Paul regala discos para un mundo que cada vez escucha menos discos

Paul regala discos para un mundo que cada vez escucha menos discos

Mientras los artistas viven de los singles y Spotify se consagra a las listas de reproducción, McCartney sigue fiel al servicio de los viejos tiempos.

NUEVAMENTE EN LA RUTA. Paul saldrá de gira con “Egypt Station”. NUEVAMENTE EN LA RUTA. Paul saldrá de gira con “Egypt Station”.

Becky G no necesita sacar un disco. Veinte millones de oyentes visitan sus temas mensualmente en Spotify y el video de “Mayores”, a dúo con Bad Bunny, pasó largamente los 1.000 millones de reproducciones en YouTube. Lo más parecido a un disco que ofrece Becky G (Rebecca Gómez, según el documento) es “Play it again”, un EP de cinco tracks que no llega a los 25 minutos. La industria musical anda a la caza de las/los Becky G del momento, fenómenos de construcción instantánea para alimentar una maquinaria que hace rato vive del streaming. A ese mundo sigue regalándole discos Paul McCartney. Discos físicos, en CD o en lujoso vinilo, con booklets y arte de tapa. Obras conceptuales que se resisten a la vitrina del museo, por más que ese parezca ser su destino. “Egypt Station”, flamante disco de Paul, es buenísimo.

Lo del regalo de su incesante producción al mundo no deja de ser metafórico, porque cada vez que sacamos dinero de nuestro bolsillo para meterlo en el de Paul se esfuma la ilusión de la gratuidad. Pero en una sociedad convencida de que pagar por los consumos culturales es una injusticia -y ese es uno de los efectos más nocivos de la web- comprar un disco de Paul se amortiza con la velocidad de un par de escuchas. Duele menos en el presupuesto y termina saliendo barato. A la larga, no es tan metafórico.

De los 17.300 millones de dólares que la industria de la música recaudó el año pasado apenas el 16% correspondió a los discos que se levantan de la batea. Es una curva cuyo descenso nunca deja de detenerse. El streaming aportó casi el 40% de esa torta, con una poderosa incidencia de los singles en el desagregado. Es porque la retracción en la edición de discos no se limita al formato físico. Los artistas han sintonizado la misma antena que guió a Elvis Presley o a Chuck Berry. Graban simples, con la diferencia de que Elvis y Berry dependían de la radio para la difusión, mientras que Becky G y sus compañeros de ruta viven de las redes sociales y de las plataformas on line. Es un regreso a las fuentes del pop.

Pero Paul es demasiado grande como para quedar atrapado en un bucle temporal de esa naturaleza. Lo suyo es “Egypt Station”: 16 tracks cruzados por el brillo de líricas y melodías con una impronta postbeatle que sólo un beatle puede alcanzar. Y es otra pieza de un puzzle apabullante, conformado por 18 discos solistas de puro pop rock, otros siete con Wings, más sus incursiones en la música clásica y todo lo que grabó en el terreno de la colaboración y/o la experimentación. Si contar lo hecho antes de 1970, claro.

“¿Necesitamos otro disco de Paul McCartney”, título un crítico su reseña de “Egypt Station”. También cabría la pregunta: ¿por qué (no) otro disco de Paul McCartney? El secreto a voces que estructura la carrera de Paul son las canciones que viene componiendo desde antes de que nacieran los padres de Becky G. Si “Egypt Station” rebosa de buenas canciones es porque Paul continúa empeñado en explicarles a artistas que podrían ser sus bisnietos de qué va esto de la música popular. Y lo hace -siempre lo hizo- en un estudio o arriba del escenario. Eso contestaría la segunda pregunta. La anterior, la de si necesitamos -como audiencia global- otro disco de Paul, es interesante porque se trata de un cuestionamiento que va de lo estilístico, ese Paul que se repite en sus formas y sus fondos como un loop de carne y hueso, a lo que Paul representa como marca y a la experiencia de venir escuchándolo desde hace seis décadas. Las respuestas, en este caso, son absolutamente personales.

Paul grabó “Chaos and creation in the backyard” mano a mano con Nigel Godrich, el productor -entre otros- del “OK Computer” de Radiohead. Fueron sesiones explosivas. Paul tocaba o cantaba algo y Godrich lo toreaba: “¿y a vos te parece que un beatle puede hacer algo como eso?” Entonces Paul se enojaba, levantaba la vara y salían esos arreglos que Godrich le iba rasqueteando. La experiencia, tan intensa, dejó un disco bellísimo, pleno de introspección y a la altura de Paul. “Egypt Station” transcurrió por carriles más amables y por eso luce mucho más luminoso, aunque “I don’t know” no deja de ser una balada tan sentida que hubiera encajado en “Chaos...”.

Uno de los mejores shows que pueden disfrutarse por estos días en Europa es el de Nick Mason’s Saucerful Of Secrets. Mason, baterista de Pink Floyd, armó una banda con la que se lanzó a tocar los clásicos de la primera época, casi todos compuestos por Syd Barrett. Mason tiene 74 años, tres menos que Charlie Watts, que sigue batiendo parches con los Stones. Paul anda por los 76 (y Ringo por los 78). Los conciertos que brindan todos estos señores muy mayores son los que recaudan plata grande. Paul saldrá de gira para presentar “Egypt Station”, por supuesto, aunque los motores los calentó a su manera, porque además de ser un genio de la música lo sabe todo en materia de marketing.

Los temas de “Egypt Station”, además de los incombustibles clásicos que lleva Paul en la alforja, sonaron nada menos que en la Estación Central de Nueva York. Allí tocó Paul durante casi dos horas, frente a una selección de invitados que incluyó a Meryl Streep, Jimmy Fallon y -el infaltable toque beatle- Sean Lennon. La humanidad le abofeteó el profesionalismo a Paul, que se equivocó un par de veces en el arranque de “Blackbird”. Más que perdonarle la pifiada, el público la aplaudió.

Mientras recorre la ruta suele componer, lo que subraya la certeza de no habrá último disco de Paul hasta que se haya marchado. Y el canto del cisne se adivina lejano, por más que la biología le juegue en contra. Pero, ¿quién diría que la naturaleza de “Egypt station” corresponde al esfuerzo de un hombre de 76 años? El 17 de enero, el Indio Solari cumplirá los 70. Todavía estará calentito “El ruiseñor, el amor y la muerte”, magnífico álbum que dio a luz hace cuestión de semanas. Como Paul con Becky G, el Indio convive en el habitat artístico vernáculo con -por ejemplo- el trapero Paulo Londra (sí, el de “Nena maldición”), que nunca editó un disco pero reina en Spotify sin necesitarlo.

La coyuntura histórica es fascinante, más allá de los gurúes que han decretado la muerte del rock (¿por qué no, si a fin de cuentas Nietzsche ajustició al propio Dios?) o al menos lo mandaron al freezer hasta que surja algo interesante. Se escucha más música porque es más fácil, pero eso no quiere decir que la música sea buena. La ecuación, tan simple, cambia un poquito cuando un disco, tan ¿obsoleto? en su lógica, consigue el milagro de emocionar.

> “Egypt Station”
“Greg es un genio. Tiene una intuición en materia de sonido que no se la había conocido a nadie”, sostuvo Dave Grohl tras la grabación de “Concrete and gold”, el disco editado por Foo Fighters el año pasado. Hablaba de Greg Kurstin, el productor estrella elegido por McCartney para que piloteara “Egypt Station”. Kelly Clarkson, Lilly Allen, Adele y Sia conforman la punta de lanza de una interminable cantidad de artistas con los que Kurstin viene acumulando éxitos y premios. Quince de los 16 temas que integran “Egypt Station” fueron producidos por Kurstin; al restante, “Fuh you”, le puso el moño Ryan Tedder. El arte de tapa del disco (foto) está estructurado a partir de una pintura del propio Paul.

> Los 18 álbumes en la carrera solista de Paul

- McCartney (1970)
- Ram (1971)
- McCartney II (1980)
- Tug of war (1982)
- Pipes of peace (1983)
- Give my regards to Broad Street (1984)
- Press to play (1986)
- CHOBA B CCCP (1988)
- Flowers in the Dirt (1989)
- Off the ground (1993)
- Flaming pie (1997)
- Run devil run (1999)
- Driving rain (2001)
- Chaos and creation in the backyard (2005)
- Memory almost full (2007)
- Kisses on the bottom (2012)
- New (2013)
- Egypt Station (2018)

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