Messi, Serrat, Aristóteles y la caprichosa fortuna

Messi, Serrat, Aristóteles y la caprichosa fortuna

Los seres humanos sufriríamos bastante menos si le diéramos al azar el lugar y la trascendencia que le corresponde y aceptáramos -o entendiéramos- que nuestras decisiones y acciones son mucho menos influyentes en los resultados de lo que suponemos.

“Fue sin querer… es caprichoso el azar; no te busqué, ni me viniste a buscar. Tú estabas donde no tenías que estar; y yo pasé, pasé sin querer pasar…” canta Joan Manuel Serrat en su bellísimo tema “Es caprichoso el azar”, del disco “Versos en la boca” (2002).

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El azar rige todos los campos de nuestra vida a niveles que la mayoría desconocemos, porque nos educan bajo el falso culto al determinismo y a la meritocracia.

El azar no es más que una combinación de hechos supuestamente aleatorios de aquello que desconocemos o no controlamos.

Es lo que completa la ignorancia. Lo que ignoramos se suplanta con azar o con Dios, con fe. De allí la relevancia que tuvieron y tienen las religiones en las distintas sociedades, a medida que el hombre comenzó a hacerse preguntas: otorgar respuestas a lo desconocido, a lo que no podemos responder por nosotros mismos.

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Por eso las religiones nos tranquilizan, nos bajan la ansiedad, nos colman de paz: porque nos dan contención y porque brindan respuesta a nuestra ignorancia, principalmente -y casi excluyentemente- respecto de ese vacío infinito, aterrador e inexplicable que significa la muerte. Y por si fuera poco, sin ningún esfuerzo ni costo, sin estudiar ni aprender nada. Sólo hay que creer.

Esta es la principal razón por la que la ciencia y la filosofía están en permanente cortocircuito con las religiones, porque cuanto más conocemos y aprendemos menos necesitamos de la fe, de esa fe ciega que nada cuestiona.

“Y me viste y te vi, entre la gente que iba y venía con prisa en la tarde que anunciaba chaparrón. Tanto tiempo esperándote... fue sin querer... es caprichoso el azar...”

Serrat habla en esta canción del “amor a primera vista”. De dos personas que no se conocen y se encuentran fortuitamente en la calle y se miran… y se aman, inmediatamente y para siempre.

Hace 24 siglos

El azar como encuentro accidental fue abordado por Aristóteles hace 2.400 años. Faltaban casi cuatro siglos para que naciera Jesús de Nazaret y Aristóteles y sus Peripatéticos ya discutían sobre azar, fortuna, accidente, causalidad-casualidad, teleología, contingencia, indeterminación, praxis, eutychía-eupraxía-eudaimonía. En definitiva, del destino, el universo y la felicidad.

Quienes hayan tenido la inmensa fortuna, sí, inmensa fortuna, de haber sentido al menos una vez en la vida la experiencia de mirar por primera vez a los ojos a otra persona y enamorarse intensamente, en el acto, comprenden con profundidad la fuerza del destino. El poder de lo incontrolable, de lo indómito.

Produce bastante tristeza suponer que hay miles, millones de personas que a lo largo de la historia habitaron este planeta y estuvieron a metros o a unas pocas horas, minutos o hasta segundos de cruzarse con alguien que iba a cambiar su vida para siempre. Quizás se dieron vuelta a mirar una vidriera y justo por detrás pasaba el amor de su vida. O llegaron tres segundos tarde a la parada y perdieron el colectivo donde iban a sentarse con la persona con la que darían la vuelta al mundo. Cuántos de nosotros no estaríamos aquí, o nuestros hijos, si el destino no hubiera producido ese milagro.

Los griegos creían tanto en la fortuna, el azar, la suerte o la casualidad que hasta tenían una diosa que la personificaba: Tique o Tiqué (en latín, Týche), que regía la suerte o la prosperidad de una comunidad. Y en muchas ciudades su imagen sobresalía en los ingresos.

“No te busqué, ni me viniste a buscar. Yo estaba donde no tenía que estar y pasaste tú, como sin querer pasar. Pero prendió el azar, semáforos carmín, detuvo el autobús y el aguacero hasta que me miraste tú…”

La fortuna

El azar rige la política, la economía, el deporte. Impacta sobre todo en la vida, y en todo momento.

Por ejemplo, si un grupo de mujeres, todas de 30 años de edad, tienen sexo todos los días durante los próximos tres meses, el 18% se embarazará. Si en cambio, estas mujeres tienen 40 años, sólo el 7% concebirá un hijo.

Hay factores que pueden “empujar” al azar, como en este ejemplo, donde a menor edad hay más posibilidades de embarazo, pero aún así el factor suerte, el que ignoramos y no controlamos, es enorme. Del grupo de 30 años, ¿por qué no se embarazó el otro 82%, si hicieron exactamente lo mismo durante idéntico tiempo?

Los famosos “vientos de cola” en política internacional, por ejemplo, son imponderables que nadie puede anticipar. Sin embargo, pueden ser determinantes para el éxito o el fracaso de una gestión de gobierno.

Lo mismo con las economías, domésticas, de empresas o de Estados; si no dependieran en gran medida del azar todos seríamos millonarios. Pero involucran a tantos factores internos y externos que pasan a subordinarse al azar en un porcentaje nada despreciable. No por nada la palabra fortuna significa riqueza y casualidad al mismo tiempo. Es que cuando el indeterminismo es determinante, entonces es el azar, estúpido, diría Bill Clinton.

Dentro del culto al determinismo, el éxito de una empresa estaría garantizado sólo con copiar a la firma más exitosa del mundo, lo mismo con un gobierno o un equipo deportivo.

Si fuera por los deterministas, los adoradores de la meritocracia, sólo con esfuerzo y dedicación todos alcanzarían el éxito y el bienestar, sin importar si nacieron en Ruanda o en Nueva York. Según ellos, con dedicación, todos deberíamos quedar embarazados.

Si el disparo del holandés Rob Resenbrik no hubiera impactado en el palo derecho de Ubaldo Matildo Fillol, en el minuto 90 de la final del mundial 78, cuando el partido estaba empatado…

Poco espacio se le da al azar en el fútbol, y en el deporte en general, porque la fortuna le quita peso al argumento de los expertos que monopolizan el relato (y la caja).

El fútbol es un dominó

El fútbol se parece bastante al dominó. Conocer las reglas no es lo mismo que saber jugar. Su punto de partida es 100% fortuito: nadie elige las fichas que le tocan. Como en el fútbol, todos conocen las reglas del dominó, cuya base es acoplar fichas del lado donde coinciden los números. Ahora, los jugadores expertos no libran al azar la ficha que van a bajar, sino que la eligen de acuerdo a variadas estrategias. Allí es donde podemos modificar el porcentaje de posibilidades, sin embargo siempre estaremos lejos de controlar el 100% del juego. El indeterminismo vuelve a ser determinante, ya que no controlamos ni conocemos las fichas de nuestros adversarios. Y en esa ignorancia no tenemos otra opción que tener confianza, o fe.

Supongamos que consultamos al mejor director técnico del mundo y también al peor, sobre quién debería ejecutar los tiros penales en la Selección Argentina. No hay dudas que ambos elegirán a Lionel Messi. Lo que ninguno de estos entrenadores puede predecir, ni el más exitoso ni el más fracasado, es que el mejor jugador del mundo puede errar un penal o se lo pueden atajar.

Si el azar ocupara el lugar que le corresponde en el fútbol, César Menotti no hubiera sido tan genio ni Sampaoli tan desastroso. Pero entonces, dónde estaría el negocio...

Volviendo a los griegos, la filosofía siempre molestó al poder porque sirve para cuestionar todo, principalmente aquello que está predeterminado. El éxito, el fracaso, el confort, el estado de bienestar, en definitiva, la felicidad.

Aristóteles sostenía que ser felices no es un estado, sino que es una actividad. En palabras actuales, una cuestión de actitud. Y si la felicidad es una actividad, una actitud, entonces para obtenerla no necesitamos trabajar, ni estudiar, ni gastar dinero, ni comprar entradas, ni ropa, etcétera, etcétera. Es decir, este indeterminismo donde reina el azar, no es una dirección que le convenga al poder, económico, religioso, político, deportivo, etcétera. Claro que es un extremo.

Para los griegos, la Justicia es el término medio entre dos extremos. Es decir, cada extremo es una injusticia. Y sin Justicia, decía Aristóteles, no hay felicidad.

“Tanto tiempo esperándote… fue sin querer... es caprichoso el azar; no te busqué, ni me viniste a buscar…”

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