Lamentable descuido del parque Guillermina

Lamentable descuido del parque Guillermina

La Quinta (hoy Parque) Guillermina, se formó cuando se iniciaba la segunda década del siglo que pasó. El célebre filántropo y pionero del azúcar, de los citrus, de la leche pasteurizada y de tantos otros adelantos, don Alfredo Guzmán, bautizó así, en honor a su esposa, doña Guillermina Leston, al enorme espacio que había adquirido a diversos propietarios entre 1909 y 1911. Quiso crear un ámbito donde pudieran implantarse y someterse a ensayo todas las variedades nuevas de citrus que introdujo en la provincia, traídas de diversos países de la tierra: Estados Unidos, Japón, Australia, principalmente. Tales plantaciones, sumadas a otras frondosas especies arbóreas, poco a poco fueron convirtiendo el lugar en un auténtico vergel.

En sus buenos tiempos, eran 87 hectáreas en total, de las que 83 se dedicaban a cultivo y experimentación y 4 al parque. El riego estaba garantizado por dos pozos surgentes cuya agua, llevada por gruesas cañerías, subía al tanque australiano gracias a los motores de una potente usina, para repartirlas por todos los ámbitos del lugar. En 1924, la prensa consideraba a la quinta (aparte de su condición de centro de trabajo científico y experimental) como “uno de los lugares ornamentales más bellos de la ciudad”.

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No se ignora que la quinta fue adquirida en 1969, hace ya 49 años, por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán y rebautizada Parque “Batalla de Tucumán”. Posteriormente se le restituyó, con toda justicia, su nombre original de “Guillermina”. El lugar se abrió entonces para el esparcimiento de todos los tucumanos.

Lamentablemente, el parque Guillermina es una de las tantas cosas que no hemos sabido cuidar debidamente. Hace pocos días, una nota de redacción y un “Panorama Tucumano” (LA GACETA del 15 y 16 de marzo) describían y comentaban el estado de abandono del predio, devastado por el vandalismo. Esto no se nota mucho sí se mira la entrada por Mate de Luna, pero a medida que se avanza en su interior, lo más notorio son “los pastizales, el deterioro de las calles interiores, las roturas del mobiliario urbano”, dice nuestro columnista. Y agrega que “el límite con el Canal Sur es una finisterre librada a su suerte: circular por allí es cosa de valientes o de desprevenidos”. El parque se ha convertido en “tierra de nadie”, con basuras esparcidas y frecuentado por grupos alcoholizados y por motoarrebatadores.

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Nos parece que frente a situaciones como esta, las autoridades debieran tomar medidas, enderezadas al cuidado del parque como tal (sus árboles, sus plantas, su caminería, sus bancos y sus juegos), y a terminar con la acción de los depredadores y con el mal uso del predio. Está comprobado que el parque no puede estar sin vigilancia. Ella debe ser permanente, y estar a cargo del número suficiente de personas que obren con la adecuada energía. Esto, para que un espacio de tanta belleza y posibilidades deje de ser el sitio abandonado y peligroso que es actualmente. No resulta desacertada la sugerencia de “Panorama Tucumano” de pensar en rodearlo con un enrejado y permitir el acceso sólo en ciertos horarios.

Adquirir el parque tuvo alto costo para la Municipalidad, y en la compra se cifraron grandes esperanzas sobre lo que significaba un espacio de esa magnitud y de esa calidad. No puede permitirse que todo eso se disuelva por la acción del salvajismo urbano y la desidia de la autoridad.

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