Florencia Canale: “Urquiza copió a Rosas”

Florencia Canale: “Urquiza copió a Rosas”

La escritora marplatense, autora de numerosos best-sellers, vuelve a sumergirse en la vida de uno de los protagonistas de nuestra historia con Salvaje. Urquiza y sus mujeres, un libro que muestra que el entrerriano fue mucho más que el vencedor de Rosas. “Me interesaba ver cómo franqueaban la represión”, dice sobre las mujeres de la época.

07 Octubre 2018

Por Dolores Caviglia

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Más de 30. Más de 50. Más de 70, de 100. El mito crece con el tiempo, como si los años pudieran cambiar la realidad. La cantidad de hijos que tuvo el caudillo Justo José de Urquiza, varias veces gobernador de Entre Ríos y presidente de la Confederación Argentina en 1854, es sólo uno de los temas que Florencia Canale abordó en su último libro, en el que también habla del Urquiza empresario, del patriota, del federal, del megalómano, del hombre con visión de país que hizo mucho más que ganar batallas. Luego del éxito de Pasión y traición y de la saga sobre Juan Manuel de Rosas, la autora se atreve a desandar los pasos de aquel que derrotó al Restaurador de las leyes en Salvaje. Urquiza y sus mujeres.

No es una biografía. Tampoco una narración de sucesos inventados. La novela histórica de Canale es una mezcla cuidada del pasado argentino con entredichos amorosos y no tanto que quizá fueron así, que tal vez no. Acostumbrada a contar el pasado, en diálogo con LA GACETA Literaria reconoce: “Vivo bastante tomada por ese siglo. Es muy difícil. La realidad me es hostil. A veces la escritura me incomoda, pero la literatura me resguarda, me salva, me cuida. Disfruto de un modo masoquista el proceso de quedarme sentada un año escribiendo. Es una pulsión vital. Escribo porque estoy viva”.

- En los agradecimientos al libro dice que a Justo José se lo regalaron. ¿Cómo fue eso?

- Me lo regaló una amiga. Estaba escribiendo sobre Rosas y ella en un momento me dijo que el próximo tenía que ser Urquiza. Y pensé que sí, que estaba muy bien. Tengo gente generosa que me recomienda temas y también lectoras que me piden que escriba las novelas de tal y cual. Y soy absolutamente receptiva. Cuando acepté la idea de mi amiga, la pasé a mi cuaderno, ese en el que tengo todo y no sale de casa. Así empezó.

- ¿Fue una investigación muy larga?

- Empecé cuando terminé el tercer libro de Rosas. Estaba decidida y busqué todo el material que pude. Fue un proceso el ir enamorándome de Urquiza porque es él quien derrota a Rosas y en un principio sentí que lo estaba traicionando. Fue un año de investigación y un año de escritura con la ayuda de un historiador, Diego Arguindegui, que es mi maestro. Con él converso, aprendo. Es mi guía, mi descanso. Mientras escribía seguía leyendo, seguía buscando. Es un proceso de amasar, procurar que la masa esté a punto. Y de repente Urquiza me empezó a tomar. Lo quise con sus sombras, con su oscuridad. Me pareció deslumbrante, un estadista con visión de país y con una anticipación increíble. Y me dio ternura, curiosidad y furia. Fue un gran acumulador: de tierra, poder, dinero, mujeres. Un voraz. Un insatisfecho.

- ¿Cuáles son los reparos que toma para que ni un detalle quede fuera de época?

- Trabajo mucho. Trabajo el lenguaje de forma muy meticulosa. Ninguna palabra de otro tiempo puede estar metida en ese lugar. Necesito que la voz de estas personas sea aquella voz, que las costumbres sean esas. Intento reconstruir la época lo más fidedignamente posible. Se puede porque hay documentos, mapas, catastro. Tengo libros muy preciosos que se ocupan de las costumbres, las vestimentas, la comida, los juegos.

- ¿Y de qué forma lidia con la barrera entre la historia y la ficción?

- Tengo límites. El artificio del género, los diálogos, ciertas situaciones son parte de la novela. No tengo desgrabaciones. Pero sí están las cartas, que son esas y son generosas; así les escucho la voz. Es un ejercicio ya entrenado. Por ejemplo, ya sé que San Martín decía muchas malas palabras, que Belgrano era elegante, que Rosas era más campechano, que Urquiza era un romántico extraordinario. Ahí doy con los modos. Pero tengo límites porque les tengo respeto, por eso hay zonas que no paso. Como en las escenas sexuales. Yo cierro la puerta, intento guardar la intimidad. Sugiero. Hay situaciones, hay faldas, ruedos, manos que suben y bajan. Pero con eso es suficiente. Y tampoco invento momentos de la historia, no hay batallas de más, no traigo gente del pasado ni del futuro. Es una novela histórica.

- ¿Por qué atrae tanto el amor?

- Es como la sangre. Somos sujetos y objetos amorosos. Ya nos lo contó Platón en El banquete. Somos amado o amante y de eso no podemos salir. Y las mujeres tenemos un asunto con el amor. Somos diferentes. Amamos diferente. Somos circulares, laberínticas… Deberíamos amigarnos con eso. Hay que encontrar por dónde transitar el camino y tratar de no depender, que es lo que nos enseñaron toda la vida, a ser “la señora de”.

- ¿Cómo llevaban las mujeres de Urquiza sus modos?

- Me pareció interesante la aceptación que mostraban, casi sin reclamo. Él se iba y no armaban escándalo. Me llamó la atención la resignación. En el siglo XIX no había manera de que ellas pudieran actuar. Eran mujeres que bancaban la decisión del hombre de ser las elegidas por determinado tiempo. Y les costaba tener conciencia de sí. Las mujeres de clases más bajas tenían un poco más, sabían de seducción, de sexualidad. Pero las otras estaban reprimidas. Me interesaba ver cómo se franqueaba esa represión. Quería contar las decisiones de las mujeres, que cumplían en general la orden del padre. Algunas desafiaban, algunas no. Las menos eran atrevidas. Estaban atrapadas en su tiempo. Y eso es injuzgable.

- ¿Quién es Urquiza como figura política?

- Es el que derrotó a Rosas y a medida que iba leyendo iba entendiendo que Urquiza se había quedado enamorado de Rosas. Lo copió en todo. Pero en un momento desde su entorno le empezaron a decir que él era el elegido. Eso le engrosó el ego, era un gran narcisista, como todos estos próceres. Además, Urquiza tuvo una visión de país, instaló la Constitución, la peleó. Por supuesto que hubo situaciones irregulares, dinero que era para el estado y se quedó él. Pero hizo mucho por su provincia, por la educación, por la cultura. Entre Ríos creció mucho gracias a él. Y eso que no fue un convencido de la causa desde el día uno. Se montó. Un poco como Rosas, que era un estanciero. En la familia Urquiza el político era su hermano, él andaba de juerga por la vida.

- ¿Qué lugar ocupa hoy su figura en la historia argentina?

- No está ubicada donde debe estar. Lo que se sabe es que fue quien derrotó a Rosas. Nada más. Pero fue mucho más. Que los antirrosistas lo tomen como héroe me parece poco. Lo toman como el gran salvador pero no entienden nada. Ellos eran camaradas y por los sucesos de la historia Urquiza tomó el mando, porque la centralidad de Buenos Aires estaba acogotando al resto. Pero nunca es tarde para estudiar nuevamente. Para pensar qué nos pasa hoy.

- ¿Cuáles son aquellas similitudes con la actualidad?

- Veo que las luchas entre hermanos no nos llevan a nada, sólo a que corra sangre, a que corra dolor. Me parece que lo que tenían estos señores era la visión de construir una nación, una ambición universal más allá de los propios intereses, que también existían. Es fundamental revisar nuestro ADN. Viene desde el 1800.

© LA GACETA

> PERFIL

Florencia Canale nació en Mar del Plata. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como periodista en Noticias, Gente, Siete Días, Veintitrés e Infobae, entre otros medios. Pasión y traición, su primera novela, fue un gran éxito editorial con nueve ediciones publicadas y más de 50.000 ejemplares vendidos. Luego vendrían otros éxitos como Sangre y traición; Sí, quiero; Amores prohibidos y Lujuria y poder.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios