Biza, entre yuyos y matemáticas

Biza, entre yuyos y matemáticas

Un singular personaje, que encantaba a los tucumanos desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX.

MIGUEL GERÓNIMO BIZA. Una fotografía muestra su rostro en los años mozos.  MIGUEL GERÓNIMO BIZA. Una fotografía muestra su rostro en los años mozos.

Hasta comienzos del siglo que pasó, no había tucumano que no conociera a don Miguel Gerónimo Biza. No sólo era un personaje característico de la ciudad, sino que sus anécdotas y sus peculiaridades habían trascendido ampliamente los límites de la provincia. Importantes revistas porteñas le dedicaron artículos. Según LA GACETA, Biza “era al fin un determinado, un original, uno de esos personajes populares de ‘cachet’ propio y personalidad bien caracterizada, con los que se encariñan los pueblos que tienen siempre algo de niños”.

Había nacido en Tucumán el 11 de mayo de 1830. Era hijo de don Miguel Mariano Biza y doña Josefa Gómez. Séptimo entre nueve hermanos, sus abuelos venían de una distinguida familia española de Cádiz, según informa una noticia biográfica inédita de su pariente Carlos Barrios Barón.

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La enseñanza

Fue un aplicado estudiante de la venerable escuelita del convento de San Francisco. Aunque desde sus años mozos se dedicó al comercio, nunca abandonaría el gusto por la enseñanza. Le gustaba proclamar que él había sido quien instruyó en las primeras letras a Nicolás Avellaneda y a Julio Argentino Roca, y hubo varios discípulos destacados suyos –como los doctores Luis F. Aráoz y Julio Cossio- que le dieron grandes muestras de aprecio, a lo largo de toda su existencia.

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Entre aquellos alumnos que disfrutaba evocar, tenía sitio saliente el general Roca. Le dispensaba Biza verdadera devoción, y con cualquier pretexto rodeaba de alabanzas su nombre. Roca solía retribuir ese sentimiento con hechos. Julio P. Ávila recogió una anécdota ilustrativa a ese respecto.

El adorado Roca

Cuenta que Biza narraba que, cuando Roca jovencito fue a estudiar al colegio de Concepción del Uruguay, él le obsequió un puñal. “¡Qué puñal espléndido, mi amigo! ¡Cortaba el asado al aire, con hueso y todo!”, repetía. Agrega Ávila que “para un individuo que debía viajar meses en carreta, el regalo de un cuchillo era oportuno; pero, a decir verdad, el obsequio de don Gerónimo, avaluado, no valdría más que un real”. Cuando, mucho después, el ya encumbrado Roca vino a Tucumán, acudió a saludarlo Biza, y le dijo: “¿Te acuerdas, Julio, del puñal que te regalé cuando fuiste a estudiar? ¡Qué puñal aquél!”. Entonces, “contestando la indirecta, el general surtió el almacén de Biza por valor de 3.000 pesos”.

Diez años más tarde, Biza viajó a Buenos Aires, visitó a Roca y le llevó de regalo un queso de Tafí. A poco de empezar la charla, surgió lo de siempre, con un agregado: “Julio, ¿te acuerdas del puñal que te regalé? Pues has de saber que perteneció al arsenal de don Pedro II, del Brasil”. Dice Ávila que la consecuencia “fue otro almacén costeado por el general”. Lo mismo que el primero, fracasó, “puesto que don Gerónimo vendía pero no reponía la mercadería, quedándose al fin con la tinaja y los yuyos medicinales”.

Desafíos científicos

Lo que a Biza le gustaba especialmente en su juventud, eran los “desafíos científicos” sobre todo en temas de Matemáticas. Con don José Ignacio Aráoz y Córdoba, vicerrector del Colegio Nacional y adicto a la misma ciencia, mantuvo sonadas polémicas acerca de cálculos, que eran seguidas con interés a través de los diarios. Era frecuente que los alumnos del Colegio acudieran a su casa a consultarlo, en sus problemas de ciencias exactas.

Paralelo con su gusto por las matemáticas, Biza era un apasionado de las yerbas medicinales. Sus “yuyos curativos” figuraron en cuatro exposiciones internacionales: la de Córdoba, de 1871; la de Buenos Aires, de 1882; la de París, de 1889 y la de Chicago, de 1893. Los jurados le adjudicaron medallas, diplomas y otras distinciones. La Exposición Continental de Buenos Aires otorgó el primer premio a su colección botánica de 214 ejemplares.

Medicina popular

Con formulas propias, o extraídas del famoso “Recetario” del doctor Mandouti (tan en boga en el siglo XIX), Biza practicaba exitosamente la medicina popular. Tuvo primero un negocio de “ramos generales”, que fue destruido por un incendio. Pero, sin amilanarse, instaló otro, más modesto. Vendía allí “productos regionales, un té de 14 yerbas y aloja que, purificada y acondicionada, presentaba al público como ‘Cerveza Coyuyo’ y la recomendaba para enfermedades del estómago”. Por esta causa, mereció el nombre popular de “Remedio del doctor Biza”.

Nunca quiso alejarse de Tucumán. Le ofreció Roca un puesto en la Aduana, pero aguantó sólo pocos meses en la capital. Era dilecto amigo de personajes como los ex gobernadores Lídoro Quinteros, José Posse y Silvano Bores; del médico Juan Mandilaharzu, del farmacéutico José Ponssa y de los sacerdotes Miguel Román, Luis Alfaro y Joaquín Tula, por ejemplo.

Los años altos

“Don Gerónimo” o “El Tartancho” como afectuosamente lo llamaban por su modo de hablar, trataba a los médicos como “colegas”. Según LA GACETA, tenía en Tucumán “una reputación ‘sui generis’ de sabio, a la manera de los astrólogos y sabios de la Edad Media. ¿Quién no lo conocía entre nosotros? ¿A quién no saludaba por su propio nombre?”.

Sobre sus últimos años, el diario agrega que Biza, “de tiempo en tiempo, después de esos largos eclipses impuestos a las personas ancianas por los achaques de la salud y por los rudos fríos invernales, en algunas mañanas de sol, demacrado y asmático, pero siempre lleno de reminiscencias históricas y de científicos desafíos, hacía su reaparición por las redacciones de los diarios”. Dos años antes de morir, el corresponsal en Tucumán de la revista porteña “Fray Mocho” le hizo un extenso reportaje con fotografías.

Un reportaje

Allí, Biza empezaba diciendo: “Pero oiga, m’hijito, no me haga decir macanas ¿entiende? No me gusta comprometer mi reputación. Usted sabe que su amigo don Gerónimo no macanea nunca… Su amigo ha hecho estudios profundos ¿sabe?, como ningún otro tucumano, en las matemáticas, en la aritmética y en la botánica. Y desafío al que quiera ponerme un problema, o al que quiera discutir conmigo sobre las enfermedades del cristiano”.

Seguía: “Con mi milagroso compuesto de 14 yerbas medicinales (tome, lleve una cajita pa’que pruebe) he sanado del estómago al general Roca (¡haga la venia, mi amigo!), al doctor Güemes y a la mar de gente copetuda. Y puedo decir con orgullo que soy el único de los hijos de esta tierra que tengo medallas y libros de honor de la exposición de Chicago y de todas las exposiciones del mundo donde ha habido gente sabia, que no me tenía envidia”…

“Pensamiento”

El periodista le pidió un “pensamiento”. Biza escribió: “El General Julio A. Roca, mi querido amigo y discípulo, y las yerbas medicinales del té milagroso para quitar todo mal de estómago, son las dos glorias más grandes que ha dado Tucumán a la Patria y a las Ciencias”. Y estampó su firma al pie.

Don Miguel Gerónimo Biza tenía 83 años cuando murió, el 18 de marzo de 1914. Gran cantidad de gente acompañó al Cementerio del Oeste, bajo la lluvia, los restos de este singular personaje que había sobrevivido largamente a su tiempo. Siete meses más tarde, el 19 de octubre, moría en Buenos Aires, a los 71 años, su adorado general Roca.

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