En Tucumán el Estado es un fantasma

En Tucumán el Estado es un fantasma

En Tucumán el Estado es un fantasma

Desesperanza. Profunda tristeza. Abatimiento. También enojo y hasta bronca. Sentimientos y sensaciones que atraviesan el corazón de los tucumanos -de esos que aman a Tucumán- cuando ingresan a la provincia.

No importa de dónde se venga. No interesa por qué ruta. Da lo mismo, cualquier acceso, norte, sur, este, oeste. El cuadro, penosísimo, siempre es el mismo. Pavimentos deteriorados, en algunos tramos intransitables, banquinas abandonadas o inexistentes, falta de pintura asfáltica, señalizaciones insuficientes o directamente nulas, basura desparramada, mugre, abandono.

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La provincia con menos kilómetros de rutas de toda la Argentina encabeza el ranking nacional del mayor deterioro vial. Paradójico es poco; es vergonzoso, y a la vez imperdonable.

Es la provincia que menos dinero necesita para pavimentar, pintar, limpiar y señalizar. Sin embargo, la ausencia del Estado es alarmante.

Nacional, provincial y municipal. Hasta las rutas nacionales, como la 157, cambian abruptamente cuando se ingresa a Tucumán.

Ya ni siquiera nos comparamos con Córdoba, que de verdad parece otro país, sino con las también empobrecidas provincias del norte, como Santiago del Estero, Catamarca, Salta o Jujuy. Rutas como las 157, la 38, la 9 o la 40 -todas nacionales- están en perfecto estado en las provincias vecinas, excepto aquí.

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¿Ni siquiera las delegaciones nacionales de Vialidad, Transporte, Seguridad, Turismo o Medio Ambiente funcionan bien en Tucumán? ¿Por qué la ruta 157 está señalizada, pintada, limpia y con el pavimento en buen estado en Santiago, en Catamarca y en Córdoba (cambia a 60) menos en Tucumán?

¿Por qué es la única provincia, y subrayamos, la única provincia, donde al llegar brotan en las rutas las motos sin luces, incluso de noche, sin patentes, con conductores sin casco, que circulan de a tres o cuatro por moto?

¿Por qué Tucumán tiene la única avenida de circunvalación del país sin señalizaciones transversales (por encima de la ruta) como ocurre en todas las autopistas argentinas? Y la cartelería lateral es escasísima.

Los cuatro accesos desde la circunvalación a la capital tienen un solo cartelito, diez metros antes del desvío, que apenas dice “San Miguel de Tucumán”. El viajero no sabe si ingresará al sur de la ciudad, al norte, al centro. Eso, si primero logra ver el único cartel diez metros antes de la bajada.

En todas las circunvalaciones o autopistas “normales”, para el lector que no conoce, existe abundante señalización transversal (elevada) y lateral que anuncia 5.000 o 3.000 metros antes que se está próximo a un acceso a una ciudad o pueblo. Luego, 1.000 metros antes, luego 500 o 300 metros, hasta llegar al desvío donde hay flechas y carteles por todos lados.

En el caso de ser una ciudad grande, como Córdoba o Rosario, en cada ingreso se informa además a qué parte de la ciudad se está por acceder.

Esto en Tucumán, la quinta ciudad más grande del país, no existe.

Por la 157 no hay un solo cartel que indique qué ciudad o pueblo se está atravesando.

La ruta 307 que conduce al único producto turístico realmente internacional que tiene la provincia, las Ruinas de Quilmes, después de Tafí del Valle y hasta Amaicha está destruida. Circular por allí es poner en riesgo cualquier vehículo.

El ingreso a la capital por ruta 9 es un caos. Sin GPS es una misión imposible para el que no conoce. Además, sucio, maloliente y abandonado.

Llegar por la 157 es deprimente. Además de estar destrozada, no tiene banquinas, se cruza por localidades con gente caminando por la ruta. Y al entrar a la capital, el panorama de la avenida Jujuy es quizás el más triste de todos. Si acaso no está inundada, hay basura por todos lados, muchos tramos sin veredas, sin iluminación, y abarrotada de motociclistas sin luces. Para el que viene de afuera no hay un solo letrero que le indique dónde está y hacia dónde está yendo.

Llegar por el este (303) o por el noreste (304), ambas conectadas con la ruta nacional 34, es igual de deprimente y riesgoso. Mugre, destrucción y peligro. Y si toca un día en que los ingenios están arrojando vinaza en los cultivos, el mal olor puede llegar a ser insoportable.

Arribar por la renombrada avenida Papa Francisco (ex Aeropuerto) es otra experiencia desagradable y peligrosa. Malezas por todos lados, un canal fétido lleno de basura, baches para coleccionar, ni una línea en el asfalto y de noche puede ser una ruleta rusa para el turista desorientado, que avanza sin indicaciones y a oscuras.

El ingreso más decente es quizás el acceso norte, aunque también acusa banquinas descuidadas, señalización escasa y falta de iluminación.

En todos los casos, ya sea por seguridad, condiciones viales, higiene o cumplimiento de las leyes, la ausencia del Estado es evidente.

Incluso para quienes llegan por aire y experimentan la maloliente, sucia y oscura experiencia de descubrir Tucumán desde la ruta al aeropuerto.

El gobierno provincial gasta fortunas en publicidad turística, sobre todo en Buenos Aires. Dinero quemado en visitantes que difícilmente quieran regresar. Sería más inteligente suspender todas las promociones turísticas, industriales y comerciales hasta tanto tengamos rutas y accesos dignos y seguros. Ni siquiera como Córdoba, pero al menos como Catamarca o Jujuy. Porque se sabe que es mucho más difícil hacer que alguien vuelva a un lugar que no le gustó, que convencerlo de que venga por primera vez. Y porque además los tucumanos se merecen un Estado presente, que trabaje, que devuelva en obras lo que recauda. Y ni siquiera se les exige a los funcionarios que sean inteligentes y creativos, sino sólo que sepan copiar los que otros vienen haciendo bien.

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