Qué pasa cuando comemos para gratificarnos y evadir los problemas cotidianos

Qué pasa cuando comemos para gratificarnos y evadir los problemas cotidianos

Hasta dónde inciden nuestras emociones en la forma que tenemos de alimentarnos.

PARA GRATIFICARSE. La ansiedad, la depresión, la frustración llevan a comer. PARA GRATIFICARSE. La ansiedad, la depresión, la frustración llevan a comer.
14 Julio 2018

¿Tienen nuestras emociones algo que ver con nuestra forma de alimentarnos y, por ende, con nuestro peso corporal? ¿Es cierto que cuando estoy deprimido o triste tiendo a comer más de lo normal, sin darme cuenta?

Una de las exposiciones tal vez más llamativas de las “XXI Jornadas de actualización en Nutrición y Obesidad”, organizadas por Fundación Diquecito en Córdoba, fue la referida al apetito emociogénico, informa la institución

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Durante su ponencia, el doctor Arturo Rolla, endocrinólogo senior de la Universidad de Harvard y del Beth Israel Deaconess Medical Center, introdujo el tema, estrechamente relacionado a nuestra vida cotidiana y que muchas veces es una de las causas por las que no podemos bajar de peso a pesar de proponérnoslo una y otra vez.

¿Cómo funciona este supuesto vínculo entre el apetito y las emociones? El doctor Rolla explicó que en la actualidad existen dos elementos peligrosos con los que convivimos a diario: el estrés y la sobreabundancia de comida. A estos se agrega un tercero, hasta hace poco tiempo desconocido: el apetito emociogénico. Este sería uno de los responsables de nuestros malos hábitos y conductas de alimentación, lo cual nos lleva a ganar sobrepeso.

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Círculo vicioso

“Como porque estoy triste, y estoy triste porque como; esto se convierte en un círculo vicioso”, advirtió sin rodeos el especialista. Este es uno de los problemas que llevan a incrementar las estadísticas de la obesidad. En otras palabras, situaciones tales como la ansiedad, la depresión, la baja autoestima y las frustraciones que todos tenemos en nuestra vida repercuten directamente en nuestros hábitos de alimentación, trayendo como resultado las consecuencias que todos conocemos.

Técnicamente, a causa de nuestras emociones el sistema límbico aumenta el apetito emociogénico, y hace que comamos más de lo que debamos comer, y esto nos da una gratificación oral.

La comida, entonces, ha dejado de ser sólo comida, sino que se ha convertido en una gratificación oral que nos lleva a una zona de confort. Nos tranquiliza, nos hace sentir un poco más contentos y hasta nos quita un poco la depresión, y a veces sin que nos demos cuenta. En definitiva, todo esto hace que comamos más de lo que debemos comer y esto nos lleva a ganar sobrepeso.

A su vez, el aumento de peso que -obviamente- comenzamos a experimentar, nos lleva a padecer muchas veces la estigmatización y discriminación, y a enfrentar problemas de mala adaptación psico-económico-social; y todo esto cierra el círculo vicioso de obtener gratificación ante estas situaciones a través del deseo de comer para saciar el apetito emociogénico.

“Esto nos aumenta el apetito emociogénico, nos hace comer en exceso y preferir comidas de alto contenido energético; las grasas dulces como chocolate, cremas heladas y dulce de leche, dan aún mayor confort emocional”, asegura Rolla.

Muchas personas comen por estrés, que es un comportamiento aceptado por todos, pero poco estudiado. Según datos estadísticos, para el 80% de las personas las situaciones estresantes las lleva a comer más, mientras que en el 20% de los casos las hace comer mucho menos.

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