Manuel Pucheta: el último “Bombardero”

Manuel Pucheta: el último “Bombardero”

El peso pesado fue el último boxeador local que hizo latir el mítico estadio del Club Defensores de Villa Luján

AL FRENTE. El ‘Bombardero’ le ganaba por la vía rápida al boliviano Julio Cuellar el 11 de agosto de 2016. Villa Luján disfrutaba de uno de sus últimos KO. AL FRENTE. El ‘Bombardero’ le ganaba por la vía rápida al boliviano Julio Cuellar el 11 de agosto de 2016. Villa Luján disfrutaba de uno de sus últimos KO.
25 Febrero 2018

La violencia no entiende de clases sociales, de edades ni de normas. Con frecuencia los hermanos de Manuel podían ver como este regresaba con heridas y magullones, pruebas de que, una vez más, había peleado en la escuela.

Manuel Pucheta tuvo una infancia difícil, dividida entre la Escuela 259 -cercana a la cancha de San Martín- y el trabajo para ayudar a su familia. Era un niño introvertido; víctima, por parte de sus compañeros, de lo que hoy se denomina bullying, una forma de violencia. “Los chicos se burlaban de mí; eso no me gustaba y terminaba peleando, pero vivía cobrando”, recuerda, aunque ahora puede contarlo entre risas.

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Hay actos de injusticia que forjan caminos. Pucheta empezó a practicar karate y así aprendió a defenderse. Casi de manera simultánea, sus hermanos, practicantes de boxeo, empezaron a enseñarle al pequeño Manuel. Estaban preocupados por la situación que estaba viviendo.

Los Pucheta, eternos vecinos del barrio Victoria, saben de sacrificios. Nunca les sobró nada, a excepción del amor por cada integrante de su familia. Hoy podrían denominarse una “familia ensamblada”. “Por parte de mi mamá somos 12 hermanos, mientras que por el lado de mi papá somos nueve; en total, 21” cuenta Pucheta, y rememora con tristeza a dos hermanos fallecidos. Todos estaban bajo la imagen trabajadora que imponían sus padres. Manuel Alberto Pucheta, papá del boxeador, fue empleado de la vieja Agua y Energía hasta jubilarse. La mamá del “bombardero”, Aurora Ester Guzmán, aprendió y emprendió de todo, para alimentar a sus hijos. “Ella vendía bollos, tamales y humitas. También lavaba ropa por docena y pelaba cañas de la cosecha. Hizo muchísimas cosas por nosotros. Así nos crió”, narra el “Bombardero del Mercofrut”.

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“Yo quería estudiar, ser alguien en la vida; pero tenía que laburar: somos muchos hermanos y, ya sabés, la vida es dura”, lamenta. Sin embargo, hoy puede contar con una sonrisa todos los momentos duros que pasó.

El sueldo de Manuel Alberto no alcanzaba, ni siquiera con todas las actividades de Aurora. La necesidad de tener un plato de comida en la mesa presionaba a los Pucheta. Así fue como Manuel, con el fin de ayudar a su familia, encontró trabajo a casi cinco kilómetros de su casa, en el Mercofrut, ese enorme mercado de frutas y verduras.

Al mismo tiempo que trabajaba, su espíritu luchador le abrió un camino dentro del boxeo. Sus primeros resultados reflejaron un futuro prometedor. Sus rivales caían sin la posibilidad de transitar la pelea hasta las tarjetas. La dificultad fue aumentando. Cada rival que osaba subirse al cuadrilátero con el “Bombardero” llegaba mejor: conocía de las victorias que arrastraba Pucheta y subía al ring preparado para noquearlo.

El boxeo le exigía mayor compromiso y dedicación, algo que implicaba tomar una dura decisión, más para alguien que no tenía recursos para darse privilegios. En su tercera pelea como amateur Pucheta había convocado 3.000 espectadores. Con eso se convenció, y optó por dedicar su vida al boxeo. “Tuve que rechazar muchos trabajos que me ofrecían. El entrenamiento me tomaba mucho tiempo, y tuve que elegir entre trabajar o dedicarme al box para ser alguien”, explica Manuel. Esa elección le dio golpes más duros de los que podía recibir arriba del ring: “me cag... de hambre, había días que en casa sólo tenía pan duro de hace dos días y comía eso con mate, no tenía más”.

La potencia de los golpes de Pucheta era tal que motivó su apodo: “el Bombardero del Mercofrut”. Sus “bombas” hicieron que más de una veintena de luchadores recibieran una cachetada de la lona antes de escuchar el campanazo final. Sin imaginarlo, el Mercofrut, ese lugar que lo vio crecer, se conjugó y se inmortalizó junto a Pucheta, nombre al que llevaría con orgullo por todo el mundo.

En el deporte, ser un profesional significa que uno recibe una paga por la actividad que desarrolla, y como en cualquier trabajo, nadie olvida su primer sueldo.

“Lo primero que hice con el dinero que gané fue comprar asado. Deseaba comer un asadito después de haber ‘hambreado’ tanto, imagínate”, se acuerda, con mucho regocijo.

Donde hay éxito e ilusiones, el fracaso acecha. Un Villa Luján repleto, azotado por un frío otoño en 2006, esperaba ansioso la subida al ring del “Bombardero”. Pucheta estaba listo para defender el cinturón de campeón del “Mundo Hispano” y de llevarlo otra vez al barrio Victoria. El retador era el brasileño Edgar “Alzao” Da Silva. El momento llegó. Con ambos boxeadores arriba del ring, el sonido del choque de guantes excitó al público y el campanazo dio inicio al combate. No pasaron más de 10 segundos y, ante un estadio atónito, Pucheta cayó a la lona y no pudo levantarse. “Perdí el título por una piña de otra pelea. Tenía un invicto de 17 peleas y ahí terminó. El camino de regreso a casa fue muy triste, me parecía eterno y no paraba de llorar, por la impotencia que sentía”, le cuenta Manuel a LG Deportiva.

La oportunidad de pelear otra vez por un título se hizo esperar. En esta ocasión, el objetivo era el título latino de los pesados. En la localidad de Caseros, en Buenos Aires, se disputó el cinturón de los pesados interino, que se encontraba vacante. La velada convocó a Pucheta de un lado y a Gonzalo “El Patón” Basile del otro. Esa noche las “bombas” de Manuel no afectaron al “Patón”; y la voluntad de ir al frente no alcanzó. Basile no lució pero sus golpes tuvieron mayor precisión. El combate alcanzó los 12 rounds. Ante la ausencia de un KO, las tarjetas definieron el ganador. Esa pequeña diferencia que había marcado la precisión de Basile fue suficiente para que los tres jueces se pronuncien de manera unánime contra Pucheta.

Tuvo grandes duelos con Marcelo Domínguez, con quien asegura no haber perdido como sentenciaron las tarjetas; y con Fabio “La Mole” Moli. Con todos aún espera revancha. “Yo quiero mi gran revancha con ‘La Mole’, está retirado, pero siempre vuelve; el ‘Patón’ o Domínguez”, pide.

Manuel estaba golpeado, pero seguía en pie. Las peleas lo llevaron a recorrer el mundo: Finlandia, Australia, Escocia, Inglaterra y China fueron algunos de los países que sintieron el estruendo del “Bombardero”. “Me encantaría vacacionar en China o en Australia; su cultura es espectacular”, afirma, cautivado. Y destaca el respeto que hay entre las personas y los paisajes paradisíacos que exhiben todos los países que pudo visitar.

Pucheta fue el último púgil que hizo estallar el mítico estadio de Villa Luján. Al ser consultado sobre el afecto que le tienen tantos tucumanos no encontró algún motivo fácil de explicar, pero una de sus frases lo define todo: “voy al frente, soy un peleador”. La sociedad tiende a amar a quien rompe los límites, a quien no acepta con facilidad lo impuesto por una fuerza mayor; la rebeldía, la superación. Y Pucheta, por medio del boxeo, ha demostrado que tiene ese espíritu de peleador, no conformista. Por eso fue él, y ninguno de los demás que le sucedieron, el que llenó el estadio que latió con los golpes de Horacio “La Pantera” Saldaño y de Emilio Ale Alí -ya fallecido, ex entrenador de Pucheta-.

“El reconocimiento de la gente me enorgullece. Trato de ser amable con todos. No sé si lo que hago salen bien o mal, pero siempre intento hacerlo bien”, expresa el púgil. Con sus casi 47 años se considera “viejito”, pero se emociona al saber que aún está vigente en los corazones tucumanos que saben lo que es disfrutar las históricas veladas boxísticas en Villa Luján. Recibe constantes muestras de afecto, pero también hostiles. De todos modos, las muestras de desprecio son ampliamente superadas por las de amor. “Aprendí que todo lo que sube en la vida tiene que bajar, cuando todo desaparece lo único que quedará con uno es su familia, sus amigos -incluso rivales-, y las vivencias. La plata va de mano en mano, uno puede tenerla o no, pero no debe cambiar nuestra forma de ser”, afirma Manuel, que destruyó límites, conquistó corazones y juró lealtad a su gente de su barrio y a sus amigos del Mercofrut. Sea cual sea el lugar del mundo en el que esté, siempre será Tucumán donde mejor acompañado estará.

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