La desconfianza

La desconfianza

Los mercados dijeron basta. Empezaron a no confiar en el gradualismo macrista. Esa sensación afectó las arterias políticas del país y paralizó a diferentes actores. Es el momento de los líderes para levantar los ánimos.

Cuando éramos chicos jugábamos al “Desconfío”. Repartíamos todas las cartas e íbamos diciendo un palo de la baraja y tirando ése u otro palo que se había dado al repartir. Podían jugar dos o varios. “Espada”, cantaba uno y tiraba una carta sin que se viera su identidad; “Espada”, repetía el otro y ponía otra baraja más; “Espada”, decía el siguiente, y llegaba un momento en el que no teníamos ese palo y tirábamos un “oro” o un “basto” y alguien, siempre hay alguien mirando nuestros gestos, nuestras conductas, nuestras reacciones gritaba: ¡Desconfío! Un incómodo impulso eléctrico recorría nuestra cuerpo. Nos habían descubierto. Habíamos mentido. En algunos casos no nos quedaba más remedio, en otros había sido una simple picardía. Sea cual fuere la intención primigenia estaba claro que nos habían pillado y nos quedábamos con un montón de cartas y cuantas más, peor era. Como la inflación, como el dólar.

A partir de ahí comienza otro partido.

Macri venía diciendo lo que se quería escuchar. Si se equivocaba, daba marcha atrás y volvía a pensar. Era un hombre común, con experiencia en el ámbito empresario y ya había ganado sus años en la conducción política. Los argentinos confiaban en él y le habían dado su voto. Dos veces, incluso.

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Los mercados desconfiaron. Levantaron la carta y se encontraron con el gradualismo. Se encontraron con funcionarios que no confían y que no hacen lo que pregonan. Vieron a funcionarios apostando la plata afuera y pidiendo otro proceder en el país. Y como dijo aquel ministro radical (Pugliese) hablaron con el corazón y le contestaron con el bolsillo.

Macri se ganó la desconfianza. Ayer cuando veía las encuestas se enojaba inultimente. A los mercados hay como calmarlos todavía, a la oposición tiene cómo dialogar, máxime con un senador como el caballero Miguel Ángel Pichetto que no hace locuras y está dispuesto a cuidar las instituciones, pero en las manos del Presidente lo interpelan las encuestas. La gente le estaba diciendo que desconfía. A remar en dulce de leche como dicen ahora.

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La desconfianza es mala. No tiene compasión. Contagia. Enferma. Macri también ha empezado a desconfiar de su alrededor. Los empresarios que le prometieron el oro y el moro, lo dejaron solo. La clase media que cuando hubo que votar por él o por Scioli, se inclinaron por lo nuevo, por cambiemos y por la promesa de no corrupción. Hoy, ese sector social desconfía. Elisa Carrió es el tronco que le permite mantenerse a flote en el naufragio.

La desconfianza confunde, aturde.

Varios asesores le pidieron tranquilidad y prudencia. Es el momento donde los líderes deben mostrar su temple.

Cuando jugábamos al desconfío a veces la inseguridad, la duda nos hacía desconfiar. Cuando todos le dijeron a Macri no es el momento de dar la cara, no hay que arriesgar en estas instancias, el Presidente desconfió. Levantó la carta y se dio cuenta que estaba equivocado. Ya era tarde, era martes, a las 10 de la mañana y ya estaba hablando ante las cámaras. Diciendo lo que no debía decir: FMI. Sólo tres letras, pero están cargadas de historia, de frustraciones, de desencuentros. No hacía falta desconfiar de su equipo. Podía pedir el préstamo sin que él lo anunciara. El FMI nunca le dio goles al país.

Y se enfermó. En menos de 24 horas, como el sarampión, se brotó de una imagen negativa. Según el doctor Sergio Berensztein el 75% de los argentinos considera inadecuado recurrir al FMI. Por otra parte, la consultora Tendencias fue lapidaria cuando confirmó que mientras el dólar pasaba la barrera de los 23 pesos, la imagen negativa del Presidente superaba el 50%.

Es lógico. El FMI no trae buenos recuerdos. Nunca implicó una solución a los problemas argentinos, siempre terminó en la peor crisis. ¿Por qué habría de transmitir confianza las palabras de Macri? Por eso nadie entendió cuando el Presidente no les llevó el apunte y aunque le insistieron que no hablara, prendió la cámara y dio tal vez su peor discurso.

La crisis del diccionario

La confianza es la hermana mayor de la seguridad. Sin ella los pasos son erráticos, las palabras se balbucean y la esperanza se mete debajo de la cama. La primera preocupación del jefe de Gabinete fue armar una campaña para transmitir la importancia de estar juntos para concretar obras, pero tal vez no se percató de que Cambiemos no logra juntarse. Los manotazos de ahogado siguieron y hubo un trabajo milimétrico para evitar a como diera lugar la palabra crisis. Es que la desconfianza desarticula todo. Negar la crisis es aumentar la desconfianza. Macri salió ante las cámara para no mentir, para ser transparente sobre lo que había decidido, sin embargo su entorno se perdía en la desesperación de negar una crisis. La sabiduría de la Real Academia Española nos enseña que una crisis es un “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. Si eso no ha ocurrido estos días, habrá que empezar a desconfiar también del diccionario.

La indigestión

La desconfianza es un virus que se propaga en los bares, en los abrazos, en las charlas y por supuesto en las redes, ese nuevo sitio al que todos vamos y que todos pueblan sin saber bien para qué. El mal de la desconfianza entró a la casa del senador José Alperovich y se propagó por Twitter. Si no es por desconfianza, ¿para qué el ex gobernador muestra cómo el gobernador Juan Manzur le sonríe, casi le acaricia la mano y comparte un café con su antecesor. ¿Es necesario propagar esta imagen? Sólo si es que Alperovich no confía en este hombre. Fue casi un “chirolita” suyo y ya no lo es. Manzur fue el primer “síjosesista”, pero ahora busca diferenciarse de aquel. Y no le va mal. Será por eso que Alperovich insiste en mostrar fotos suya con Manzur. Una por mes, por lo menos.

Manzur no confía en Macri. Sin embargo, lo llaman; va a la Casa Rosada; pone cara de póker y como es un desconfiado, vuelve y declara que no va a ajustar como minutos antes le pidió el Presidente. Alperovich nunca pudo hacer eso. Fue un obsecuente de la Nación. Hizo lo que Néstor le decía y lo que Cristina le ordenaba. Sin embargo, nunca dejó de ser un gobernador más. Manzur tiene juego en las lides nacionales, algo que Alperovich nunca pudo tener. Y, tal vez, por eso, siempre tiene a mano a su legislador fotógrafo para que lo retrate cuanta veces pueda para que Juan siga apareciendo con actitud genuflexa. Pero sus reiteraciones ya no tienen el efecto de antes. En tiempos de desconfianza, es una muestra más de que está afectado de este mal.

Quien no pudo salvarse del contagio es el vicegobernador Osvaldo Jaldo. A él la lógica le indica que Manzur y él volverán a ser candidatos en 2019, sin embargo cuando ve las fotos de Juan y José, no puede evitar la indigestión.

Indivualismo en equipo

El “Desconfío” era un juego individualista. Podía estar atento a lo que hiciera algún compañero de diversión, pero nada más. El intendente Germán Alfaro sería un gran jugador. Los demás referentes de Cambiemos en la provincia, también. Hace poco más de un mes los diputados José Cano, Beatriz Avila y Facundo Garretón habían empezado a reunirse, a mirarse la cara a trazar proyectos. A esos encuentros se habían sumado la senadora Silvia Elías de Pérez, Domingo Amaya y legisladores como Alberto Colombres Garmendia y José María Canelada. El entusiasmo duró menos que el discurso de Macri a los argentinos. La desconfianza también hace decaer los ánimos.

El “desconfío” es un juego menor. No hay grandes partidos ni extensas tenidas que se alargan hasta el desvelo. Por lo tanto, no hay jugadores destacados. Descuellan los que siguen toda la partida con atención, los que miran los gestos de los otros, los que están atentos a los descartes que hagan los rivales, los que no se distraen, los que saben cuándo confiar y de quién desconfiar. Ganan los mismos que en política ejercen el liderazgo. Son los verdaderos líderes los que huelen las crisis, las dominan y no tratan de esconderla ni de explicarla.

Argentina ha entrado en la era de la desconfianza; pasarla u olvidarla depende de quienes manejan las riendas.

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