer quería que sus nietos repitieran la experiencia: “mi familia era aficionada a los eclipses, a los cometas. Ahora quiero que mis nietos les cuenten a sus hijos que su primer eclipse solar lo miraron junto a sus abuelos”.

Al fin salió

Entre las 16 y las 17.46, instante del apogeo del eclipse, familias, parejas y amigos arribaron a la explanada del cerro San Javier para levantar los ojos hacia el cielo, que recién a las 18 se dignó a correr el velo: entonces, entre las nubes, aparecieron la mitad del sol y la mitad de la luna.

Aunque ya terminaba la danza entre los astros, aún quedaban unos minutos para disfrutarlo. Alrededor de Juan Pablo y Simón, varios curiosos preocupados por sus ojos se acercaban para pedirles que les presten, por un ratito, los anteojos de astronauta. Simón estaba feliz: se ponía los anteojos y miraba, se los sacaba y tomaba fotos, reía y no parecía desilusionado por haberse perdido el momento cúlmine.

FILTROS. Juan Pablo y Simón, con sus gafas certificadas para eclipse. FILTROS. Juan Pablo y Simón, con sus gafas certificadas para eclipse.

Mientras tanto, sin el toque científico, los novios Ezequiel Checa y Bárbara Gramajo asistían al espectáculo acostados sobre el césped. Bárbara, que entiende más de astrología que de astronomía, había llevado sus piedras de energía para que se cargaran con la luz del eclipse. Y explicaba que estos fenómenos alteran el ánimo y proporcionan un momento ideal para componer los vínculos familiares.

Algunos ánimos que parecían alterados eran los de los perritos, que corrían, jugaban, pedían y paseaban. Juan Pablo aseveró que no hay evidencia a favor de que los eclipses impactan en los animales, pero también aprovechó para reír con sus padres, que hablaban de esa leyenda con nula base científica.

En el centro

Ajenas al show que despliega el astro rey en el cielo, en el centro tucumano las personas vivieron el eclipse solar signadas por sus obligaciones y la rutina de un lunes cualquiera por la tarde.

¿Acaso seremos inmunes a estos fenómenos del cosmos y a la belleza de sus procesos? Al parecer no, pero para algunos peatones las nubes y los edificios son el enemigo principal. “En el grupo de WhatsApp de mi familia pasaron varios videos del eclipse así que estamos intentando verlo desde acá”, explicó la estudiante Erika Lencina (23), apoyada sobre un árbol de la plaza Independencia.

Mientras habla, su novio, Oscar Ansel Ruiz (30), intenta divisar en el cielo alguna pista. “No se ve nada -enfatizó bastante impaciente-. Las nubes tapan todo, apenas hay un círculo de luz chiquito y nada más. Me parece que mejor nos vamos a merendar”.

Sin contar con terraza, Karina Barrionuevo (55) decidió pasear por la peatonal Mendoza en busca de algún lugar al aire libre para presenciar la conversión del día en noche y enviarle fotos a su hija. Un par de vueltas después, Karina se dio por vencida y prefirió contemplar la última media hora del ocultamiento solar en un bar. “Por la tecnología que usan y la calidad de la imagen, el eclipse se ve mejor por la televisión que en vivo”, argumentó la jubilada, ya sentada en un bar de calle 25 de Mayo y liberada de su pesado abrigo.

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