Lo duro de volver a la rutina

Lo duro de volver a la rutina

PASÓ Y... La alegría por el título de Francia le duró poco a Macron. reuters PASÓ Y... La alegría por el título de Francia le duró poco a Macron. reuters

¿Cuánto dura la borrachera de un Mundial? Para los argentinos, claro, eliminados rápido, duró demasiado poco. Si hasta hubo hinchas que, ilusionados tras el triunfo ante Nigeria, viajaron a último momento y, cuando llegaron a Rusia, la Selección ya estaba eliminada. Ya se ha escrito mucho -y también en esta columna- sobre la borrachera mundialista que sirve para tapar agujeros en otros escenarios solo por el tiempo que dura la euforia, que suele ser siempre breve. Porque apenas se apagan los fastos, la realidad irrumpe otra vez. Pero lo que está sucediendo en estos días en Francia, justamente el país campeón, desnuda como pocas veces antes que la pelota no solo encubre de modo fugaz, sino que, peor aún, en algunas ocasiones, también destapa.

¿No fue acaso ayer la final de Moscú? ¿El triunfo 4-2 ante Croacia y aquella foto del presidente Emmanuel Macron rompiendo todos los protocolos y celebrando de modo llamativo y ruidoso en el palco oficial del estadio Luzhniki, ante las miradas sorprendidas del anfitrión ruso Vladimir Putin y del titular de la FIFA Gianni Infantino? Ni siquiera se animó a tanto la presidenta croata Kolinda Grabar Kitarovic, y eso que ella fue al palco con la camiseta de su selección. Sin saco, pero con el nudo de la corbata siempre impecable, Macron saltó en cambio de su silla, lanzó un puño al aire y justo allí, detrás suyo, inmortalizando su gesto teatral, había un fotógrafo. La imagen fue más publicada que la del propio Antoine Griezmann levantando la Copa. Después, bajo la lluvia, Macron se abrazó con cada jugador. Y bajó al vestuario para bailar el “dab dance”, la celebración de Paul Pogba cuando hace un gol. La fiesta, claro, siguió cuando el equipo llegó a París. Allí está todavía Macron repitiendo el dab dance con los jugadores campeones en Rusia. Feliz.

Apenas dos días después, el 18 de julio, el diario “Le Monde” identifica a un agente que golpea a dos manifestantes en plena protesta del 1 de mayo de 2018. Ese día hubo protestas sindicales contra la política de ajuste del gobierno, desbordadas por encapuchados del movimiento Bloque Negro, que dejaron 200 detenidos, cuatro heridos, destrozos y críticas a Macron, tan despreocupado de todo que estaba de gira por Australia, donde ratificó sus recortes. El video estuvo siempre en Youtube, pero todo estalló el 18 de julio cuando lo publicó “Le Monde”. El video fue filmado por un militante de Francia Insumisa, plataforma política de izquierda que había apoyado en las últimas elecciones al candidato opositor Jean-Luc Melenchon. No mostraba imágenes mucho peores de represión policial que hemos visto miles de veces. Lo particular era el agente. Parecía un policía de civil protegido por la Policía Nacional Francesa. “Le Monde” lo identificó como Alexandre Benalla, a cargo de la seguridad del Presidente.

Así, el político que más parecía aprovechar el Mundial de Rusia, está hoy atravesando su primera crisis seria, con su proyecto de reforma constitucional frenado por el Congreso, sus rivales que hablan de “Watergate francés” y él mismo obligado a aclarar que Benalla no es su amante, como han sugerido numerosos medios. Las encuestas afirman que su nivel de aprobación cayó al 39%, el nivel más bajo desde que asumió como presidente en 2017. Bien lejos de los informes de analistas económicos que, en los días previos a la final, indicaban que, aún cuando la selección de Didier Deschamps fuera derrotada en Moscú, el mundo de los negocios mantendría su apoyo firme a la política de recortes de Macron. Y que tampoco nada cambiaría con el eventual efecto placebo de un triunfo de Francia en la final. Que lo importante, decían esos analistas, era Macron, no Kylian Mbappé.

Francia, justamente, sabía como nadie cuan engañoso puede ser un Mundial. Ganó la Copa del 98 y el mundo creyó que aquella selección “Black, blanc, beur” (negro, blanco y árabe) que lideraba Zinedine Zidane era la demostración de que el país estaba integrado. Sin embargo, en las elecciones siguientes, el gobierno fue desalojado hasta del ballotage por el ultraderechista Jean Marie Le Pen, racista y xenófobo. La selección campeona de 2018 -lo comentamos la semana pasada- tenía aún mayor diversidad, con 16 de sus jugadores con origen en Africa, casi todos nacidos en Francia sí, pero habitantes de la periferia abandonada. Para el partido de cuartos de final ante Uruguay, Macron invitó a jóvenes de esa misma periferia. Se sentó con ellos en el césped de los jardines del Palacio del Eliseo para ver juntos el triunfo. “En el 98 -reflexionó años después de aquel Mundial el entonces presidente Francois Hollande- creímos que esa victoria cambiaría a la sociedad francesa. No fue así. Los que tienen que generar el cambio son los políticos”. A las pocas horas de terminada la fiesta de Rusia, Martín Caparrós escribió en “The New York Times” que el mundo ya dejaba “de ser Mundial”. Que se terminaba “la ficción”. La ficción de la “igualdad”. La ficción de la “patria”. Del “orden”. Y que era “duro volver a la rutina”. Macron lo sabe mejor que nadie. De poco sirvió la promocionada foto moscovita.

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