El peligroso uso libre de analgésicos avanza sin control

El peligroso uso libre de analgésicos avanza sin control

El año pasado murieron en el país 5.400 personas a causa del abuso de ibuprofeno, paracetamol y sustancias similares. De acuerdo con un estudio nacional, el 85% de los argentinos utiliza calmantes de venta libre, que cuando se consumen en forma crónica producen letales efectos secundarios. Baja tolerancia al dolor y necesidad de encontrar soluciones que estén a mano.

Los lunes arrancan con dolor de cabeza. Los martes, después del gimnasio, hay molestias en los aductores. Los viernes, luego de cinco largos días de oficina y con la computadora, el síndrome de túnel carpiano le hace saltar lágrimas. Así suelen transcurrir las semanas de Germán Paz, empleado público de 44 años. Por eso, siempre tiene a mano un blíster de ibuprofeno. “Si me los olvido no hay problema porque entre mis compañeros de trabajo posta que hay alguien que los guarda en el cajón. Mi esposa también suele llevar pastillas en el bolso”, confiesa.

Saltaron del botiquín a la cartera de la dama y al bolsillo del caballero. Cada vez son más los que consumen analgésicos “por las dudas les duela algo”. Los llevan a todos lados. No interesa si hay o no prescripción médica. Y los riesgos se multiplican.

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La situación es tan preocupante que el Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb) acaba de lanzar una alerta en el país. Los profesionales de esa entidad afirman que el consumo de medicamentos para el dolor creció a niveles descontrolados, a tal punto que en 2017 murieron 5.400 personas por el abuso de estas sustancias.

Armas de doble filo

Las estadísticas muestran que las sobredosis de analgésicos aumentaron un 30% entre marzo de 2015 y 2018, en todos los grupos de edad, más en zonas urbanas que en rurales. La Safyb, que releva anualmente el consumo de fármacos por categoría, detectó en el último trienio un creciente consumo de productos para el dolor, no sólo los de venta libre como aspirina, paracetamol o ibuprofeno, sino también de los recetados tipo opiáceos, como oxicodona, codeína y morfina.

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“La gente tiene baja tolerancia al dolor y comienza desde edad temprana a consumir analgésicos, primero de los leves y luego de los potentes; hay automedicación y sobreprescripción” señala el informe de Safyb. Y añade que el 85 % de los adultos utiliza analgésicos de venta libre.

Según Susana de Ponce de León, magíster en Toxicología, uno de los principales problemas de los analgésicos es la banalización de su uso. “Mucha gente cree que porque los publicitan o son de venta libre no tienen efectos secundarios. Nada más errado. Lo primero para aclarar es que ningún medicamento es inocuo, toda sustancia es tóxica, mucho más si se consume en exceso”, resalta.

Los productos para mitigar el dolor cuando se consumen en forma crónica producen efectos secundarios como dolor estomacal, daño renal y hepático, hipertensión arterial, problemas cardiovasculares y alteraciones metabólicas y en la coagulación, explica. Además, los analgésicos derivados de los opioides pueden causar alta dependencia.

Generación ibuprofeno

Hay especialistas que para hablar del tema se refieren a la “generación ibuprofeno”. Por la pasión que parece despertar en el público este remedio (producto de mucho marketing, advierte Ponce de León): lo usan mucho los varones después del gimnasio o el picadito de fútbol, lo eligen las mujeres por dolores de cabeza y espalda, y los jóvenes y niños también lo consumen en exceso.

Algunos médicos desaconsejan su uso más de cinco días seguidos. Otros creen que aún bajo esa advertencia es muy arriesgado utilizarlos sin control de un profesional, especialmente porque las dosis son demasiado altas: hay quienes toman hasta 800 miligramos de una sola vez.

¿Será que abusamos cada vez más de los analgésicos porque tenemos menos tolerancia al dolor? “Algo de eso hay”, admite Maximiliano Müller, jefe de la Unidad de Tratamiento del Dolor del hospital Padilla.

La realidad merece un análisis más profundo, sostiene. “El estrés que vivimos hoy, la vorágine, la intolerancia a distintas situaciones… Todo nos lleva a estar más molestos. Además, optamos por soluciones más fáciles. Estamos convencidos de que podemos solucionar nuestros problemas con un comprimido de algo. Y, por supuesto, nos resulta más complicado ir al médico que tomar esa pastilla que tenemos a mano”, explica.

Müller admite que no todo es culpa de la población. Hoy los profesionales recetan muchos analgésicos, contribuyendo al paradigma médico que apunta al tratamiento de los síntomas y no de las causas. “Muchos especialistas no tienen empatía con el dolor del paciente. Nosotros atendemos casos todos los días de personas que viven con un dolor crónico, han pasado por muchos médicos y consumen todo tipo de sustancias; y aún así no logran superar su malestar”, remarca. Por supuesto, algunos llegan con úlceras estomacales y otros tipos de trastornos provocados por el exceso de medicación.

La unidad que dirige Müller se creó hace cuatro años. En los primeros dos años y medio evaluaron 5.259 consultas: más de 175 por mes. Además erradicaron del Padilla la indicación de un calmante, la nubaina, que tiene un altísimo poder adictivo.

Así define el dolor la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP por sus siglas en inglés): “el dolor es una experiencia sensorial o emocional desagradable asociada a un daño real o potencial en un tejido, o descripto en términos de dicho daño”. “Para nosotros dolor es lo que el paciente dice que le duele”, resume Müller.

No sugiere que la solución para la problemática sea aguantarse el dolor. ¿Por qué hacerlo si los analgésicos bien usados son seguros?, plantea. Lo que sí está claro, según el profesional, es que la gente necesita consultar a un experto (¡no el vecino ni el almacenero!, resalta), que ese experto le crea a la persona y tenga empatía con su dolor. “Y que, además, haya más controles sobre la venta de remedios en kioscos y almacenes, donde está prohibido por ley aunque sean de venta libre y eso no se está cumpliendo”, apuntó.

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