A este partido nunca lo perdemos

A este partido nunca lo perdemos

Los hinchas argentinos fueron mayoría, pusieron la música y la fiesta en el estadio Spartak y sufrieron una enorme decepción por el empate contra Islandia; aún así nadie baja la guardia y el jueves volverán a escena.

FANÁTICOS DE MESSI.  Esta pareja fue a ver en acción al capitán de la Selección con su imagen y un cartel especialmente dedicado. FANÁTICOS DE MESSI. Esta pareja fue a ver en acción al capitán de la Selección con su imagen y un cartel especialmente dedicado.

Van 9 minutos del segundo tiempo y el Spartak Stadium es una caldera. La multitud está impaciente porque la Selección choca con la muralla vikinga, así que el grito surge espontáneo: “movete Argentina movete, movete dejá de joder, que esta hinchada está loca, hoy no podemos perder…” El partido parece jugarse en cualquier cancha de nuestro país. El clima es eléctrico, intenso, una pasión distinta a la que se percibe en otras estaciones del Mundial. La hinchada celeste y blanca lo hizo de nuevo: le regaló al equipo la posibilidad de jugar de local a 17.300 kilómetros de casa. Como es habitual desde hace tiempo, el espectáculo de afuera superó con creces al de adentro.

La geografía del Spartak es un reguero de camisetas argentinas. Refulgen en todos los sectores, como si hubieran salpicado un lienzo con miles y miles de puntitos albicelestes. Ni Jason Pollock lo hubiera logrado con tan bella precisión. Los islandeses, en cambio, forman bloques compactos, macizas formaciones azules, impenetrables. Y cuando lanzan su alarido de guerra lo hacen con una sincronía perfecta. Es un choque de mundos, que Argentina gana por la abrumadora superioridad del número y por el ingenio para reaccionar a medida que la tarde proporciona sorpresa tras sorpresa. Pero los islandeses rieron al último y eso siempre es mejor.

Publicidad

La fiesta empezó en el subte, siguió en las amplias avenidas que rodean al estadio y estalló en las tribunas. Pero muchos se quedaron afuera. Les resultó suficiente con apoyar la ñata contra el vidrio, espantándose por los precios de la reventa y esperando, quien sabe, la posibilidad de conseguir entradas para el próximo partido. Las batucadas, las chicas que pintaban las caras, los animadores en zancos y un grupito de virtuosos que hacían jueguito animaron la previa, al compás de la cerveza.

Pero el show estuvo puertas adentro, sin duda. “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta, es un inglés…” alternó con el hit de Rusia 2018: “Vamos Argentina/sabés que yo te quiero./Hoy hay que ganar y ser primero/Esta hinchada loca, dejó todo por la Copa/La que tiene a Messi y Maradona…” Y por supuesto: “que de la mano, de Leo Messi…” La puesta en escena resultó imponente, porque sobre la segunda bandeja se alinearon 75 banderas: Berazategui, Comodoro, Campana, Mechongué, Wilde, Las Paredes, Villa Lugano… Muchas caras de Messi, muchas firmas, muchos dibujos. Los rusos, asombrados. Y mucho más cuando a la hora del Himno regresó el infaltable “oooohhhh” acompañando. A propósito: ¿no es posible que en lugar de utilizar la intro instrumental se escuchen -y se canten- las principales estrofas?

Publicidad


El decibelímetro fluctuó a la hora de las ovaciones. Lógico, Messi fue el número uno. Pero también tuvo lo suyo Maradona, cuando apareció en la zona de palcos con el logo del Mundial 78 en el pecho y un cigarro entre los dedos. Fue el Diego histriónico de siempre y la devolución de la hinchada fue por partida doble: “Olé olé olé, Diego” al momento del encuentro, y un breve “Maradooo, Maradooo” en pleno partido. Y también hubo un mimo importante para Gonzalo Higuaín, saludado apenas pisó la cancha con un afectuoso “Pipaaaa, Pipaaaa”.

El gol de Islandia fue un impacto que a la hinchada le costó digerir, pero se repuso y arreció sin guardarse nada durante el segundo tiempo. No hubo más selfies con Susana Giménez, Marley y Lizzy Tagliani, estrellas bajo el sol moscovita. Fue el momento de concentrarse en el partido y de transmitirle al equipo la potencia contenida en cada corazón. Nadie prestaba atención a las pantallas que informaban una concurrencia de 44.190 personas y anunciaban que Rusia 2018 es un Mundial libre de tabaco. La historia pasaba por el infructuoso ataque argentino y por los nervios en cada rincón del Spartak. Pesadillescos, esos 45 minutos fueron entregando decepción tras decepción, con el penal atajado por el heroico arquero islandés como un mensaje enviado por fuerzas superiores. No, no era el día de Argentina.

La emoción del debut

Muchos llegaron a Rusia con un solo ticket en el cargador. Apostaron por la emoción del debut. Otros guardaron los cartuchos para los partidos que vienen. La hinchada prepara los movimientos porque el decisivo duelo con Croacia está a la vuelta de la esquina. Espera Nizhni Novgorod, ciudad de la que apenas se conoce el nombre, a tiro de un par de horas de tren. Apenas culminó la desconcentración del Spartak, veloz y ordenada, la masa albiceleste corrió a calmar la pena por una victoria que no fue con una cena digna de la tradición rusa. Porque para la gente esto recién empieza. Hay que preparar la fiesta que viene y ganar el partido de la pasión.

Comentarios