Una delegación sin luces

Todas las alarmas sonaron juntas. El cierre temporario de la delegación Tucumán del Instituto Nacional de Teatro no fue la señal de alarma de un potencial conflicto que se avista, sino la confirmación de que el sistema afronta un eventual colapso.

Durante 10 días, el minúsculo y atiborrado espacio de tres oficinas pequeñas y un antedespacho común a todas ellas en un edificio de Salta al 100 estuvo cerrado con llave. No tenía luz y, por ello, no podía realizarse prácticamente ningún trámite. Es que casi todos los registros se concretan en forma virtual ya desde la apertura de un expediente, con una carga en computadora que se vincula con la base de datos que hay en Buenos Aires, aunque luego se deban enviar los papeles por correo (se gastan unos $500 por semana en remitir documentación). Sin electricidad, se volvió a la época de las tinieblas burocráticas.

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Simplista sería pensar que lo ocurrido en el territorio del representante local del INT, Roberto Toledo, responda a algo ideológico, y de necios sería creer que es un autoboicot para desafiar a las autoridades centrales. Desde la Nación se dejaron de girar fondos para afrontar los gastos del funcionamiento normal de su despacho. La caja chica que sirve para cubrir el movimiento cotidiano, desde limpieza hasta papelería (pasando por impuestos, tasas y servicios), dejó de llegar hace meses (todo comenzó a principios de año) y esas erogaciones se seguían afrontando con el bolsillo del funcionario, a la espera de una normalización financiera. La cadena se cortó cuando Toledo decidió que se agudicen las contradicciones y dejó de pagar.

En la semana pasada llegaron los fondos correspondientes a marzo, se pagó la factura vencida (era de $1.500) y EDET restituyó el suministro; pero no se sabe cómo seguirá la historia. No es sólo en Tucumán: dentro de la región NOA, Catamarca afrontó la misma situación de corte de electricidad, y lo mismo pasa en otras delegaciones del país. No hay atrasos en sueldos del personal ni en el pago de los alquileres, porque son hechos directamente desde Buenos Aires.

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Hace tres meses se anunció un aumento de la caja chica, y pasaba de $ 6.000 a $11.000 por mes. Pero toda alegría se desvanece al no entrar plata a las cuentas ni reponerse los gastos efectivamente incurridos y con comprobantes acreditados (en Tucumán se jura que los trámites están completos, por lo que hablan de deuda). Hoy da lo mismo cualquier monto; puede ser de $ 10 o de $100.000; mientras no esté depositado, es una mera promesa sacudida por el viento.

Esta situación no sorprende, aunque profundiza la preocupación entre los teatristas. Ya durante el año pasado comenzaron a ralearse los recursos para cubrir los viáticos y traslados de los representantes entre las distintas provincias de cada región, convocados a diferentes encuentros y reuniones.

La pregunta que cunde es que si el INT no cancela obligaciones básicas de sus oficinas, ¿qué pasa con los subsidios comprometidos a salas y a elencos para la realización de las obras? La respuesta es que están más adeudados aún; hay teatristas que todavía están cobrando aportes comprometidos en la partida 2017, mientras que ya se acumulan los de este año. Tampoco se están pagando las becas de perfeccionamiento.

En muchos casos se pidieron comprobantes complementarios de los gastos realizados para poder liberar pagos, para que el circuito del control administrativo esté perfeccionado y no sea tomado livianamente. Todo se justificó en los cambios implementados desde el Ministerio de Modernización de la Nación, al poner en funciones la Gestión de Documentación Electrónica, que abarca toda la administración centralizada.

Nadie puede llamarse a sorpresa sobre los conflictos internos en el INT, entre sectores identificados con el director ejecutivo Marcelo Allasino y el secretario general Miguel Palma. Toledo, como prácticamente todos sus pares, está identificado con este último, aunque también le realiza críticas y cuestionamientos en privado por sus modos y maneras de conducir, poco proclive a los disensos.

El director ejecutivo tiene entre sus funciones administrar los recursos según las urgencias, necesidades o prioridades que tenga. El sector de Palma quiere sacarle esa labor y que todo pase por el Consejo de Dirección del INT, un órgano político de conducción pero no de administración en el que Allasino es minoría y cuya última sesión fue (nuevamente) tumultuosa, con duras discusiones, y dejó más abiertas las heridas entre ambos. Por ejemplo, este cuerpo desautorizó con duros términos la donación de material del archivo audiovisual DATA que suscribió el director con la Biblioteca Nacional, al considerar que ese pacto “afecta el patrimonio institucional”. Pero el fondo de la pelea es la billetera, como en muchas otras historias.

El teatro está acostumbrado a desarrollarse en las condiciones más inhóspitas y desfavorables. A sus protagonistas no le genera un especial temor la eventualidad de una crisis. Se han hecho funciones a oscuras por decisión o por accidente, y se salió adelante en la actualidad (ni hablar de los tiempos donde toda iluminación era con velas, antorchas o lámparas de diversa combustión).

Algunos evocarán la recomendable experiencia de teatro ciego, muy atractiva para desarrollar otros sentidos, pero también hay numerosísimas puestas que optan por iluminación alternativa como opción estética (todavía se recuerda la puesta de “Destiempo”, con Osvaldo Bonet, en el Centro Cultural Virla en los 80; o la muy reciente “Volver a Madryn”, del salteño/cordobés Rodrigo Cuesta) o para generar ahorro en tiempos de facturas abultadas (la tucumana “Sequedad”, de Diego Bernachi, se inscribe en esta última línea, al pedir al público que use las linternas de sus celulares para ver a los actores). Es uno de los signos escénicos más relevantes en este arte: lo que se quiere mostrar estará iluminado; para lo que no habrá penumbra u oscuridad total. Es de esperar que, aunque se deba recurrir a fósforos, no se apague nunca más la luz.

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