Isabel Aretz: a lomo de mula, recopilando música por Tucumán

Isabel Aretz: a lomo de mula, recopilando música por Tucumán

La prestigiosa investigadora, fallecida en 2005, fue contratada por la UNT en los años 40. Una charla que tuvo lugar en 1997.

Vidalas y ecos violineros vallistos le aroman el corazón hace más de cinco décadas. Los susurros tucumanos le alumbran la senda de su destino. Tras una larga ausencia, llega en el otoño de 1997, invitada por el Centro Cultural Rougés para abrir las Jornadas “La cultura en Tucumán y en el NOA”. Etnomusicóloga, compositora, formadora de investigadores, la labor incansable de Isabel Aretz se ha proyectado en Latinoamérica, alcanzando un notable prestigio. Los 88 años de anteojos locuaces, lúcidos, esperanzados, visten un sacón rojo. De pequeña estatura, su voz grave va dibujando sus pensamientos esa tarde del viernes 6 de junio.

- Siempre es importante que haya continuadores que sigan construyendo el camino desbrozado…

- Yo estoy en contacto con gente joven, que creo que llevará esto adelante. No debemos ser pesimistas. Veo que ahora están aprendiendo el folclore y en la Escuela Manuel de Falla, se ha formado una banda de sikus y los jóvenes están avanzando en esto. Los otros días vino a visitarme una compositora y directora de orquesta joven y ella ya empezó a componer usando elementos latinoamericanos. Soy muy optimista con el futuro de Argentina; creo que hemos vivido una época para modernizarnos, para ponernos al día, pero ahora con todo lo malo que nos ocurre, hay que salir adelante con lo bueno. La gente tiene que darse cuenta de que tiene que prepararse bien, ya no sirve ser aficionado, ahora hay que ser profesional en todo, de modo que el mismo pueblo debe trabajar para ganar el sustento, pero dedicar unas horas a la cultura y a mejorar lo que está haciendo.

- Yupanqui, figura fundamental de nuestra música popular, se emponchó con los vientos americanos…

- Tengo un recuerdo estupendo de él porque estuvo en nuestra casa. Me pareció un difusor estupendo de nuestra música y la hacía muy bien. Eso es lo que hay que hacer, no desvirtuar la música, sino tomarla en su esencia y ejecutarla con los mejores instrumentos, las mejores voces, y difundirla porque es una música bellísima, igual que la de los aborígenes. Los compositores ultramodernos usan la música disonante, no hay ningún problema en aceptar la música aborigen que no tiene las afinaciones europeas.

- Tuvo afortunadamente un maestro que le marcó el rumbo…

- Desde niña estudié piano. Cuando egresé del Conservatorio López Buchardo, como todos los alumnos, tenía que escribir una escena de ópera y me inspiré en un compositor europeo, nuestra formación era totalmente europea. Yo era compositora y pianista. Mi mamá me señaló una conferencia de Carlos Vega en la que iba a hablar de música incaica. Fui, anoté las melodías pentatónicas y cuando terminó la conferencia, Vega se me acercó y me dijo: “Señorita, veo que usted tiene interés en esta música. Puede visitarme en el gabinete de musicología aborigen”. Me di cuenta de que había un mundo nuevo: el de los incas, la escala pentatónica de toda esta música americana que yo ignoraba. Porque, desde luego, en el Conservatorio me habían enseñado escalas griegas, asiáticas, pero de América nunca me habían hecho nada. Dejé la carrera de concertista de piano y me dediqué a la etnomusicología. Fui ayudante de Vega y trabajé seis años gratis en su instituto.

- ¿Cómo se produce su desembarco en Tucumán? ¿Cuándo la Universidad le edita su valioso libro?

- En el año 40 conocí a Juan Alfonso Carrizo y entonces vino la idea de que yo recogiera la música de las provincias en las cuales él había recogido la poesía. Porque la poesía se canta, entonces lo lógico era recoger la música antes de que se perdiera. Entonces el doctor Ernesto Padilla y Alberto Rougés me pidieron que hiciera ese trabajo. Conseguí un grabador porque en esa época todo era muy difícil y vine a Tucumán a recopilar la música. Durante cuatro años estuve viajando por Tucumán a lomo de mula y recopilé la música folclórica, la del pueblo. Había un montón de arpistas, música religiosa, todo lo que está en mi libro “Tucumán”, que se publicó a fines del 46. Así me inicié yo. En el 44 conseguí un puesto al lado de Vega en el Instituto. En el 46 había venido un becario de Venezuela, un muchacho muy talentoso a estudiar con Vega y también conmigo porque Vega viajaba mucho. Y cuando regresó a Venezuela se llevó mi libro “Tucumán” que se acababa de publicar. Entonces Juan Liscano que es un gran poeta y que aún vive (había fundado un servicio de investigaciones folclóricas), le dijo que tenía que llevarme.

- Y partió a Caracas…

- Cuando llegué, Luis Felipe Ramón y Rivera me presentó como su novia. El gobierno de Venezuela le pidió al argentino ayuda para que yo fuera por seis meses. Ahí iniciamos la investigación de todo el país, pero cambiamos los métodos porque aquí recopilábamos la música que se cantaba, pero en Venezuela teníamos que recopilar toda la cultura del pueblo. Entonces empezamos a trabajar la música en la cultura, es decir, estudiábamos la vivienda, cómo se fabrican los instrumentos, la artesanía, toda la parte espiritual: la música, la poesía, los bailes, las creencias, la religión folk que le llamamos, que tiene muchas creencias diferentes. Obtuvimos la beca Guggenheim: trabajamos en Centroamérica, en Ecuador, fuimos al África, vinimos a Buenos Aires.

- ¿La globalización atentará contra las tradiciones?

- La tradición nunca se pierde porque hay pueblos que la viven y la conservan. Lo que pasa es que hay mucha gente que no se anima a hablar de ella. Nosotros tenemos folclore en nuestras casas todos los días del año, tanto en la ciudad como en el campo. ¿Acaso no tenemos comidas típicas como las empanadas? La tradición se va armando también: hay una tradición del fútbol, del tango... porque no pensemos que la tradición es solo música, es todo aquello que el pueblo ha creado y que lo diferencia de los demás. Cada pueblo tiene una personalidad y eso entra en la tradición. No hay que restringirse a la música. Ahora desde que se inventó la grabación, empezó un comercio de la música, entonces a la música tradicional la llamamos folclórica. Es al revés de lo que mucha gente piensa; se cree que la música era folclórica y ahora debe ser popular. La música siempre fue popular, hasta tuvimos que llamarla folclórica para diferenciarla desde que se comercializó.

- ¿Cuál es la importancia de las raíces culturales?

- El folclore viene del campo a la ciudad, cada vez de más adentro, de las montañas, y lo popular va de la ciudad al campo y trata de barrer el folclore porque los hijos de los campesinos creen lo que llega de ciudad es mejor, que lo que saben sus padres es anticuado, pero no es tal. Para que un país o un continente tengan personalidad es necesario apoyarse en las raíces culturales. Los africanos son africanos, los asiáticos son asiáticos, los europeos son europeos y los americanos somos europeos, pero tenemos raíces que los estudiosos, los folclorólogos hemos estudiado y sobre esas raíces hay que construir una Argentina nueva, una América Latina nueva.

- ¿El folclore es estático o siempre se halla en movimiento?

- El folclore está en evolución. Los campesinos conservan su folclore y hay que estudiarlo en todas las generaciones, porque hay uno de los viejos, otro de los jóvenes y también de las madres que cantan canciones de cuna a sus niños cuando nacen.

> TRAYECTORIA
Recibió el premio Konex de Platino en 1999

Etnomusicóloga, pianista, compositora (14/4/1909-1/6/2005), Isabel Aretz nació y murió en Buenos Aires. Investigadora infatigable, docente en el país y el exterior, autora de más de 25 libros sobre etnomusicología, estudió y recopiló la música tradicional argentina y latinoamericana, los instrumentos musicales autóctonos, y las artesanías y costumbres de los pueblos prehispánicos del continente. Egresó del Conservatorio Nacional como profesora de piano y composición, y se graduó de doctora en Música en la Universidad Católica Argentina. Estuvo vinculada a la Universidad Nacional de Tucumán en la década de 1940. Fue autora de diez obras de orquesta, así como piezas de música de cámara. Recibió el Premio Konex de Platino en 1999.

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