Una constelación llamada Guebel

Una constelación llamada Guebel

Hay en su obra una idea clara de totalidad. El escritor, que ganó el Premio de la Academia de Letras por El absoluto, parece pensar la literatura como un universo de historias, vinculadas pero independientes. Basta con leer la genealogía de genios, o locos, que conforman esa novela para descubrir lo que el lenguaje conocido no era capaz de crear.

08 Abril 2018

Por Verónica Boix - Para LA GACETA - Buenos Aires

Casi como una broma, a fines de la década del 80, Daniel Guebel conformó el grupo Shangai junto a Martín Caparrós, Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sergio Chefjec y Luis Chitarroni, entre otros. A pesar de llamarse a sí mismos inestables, tuvieron su manifiesto y representaron la literatura prestigiosa de la época. Ese fue el origen de la revista Babel. Ya su nombre sugiere la diversidad de aspiraciones y el ansia por abarcar estéticas múltiples. Hoy podría decirse que ese espíritu sigue alimentando la obra del escritor, dramaturgo y guionista que lleva publicados más de treinta libros, entre novelas, piezas teatrales y cuentos.

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Desde su primera novela -Arnulfo o los infortunios de un príncipe- ocupa el lugar de autor inclasificable. El reconocimiento le llegó pronto con La perla del Emperador, que ganó en 1991 el premio Emecé. Y la crítica lo consagró como una de las nuevas voces argentinas. Sin embargo, desde entonces la vocación radical por la literatura lo lleva en cada narración a una zona nueva. Su escritura no le tiene miedo al ridículo, al contrario lo adopta como recurso. De alguna manera, encarna esa especie rara de escritor que quiere escribir todas las historias, explorar todos los géneros, mostrar todas las fantasías. “Así como Borges condensaba, cerraba y reducía yo quiero tomar ampliar y expandir”, dice Guebel.

Más allá de esa declaración de principios, en sus relatos reciente reunidos en Tres visiones de las mil y una noches (Eterna Cadencia), el periodista toma el mecanismo borgiano del libro imaginario y lo lleva a un orientalismo pampeano, entre erudito y delirante. No hay duda de que su obra conjuga la creación de mundos imaginarios con la exploración de personajes, hechos y libros históricos. Es decir, la frontera entre ficción y realidad se desvanece para dejar que surja la fuerza del lenguaje.

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“En el fondo yo escribo para construir y fijar sentidos para que mi mundo no se mueva tanto. En la literatura los objetos están referidos. Escribo para recuperar la realidad de los objetos y las relaciones entre ellos”, dice el autor de Carrera y Fracassi. En esa búsqueda, dejó de la lado las vanguardias y escribió una novela romántica desquiciada en Matilde, reeditada por Galerna a veinte años de su primera publicación. En esta historia el amor aparece a partir del desencuentro. Emilio se enceguece y no es capaz de distinguir la diferencia entre la pasión y la enajenación. Así se consagra a su delirio y el lenguaje sigue esa forma deliberadamente arquitectónica y loca. Alguna vez Beatriz Sarlo escribió que a Guebel le interesa poner a prueba a sus lectores para ver cuánto toleran esa tontería del enamorado de la que habla Barthes, que lo lleva a perder la noción de realidad. Así es que, ese desafío toma una dimensión filosófica en Matilde y se vuelve una exploración de la memoria en Las mujeres que amé (Random House). A decir verdad, también se apropia de la vida privada de Guebel en Derrumbe, su novela abiertamente autobiográfica. Según dice el escritor en ella cuenta la separación con su esposa. Solo que los momentos de quiebre de la pareja, el duelo posterior, la hija perdida y reencontrada se alternan con otras historias de personajes entrañables como si el escritor compusiera una pieza de jazz.

Pensándolo un poco más, cada narración de Guebel funciona de manera autónoma y, al mismo tiempo, se conecta casi en secreto con el resto, como si cada voz narrativa fuera un instrumento en una sinfonía total. Esos vínculos sutiles pero ciertos parecen confluir en un movimiento permanente que oscila bajo estructuras, tonos y tramas diversas, en las que el humor, la parodia y el desborde, alimentan las peripecias. En el fondo, Guebel explora en el lenguaje lo que resulta inexplicable en la vida.

© LA GACETA

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