La camiseta se vende, o se guarda

La camiseta se vende, o se guarda

DE TODO UN POCO. Cristian se instaló en la rotonda. DE TODO UN POCO. Cristian se instaló en la rotonda.
02 Julio 2018

Cada vez que se acerca el Mundial, las calles se tiñen de dos colores distintivos: celeste y blanco. El cotillón es un elemento fundamental que no puede faltar en cada partido. Sin embargo, aquello que representa la pasión de los hinchas, en el caso de los vendedores ambulantes, puede convertirse en una diferencia económica para llegar a fin de mes.

Ante cada partido que jugó la Selección, cada mañana los comerciantes de El Bajo colgaron las camisetas y las banderas en sus puestos. Las vuvuzelas y las gorras fueron expuestas en fila sobre mesones de madera. Al lado, los pintacaras en bolsitas de plástico y las alcancías de la Copa terminaron de completar la postal.

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Cerca de cada partido, algunos puestos sintonizaban la previa en las radios de bolsillo. Las compras diarias quedaban relegadas, mientras los conductores se estacionaban en doble fila para completar el outfit mundialista. Juan Acosta se dejaba ver atento a la televisión, hasta que unos clientes se acercaron a preguntar precios. En su negocio, las camisetas van más allá del clásico 10 de Messi. Hay jugadores para todos los gustos siendo expuestas además las casacas de Rojo, Pavón y Dybala. “Para los niños, las que más se venden son de Messi. En cambio, los adolescentes y los adultos piden las de sus jugadores favoritos. Si son de Boca, eligen la de Pavón y, los fanáticos de River, prefieren la de Armani.”

La mayoría de los vendedores consiguieron la indumentaria y los accesorios en Buenos Aires, un mes antes del Mundial. “Siempre se toma un riesgo al comprar. Las primeras semanas de la Copa son fundamentales. Es cuando lográs ganar dinero, o perdés lo poco que tenés. Hay que ser inteligente porque muchas veces te emocionás y al final los productos no se venden. Si eso ocurre hay que guardarlos hasta la próxima competencia”, asegura.

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Ariel Vera armó su puesto a las ocho y esperó durante todo el día las compras de los hinchas. Un vehículo que pasó por 24 de Septiembre y avenida Brígido Terán, se detuvo al costado. Desde la ventanilla, una familia preguntó por las pelucas enruladas y los gorros de pañolenci, pero terminaron comprándole a Ariel una vuvuzela.

A Cristian Tomás Enrique, el espíritu de la Selección lo acompañó desde el primer momento. Con una bandera atada sobre los hombros y un gorro estilo arlequín, dio vueltas por la rotonda de la Terminal ofreciendo bufandas y cornetas. “Vine a vender con mi familia, entre todos nos dividimos por la zona. El Mundial es importante porque hace que la gente tenga un instante de alegría”.

La mayoría de los vendedores se instalaron de manera rotativa en el Punto de Aliento del parque 9 de Julio. Emanuel Camacho, oriundo de San Pedro de Colalao, aprovechó los partidos de la “Albiceleste” para vender algodón de azúcar con un distintivo especial: “toma más tiempo porque tenemos que crear los tres colores. Al celeste y al blanco se los hace de la manera tradicional; para el amarillo del sol tenemos que aplastar las piezas de algodón y cortarlas a mano”. ¿El resultado? banderas azucaradas con forma de pino. “Las madres los compran por el color. A los chicos les encantan y terminan saltando y gritando los goles con el algodón en la mano”.


¿Cómo seguir? Al final, el resultado de la competencia no fue el esperado y aquel cotillón que impregnada las esquinas de plazas y avenidas es guardado en bolsas de consorcio negras. Para los futboleros, la vida es lo que pasa entre Mundial y Mundial pero, para los vendedores ambulantes, la Copa del Mundo es un agregado al bolsillo. “Ahora las ventas son más simples; la emoción lleva a la gente a comprar aunque sea una banderita para los autos. Cuando esto se acaba, uno la va remando como puede, es difícil”, confiesa Ariel, que permanecerá en el mismo puesto ofreciendo medias y guantes el resto del año.

Entre la avenida Sarmiento y Laprida, José Álvarez acomoda en cajas (y bien dobladas) las camisetas de la Selección. Mientras, su esposa desanuda las sogas que tiempo atrás sirvieron para exponer los productos. Su cara no se encuentra atravesada por la tristeza, pero debe comenzar a pensar qué hacer con el cotillón restante. Gane o pierda Argentina, el rubro de José es el fútbol: “podemos rescatar algo de dinero vendiendo las banderas el 9 de julio. Al resto; como vuvuzelas y banderas más grandes, las ofrecemos cuando juega Atlético con el logo del club. Hay que pensar en alguna solución para no perder el dinero”.

Por lo pronto, habrá que esperar hasta la Copa América Brasil 2019 para que el celeste y el blanco vuelvan a inundar las calles tucumanas.

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