El héroe de los cuentos

El arco despierta una fascinación en algunos escritores. Varios textos narran sobre ese puesto.

ANÁLISiS. El arquero conoce la táctica del propio equipo y tiene la posibilidad de detectar el planteo de los rivales. Cristian Lucchetti es el capitán del “Decano”. la gaceta / (archivo) ANÁLISiS. El arquero conoce la táctica del propio equipo y tiene la posibilidad de detectar el planteo de los rivales. Cristian Lucchetti es el capitán del “Decano”. la gaceta / (archivo)
24 Febrero 2019

“También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped”. Así comienza el texto El arquero, de Eduardo Galeano, quien realiza una radiografía perfecta de la posición del “loco” del arco.

Los arqueros son los extraños del equipo. Mientras sus compañeros patean la pelota cuando esta les llega, aquellos son los únicos que se desesperan por abrazarla. Tal es la desesperación de los “1” por tomar la pelota que se podría afirmar que es su verdadera amante, esa que siempre buscan tener abrazada junto a su pecho.

Sugerir que la literatura y el arco tienen puntos en común parece un disparate. Pero no lo es. Muchos escritores se sintieron atraídos por el puesto de arquero, al punto de dedicarle parte de su prosa. La magíster en psicología del deporte Julieta Combes argumentó por qué no suena disparatada esta relación. “Es posible que la literatura vea en el arquero a un héroe romántico, capaz de cambiar el curso de la historia. Basta recordar a (Sergio) Goycochea en el Mundial de Italia 90”, explicó.

El arquero es el “distinto” del equipo. Es el solitario, es el preso del área. Muchas son las ocasiones en las cuales se escucha o se lee sobre la mentalidad de estos jugadores. Mientras sus compañeros buscan a toda costa anotar un gol, los integrantes de este subgremio dentro de los futbolistas se convierten en los “malos” que quieren evitar que en el estadio resuene el grito más lindo de este deporte.

Premios Nobel de literatura comparten el amor por la prosa y por el arco

Antes de dedicarse a la narrativa y a la filosofía, el filósofo Albert Camus -Nóbel de Literatura en 1957- cuidó el arco de Racing Universitario de su Argelia natal (RUA). De allí su amor no sólo por el fútbol, sino también, y muy en especial, por el puesto de arquero. El diagnóstico de tuberculosis lo obligó a dejar tempranamente sus vuelos debajo del travesaño y a migrar a su segunda pasión: las letras. Pero en la Literatura, Camus siempre encontró un lugar para hablar del arco y del fútbol. “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol. Lo que aprendí con el RUA no puede morir”. Con estas palabras cerraba su artículo Lo que debo al fútbol, publicado en la revista France Football, en 1957.

También comparte la pasión por las letras y por el arco Vladimir Nabokov, autor de Lolita. En la Universidad de Cambridge, el ruso se terminó de enamorar del fútbol. En su autobiografía Habla, memoria dice: “de todos los deportes que practiqué en Cambridge, el fútbol ha seguido siendo un ventoso claro en la mitad de un período notablemente confuso”. Nabokov no sólo atajó en sus años universitarios. Luego de Cambridge siguió defendiendo el arco de un equipo de Berlín. En su autobiografía elogió el individualismo del arquero, el preso del área chica.

Günter Grass es otro premio Nobel de Literatura (1999) enamorado de la pelota. A diferencia de Camus y de Nabokov, el alemán nunca jugó de arquero. “Lentamente ascendió el balón en el cielo. Entonces se vio que estaba lleno el graderío. En la portería estaba el poeta solitario, pero el árbitro pitó fuera de juego”, dice el poema que le dedicó al protagonista del arco. Grass, quien vivió la segunda guerra mundial y la reunificación de Alemania, usó el fútbol para ilustrar la historia de su país y para demostrar que el este y el oeste tenían un amor compartido: la pelota.

Con la caracterización que este escritor hace de la posición se puede ver al arquero como el actor tragicómico del partido. Solo no puede ganar un partido, pero sí puede perderlo. Es verdad que su puesto requiere de menos físico que el de un carrilero, que debe correr de punta a punta la cancha. Pero el puesto exige una mayor fortaleza mental.

El arquero es el distinto, el bohemio del equipo, que siempre se diferencia de sus compañeros. Es el “halcón” que desde su propia área divisa el planteo táctico de los suyos y el de sus rivales. Generalmente el custodio del arco es uno de los veteranos del plantel, porque su posición necesita de madurez.

Esto queda en evidencia en nuestra provincia, donde los arqueros de Atlético y de San Martín son de los más maduros de sus respectivos planteles.

Cristian Lucchetti, con 40 años, y Jorge Carranza, con 37, son la voz de la experiencia. ”Laucha”, además, es el primer capitán del “Decano”; Carranza se coloza el brazalete de manera esporádica.

SOLITARIOS. Los arqueros suelen ser los jugadores más veteranos de cada plantel, ya que se necesita experiencia. Jorge Carranza (San Martín) tiene 37 años. clubatleticosanmartin.com SOLITARIOS. Los arqueros suelen ser los jugadores más veteranos de cada plantel, ya que se necesita experiencia. Jorge Carranza (San Martín) tiene 37 años. clubatleticosanmartin.com

Un puesto que despierta pasión en el Río de la Plata

“Siempre que participé en un partido de aficionados mi puesto fue el de arquero. Después de todo era una inclinación que iba a compartir con el ‘Che’ Guevara y con Albert Camus”. Orgulloso, el escritor uruguayo Mario Benedetti había contado esto en la revista colombiana Diners, en 2006. “Lamentablemente nadie ha dejado constancia de los balones que atrapé. Pero eso, como todos los arqueros lo saben, nunca es noticia”, había agregado. Antes, en 1999, había dicho a la revista El Gráfico: “me gusta ese puesto porque representa una figura especial dentro del equipo, aunque muchos dicen que es el peor. Cuando los compañeros meten un gol el arquero no puede festejarlo con ellos porque está muy lejos, y cuando le convierten uno está resignado a soportarlo en soledad”.

En la crónica La mejor de mi vida, Eduardo Sacheri cuenta esa atajada que todo arquero guarda en su corazón: “atajo desde siempre, o desde que descubrí que en el arco puedo ser distinto, necesario, útil a los míos. Atajo desde que me di cuenta, a los 10 años, de que para ser arquero lo más importante no es el talento sino las agallas, la voluntad, los huevos”.

Fanático de Rosario Central, Roberto Fontanarrosa fue otro escritor enamorado del puesto. “El Pacú será medio loco, pero es un arquerazo; es el mejor arquero de la liga, de eso no te quepa ninguna duda, y se nos viene a lesionar un día antes del partido con estos hijos de puta”, escribió en su cuento Pichón de Cristo.

No puede quedar afuera Osvaldo Soriano, autor, entre otros, de Arqueros, ilusionistas y goleadores (cuentos). “Faltaban jugarse 20 segundos (...) y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador, y el “Gato” Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente (...) de manera que el penal duró una semana y fue (...) el más largo de toda la historia (...). Los hombres formaban una larga fila para patearle penales (...) y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle...”, dice en el cuento El penal más largo en el mundo.

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