Cómo convertir el dolor en un acto de esperanza

Cómo convertir el dolor en un acto de esperanza

Cuando tenía nueve años, Jesús Guerrero ya había manifestado su intención de ser un donante de órganos. Cuando el joven murió, a los 17 años, en un accidente de moto, sus padres respetaron su voluntad y concretaron la donación, salvando así la vida de muchos niños.

 -EL PADRE. Eduardo Guerrero muestra una foto de su hijo Jesús, en bicicleta. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL.- -EL PADRE. Eduardo Guerrero muestra una foto de su hijo Jesús, en bicicleta. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL.-

La última vez que Eduardo Guerrero vio a su hijo consciente fue un sábado al mediodía. Un 10 de febrero caluroso que jamás olvidará. Jesús Eduardo, de 17 años, cocinó un pollo asado y comieron juntos. Hicieron una larga sobremesa, charlando sobre proyectos. Hasta que el joven le dijo que se iba al fondo, al taller de soldadura que tienen en la casa. Estaba preparando un baño más para la vivienda. “Quería celebrar sus 18 con una fiesta y que estuvieran cómodos los invitados”, cuenta el papá, de 36 años.

Esa noche, a las 21.15, llegó a la vivienda de los Guerrero -ubicada en un pueblo llamado La Tipa (a 15 kilómetros de Aguilares)- la noticia más dura de sus vidas: Jesús había tenido un accidente en la moto. El vehículo se había estrellado contra un poste de luz, en la ruta 331, cuando regresaba a su hogar.

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“Me avisaron que lo llevaban al (hospital) Padilla. Salí rápidamente para allí. Los 90 kilómetros que hice hasta San Miguel de Tucumán no paré ni un segundo de rezar. Creí que iba a llegar y me iba encontrar a mi hijo con una pierna fracturada. Pero no. Ya estaba en terapia intensiva. Y sólo un milagro podía salvarlo”, recuerda Eduardo, que es enfermero en una clínica privada.

Guerrero, su esposa Soledad y sus otros dos hijos se aferraron a ese milagro. Pero las horas pasaban y, con ellas, se esfumaban las ilusiones. El 12 de febrero llegó el diagnóstico menos esperado: Jesús tenía muerte cerebral. No había más nada por hacer. O sí. Un equipo de médicos procuradores, con sus delantales blancos, aparecieron en ese momento para hablarles sobre donación de órganos. Conscientes de que no existe un momento más difícil para tomar una decisión que cuando acaba de morir un ser querido, los profesionales les preguntaron si Jesús alguna vez les había manifestado su interés en el tema.

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Entonces, el papá recordó a su hijo pequeño, de unos nueve años, con su delantal blanco en el patio de la escuela. Estaba en una feria de ciencias y junto a su maestra sostenía un cartel que decía “Dadores de Vida”. “Con ese trabajo se había destacado mucho. Una tarde mientras buscaba información para exponer, me dijo: ‘yo voy a poder donar todo menos mis ojos; no le van a servir a nadie’. Se refería a que cuando era chiquito lo habían operado de estrabismo”, rememora Eduardo. Entre lágrimas, deja aparecer una sonrisa.

Tal vez fue esa anécdota. O la necesidad de encontrarle sentido a la inexplicable muerte de su hijo. “En ese momento sólo pensamos en él, en lo solidario que era con sus vecinos y amigos. No íbamos a ser nosotros los egoístas. Si había que convertir todo ese dolor en esperanza, en vida para otros que lo necesitaban, estábamos dispuestos”, detalla el hombre.

Más que una historia triste

En el pueblo, todos lo conocían como Kukú. Era un deportista destacado. Jugaba al rugby y al fútbol. Le encantaba el mountain bike, la pesca y los trabajos de campo. Estaba por cursar el último año en una escuela técnica y ya tenía en claro a qué se quería dedicar: soñaba con ser policía o gendarme.

“Esta podría ser una historia triste solamente. Sin embargo, aquí en nuestro pueblo, a pesar de tanto dolor, la gente ha tomado conciencia sobre la donación de órganos, nos ha manifestado su apoyo y ya se juntaron más de 1.200 firmas para pedir que el CAPS que funciona aquí lleve el nombre de ‘Donante Jesús Guerrero’”, describe el papá. Desde hace dos meses recorre todo el sur de la provincia dando charlas para concientizar sobre la donación de órganos.

“Me llama la atención la cantidad de mitos que hay en torno a esta temática. Incluso hay gente que me pregunta: ‘¿no cree usted que a su hijo lo desconectaron para sacarle los órganos en el hospital?’ Lamentablemente, hay mucha desinformación”, reflexiona.

Hace unos días recibió una gran noticia, confiesa. Le avisaron que los órganos de su hijo salvaron la vida de varios pacientes, todos pediátricos. En cierta forma, para Eduardo, se confirma la corazonada que tuvo desde un primer momento: “no lo tendremos más a nuestro hijo y ese dolor no mejora, no se va a ir nunca. Pero tenemos el orgullo y la fortaleza de haber respetado la decisión que él tomó de ser donante siendo tan pequeño”.


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