El peronismo, en modo “capacidad de daño”

El peronismo, en modo “capacidad de daño”

El 17 de octubre dejó una certeza: la interna en el oficialismo puede poner en riesgo la gobernabilidad de la provincia. El nivel de afectación dependerá de cómo se encamine la hoy tensa relación entre la dupla Manzur-Jaldo y Alperovich. El senador puede dañarla si decide romper con el peronismo y jugar por fuera del PJ; mientras que, de aquellos dos, será Jaldo a quien le corresponderá garantizarla desde el plano político e institucional, luego de convertirse y ser ratificado como el principal escudero territorial del gobernador. El diálogo entre las partes no es posible por el momento. Está roto, y sin puentes. La apertura de posibles negociaciones correrá exclusivamente por cuenta del ex gobernador a partir de las definiciones electorales del Día de la Lealtad. La movida que sigue es la suya. La expectativa por lo que hará incluye a su propia tropa. En el Hipódromo, Manzur lanzó la fórmula en sociedad con Jaldo para competir otra vez por la gobernación en 2019 y dejó en la gatera a Alperovich, quien, si resuelve dar pelea, empezará a correr desde atrás.

Al anunciar que irá por la reelección Manzur se instaló en un escalón del que ya no puede bajarse, menos tras comunicarlo casi por cadena nacional desde el principal acto evocativo del peronismo en el país. Volver atrás sería un papelón. Tampoco puede cerrar la puerta a eventuales charlas con su mentor, de quien -se sabe- no desea distanciarse definitivamente. Tiene que gestionar la provincia durante un año más. Pero al blanquear que aspira a seguir en la Casa de Gobierno, clausuró el primer puesto para Alperovich, por lo menos desde el oficialismo. El senador tiene la palabra. Desde el miércoles centra la atención. Por lo menos, la de los peronistas y la de los opositores provinciales. Y también la del poder central que, seguramente, calculará la conveniencia de la aparición de una candidatura del ex mandatario en el escenario electoral de 2019. Cambiemos no puede permanecer indiferente ante esa posible postulación porque puede resultarle funcional. Si se da, claro.

Alperovich entendió el mensaje que le enviaron sus (¿ex?) socios porque supo gozar de los mismos privilegios a la hora de disputar el poder: contar con la lealtad de los “institucionalizados”, que son aquellos que responden solamente al uno por el cargo estatal que ocupan. Dependencia política por razones institucionales; o simbiótica relación institucional por necesidades políticas; o como sea. El proceso vuelve a repetirse en el partido del Gobierno. Es algo natural en el peronismo. El propio parlamentario nacional supo explotar esa condición interna para gestionar el PJ desde el PE y hacerlo funcionar según sus conveniencias y necesidades políticas. Nadie lo desconoce ni puede hacerse el desentendido al respecto.

Tanto es así que no es necesario exigir una pública lealtad a los afiliados que desempeñan funciones en el Estado, puesto que la fidelidad se asume tácitamente en el justicialismo cuando quedan definidas las conducciones. Y la sociedad Manzur-Jaldo es más que una fórmula electoral: es la dupla destinada a quedarse con la estructura partidaria en marzo próximo. En ese marco interpretativo, en adelante, quien desde un puesto político dependiente del Ejecutivo ose proclamarse alperovichista, ya sabe qué camino tomar. Ni falta hacen las advertencias, ni tampocoque se demanden nuevas credenciales de manzurismo explícito. El mecanismo está en los genes de los compañeros.

Sin embargo, por ahora no habría “atrevidos”. Los alperovichistas deberán permanecer agazapados -aunque identificados-, a la espera de que el propio senador decida qué hacer. Después de su señal se verificarán las acciones. Las opciones se reducen a “romper e irse” o “negociar y quedarse”. Lo que resuelva marcará el destino de sus simpatizantes. Si bien hay tensión en el mundo peronista, el estallido de la fractura no será provocado en principio desde el Ejecutivo. En el Gobierno aguardarán los próximos movimientos del senador para adoptar medidas porque, como se dijo al inicio, no es sólo cuestión de dirimir una interna, sino que en el medio quedará entrampada la gobernabilidad provincial. Y al oficialismo no le resulta gracioso la salida de otro contrincante, menos todavía de uno surgido de sus entrañas y que conoce todas sus mañas.

En ese sentido, la situación más cómoda para el manzurismo-jaldista es que Alperovich no cruce el cerco y que se mantenga en el redil. Algo así implicaría negociaciones para una nueva redistribución de los espacios de poder; más para unos, menos para otros. La pregunta es si el senador, después de haber comunicado por boca de terceros que quiere recuperar el sillón de Lucas Córdoba, y luego de que sus seguidores hayan pintado algunas paredes en su favor, se animará a mostrar que está dispuesto a regresar sobre sus pocos pasos y renunciar a sus supuestas pretensiones de enfrentar por fuera del peronismo a Manzur. Están midiendo su capacidad de daño, propios y extraños.

Alperovich también debe observar el horizonte y analizar sus posibilidades de éxito. Las ansiedades pueden jugarle en contra. Si hace lo que recomienda el manual debería pisar la pelota y jugarla en su propia área, al estilo Barcelona. Si se va, ya sabe a qué atenerse: a soportar la presión de la “institucionalización” masiva de los dirigentes que ocupan cargos en el Estado; a la expulsión de los que se manifiesten en su favor; y a la anulación de todos los favores que pueda recibir desde el Ejecutivo para su accionar político. Como aquel polémico decreto 41/1 del 29 de octubre de 2015 por el que se lo designó como asesor del Ejecutivo con rango de ministro: los gastos emergentes de sus tareas corrían por cuenta de una cuenta presupuestaria específica de Ejecutivo. No podrá esperar compasión desde el momento en el que resuelva convertirse en un adversario -“enemigo” para el oficialismo- del peronismo en 2019.

Sin embargo, la posible confrontación también vendrá con contraindicaciones para el oficialismo. Algo que saben Alperovich y los propios integrantes del Gobierno. Se pueden sintetizar en un concepto que en el peronismo adquiere un significado especial: contención. No es una palabra para interpretar en su versión sentimental, sino para prestarle atención desde el más puro y descarnado pragmatismo político. En esa línea, el oficialismo, más allá de la institucionalización política de los funcionarios, debe tener márgenes para “contener” en sus filas a los institucionalizados; cobijarlos para evitar las posibles fugas y darles la cobertura suficiente para que no cedan a las tentaciones extrañas. En la medida en que avancen los días, las ansiedades aumenten y la contención se demore y no sea la que se requiera, los descontentos tendrán una alternativa o un paraguas para poder protegerse; o por lo menos un lugar para amenazar con acudir para obtener precisamente lo que se les estaría negando desde el oficialismo. No es nuevo. Es práctico. En sencillo.

Ahora bien, ¿Alperovich tiene esa capacidad de contención? ¿Podrá abrazar a los heridos y mitigar sus necesidades de afecto político? O más aún, ¿los podrá seducir para que jueguen con él durante el año próximo? Preguntas que sólo podrán responderse en concreto si el senador finalmente rompe el cerco y abandona el trípode de poder oficialista. Ese espacio donde, desde el miércoles, ocupa el tercer puesto. Fue relegado al último lugar en la sociedad. ¿Lo admitirá? No debe resultar fácil de digerir que lo desplacen después de haber disfrutado de las mieles del poder durante 12 años; de tener que hacer banco a la espera de regresar a la titularidad que hoy se le niega; y de haberse acostumbrado a manejarse casi con poder absoluto.

El ex titular del PE interpretará que está en un nivel superior al de Manzur y que no puede ser condenado a competir la ascendencia territorial con Jaldo. Con el vicegobernador tiene hasta diferencias personales. El tranqueño, mientras tanto, entiende que hoy está un escalón por encima de su ex jefe. Las reglas del juego han cambiado desde el miércoles, y Alperovich sólo las puede aceptar o rechazar.

Lo que no se puede dejar de considerar es que el gobernador se comportó con él de una manera muy diferente a la que el senador ensayó con su antecesor, Julio Miranda. El día de su asunción, Alperovich habló de los niños desnutridos fijando distancias con quien le dejaba su lugar. Tanto fue el revuelo interno que Eduardo Duhalde -presente en la ceremonia- invitó a Miranda a asumir rápidamente en el Senado porque -se dice que habría dicho- el nuevo gobernador lo iba a meter preso. Manzur aguardó tres años para diferenciarse del actual senador. Y no lo maltrató: decidió tratar de repetir en su cargo cuando Alperovich dio a entender que iba a pelear por la gobernación y por fuera del PJ.

A principios de año se deslizó que el titular del PE, en rueda de colaboradores y como anticipando su decisión, señaló -medio en broma y medio en serio- que “el paisano no devuelve el regalo”. Y no lo devolvió: decidió quedárselo. Se le animó a Alperovich.

En 2003, un referente del corazón del mirandismo se animaba a decir que lo que estaban haciendo -convirtiendo a un radical en gobernador de Tucumán- era “prestarle el partido a Alperovich”. El ex mandatario usufructuó esa situación. Hasta sentó a su esposa, Beatriz Rojkés, al frente del PJ. Ella se impuso en las urnas sobre un dirigente de apellido tradicional en el justicialismo: Juri.

En estos días, Manzur, como si se desempolvara aquella afirmación, apeló al sentimiento peronista y recalcó, cual si el destinatario fuera su mentor, que los peronistas sólo votan peronistas. En el Día de la Lealtad no sólo lo dejó fuera del acto, sino que lo puso fuera de la órbita del peronismo. Apuntó a mostrarle que no tiene posibilidades de pescar adhesiones en el peronismo. Por ahora son palabras.

Precisamente, las palabras pueden llevar a un eventual diálogo para evitar el conflicto. Pero ese eventual diálogo, si se produjera, no evitará que antes cada parte trate de fortalecerse para no sentarse a negociar desde una posición de debilidad frente al adversario. También de manual. En los próximos meses se pondrán en juego, tanto para negociar como para finalmente confrontar, las capacidades de daño de cada lado. Es decir, quién puede afectar más las capacidades de atracción de simpatizantes y reducir las posibilidades de maniobras políticas del otro. Puede ser una guerra subterránea o desembozada. Si el objetivo es acumular poder para negociar no podrán cruzar ciertos límites, porque en el afán de medirse para debilitarse corren el riesgo de llegar a un punto sin retorno.

En fin, ¿quieren negociar o quieren romper?

Para el Gobierno, lo mejor es que el senador renuncie a sus aspiraciones. Claro, después de haberlo relegado al tercer lugar. En esa línea, a la última palabra la tendrá Alperovich. Como tal, puede elegir el tiempo que más le convenga a sus intenciones para desnudar sus pretensiones. Si rompe en los próximos días o semanas, pero antes de fin de año, significará que tiene confianza en su operativo retorno y que no duda de su capacidad de dañar al oficialismo es tanta como para afectarlo electoralmente.

En el PE también están confiados en la propia capacidad de afectar al senador y para cercarlo y reducirlo para que no sea una molestia. La ratificación de la dupla Manzur-Jaldo de ir por la reelección lo dejó en claro.

Una última consideración. A más de los “institucionalizados”, un hecho colorido si se quiere (o de la gobernabilidad en juego, también) consiste en que en el peronismo algunos no sólo están armando sus jugadas en función de los comicios de 2019. También están viendo un poco más allá: hacia 2021 y hacia la sucesión de 2023. Intereses personales a largo plazo, que les dicen.

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