Accidente de aviación en San Felipe

Por Manuel Riva

DESTRUIDA. Los pedazos de la aeronave, que cayó desde 30 metros, quedaron esparcidos por el lugar como fiel reflejo del tremendo impacto.  DESTRUIDA. Los pedazos de la aeronave, que cayó desde 30 metros, quedaron esparcidos por el lugar como fiel reflejo del tremendo impacto.
22 Enero 2018

Los primeros días de enero de 1938 llegaron a nuestra provincia con varias situaciones complicadas. Una tormenta, como es costumbre en estas épocas del año, inundó varios sectores de la ciudad y las aguas afectaron hasta el centro mismo impidiendo el tránsito por varias arterias. La esquina de Maipú y San Martín fue una laguna durante varias horas. Por otra parte, el fuego afectó las instalaciones de la recordada tienda La Sorpresa, ubicada en Maipú y Las Heras (hoy San Martín). Y el mismo día del incendio, un avión del Aero Club sufrió un desperfecto y cayó a tierra desde unos 30 metros de altura. El accidente causó heridas de consideración al piloto de la aeronave.

La caída del Fleet

Nuestro diario titulaba en primera plana: El avión Fleet R. 66 del Aero Club Tucumán que cayó ayer en San Felipe, y debajo había una fotonoticia que mostraba la nave destruida.

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El desarrollo de la noticia explicaba: se registró cerca de la estación ferroviaria García Fernández un grave accidente en el que resultó seriamente herido el piloto Federico Bobba que conducía una máquina de pertenencia del Aero Club Tucumán y un amigo, Rómulo Condolucci, con el que había salido en las primeras horas del día en cumplimiento de un habitual vuelo de entrenamiento. En la crónica se detallaba que, de acuerdo con los datos recogidos por los cronistas, el Fleet de 100 caballos de fuerza había salido de los hangares del Aero Club, que estaban en el viejo aeropuerto del parque 9 de Julio, y que había despegado muy temprano aquel 8 de enero de 1938. Empleada para instrucción -seguía la crónica- de alumnos y algunas veces para vuelos de turismo sobre nuestra ciudad, la máquina es continuamente objeto de una meticulosa inspección técnica, por lo que se encuentra en cualquier circunstancia en que debe ser empleada, en estimables condiciones de vuelo. El cronista destacó que el mecánico de la aeronave había dicho que revisó la máquina como acostumbra hacerlo y no halló ninguna falla, realizando entonces las providencias habituales antes de iniciar el raid.

Las agujas del reloj se acercaban a las 10 cuando el avión fue avistado sobre la localidad de San Felipe. El Fleet seguía al convoy que había partido de esta ciudad con destino a Córdoba, volando a baja altura, unos 30 metros más o menos, como si pretendiera tributar un homenaje a algún viajero. El tiempo pasó y alrededor de las 10.30 la aeronave se encontraba en las cercanías de la estación de García Fernández sobrevolando un paraje desolado, en cuyas circunstancias la máquina dio vuelta para emprender el regreso al punto de partida. Las maniobras del avión eran observadas por varios testigos desde tierra cuando en un momento y sin explicación: se precipitó con extrema violencia a tierra, para clavarse en la parte superior de una zanja, de cuatro metros de ancho y tres y medio de alto, que corre próxima a las vías y que es empleada para riego. La descripción de cómo quedaron los restos da una muestra del tremendo impacto. El motor quedó separado del resto de la nave a varios metros de distancia mientras que la cabina y demás partes quedaron completamente destrozadas.

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La crónica no lo dice pero el estruendo producido al estrellarse la aeronave debe haber sido importante. Los vecinos de la zona acudieron con celeridad al lugar del accidente y encontraron allí al piloto: aprisionado en el asiento de mando, la cara tapada de sangre y profiriendo impresionantes ayes de dolor. El lugar destinado al piloto, según la crónica: debido a la violencia del impacto quedó reducido, apretando a Bobba que no podía ser zafado de tan desgraciada situación pese al esfuerzo de los labradores. El piloto pudo ser retirado tras un arduo trabajo con sierras y martillos para romper los barrotes y extraer a la víctima y prodigarle las primeras curas. Bobba fue colocado en una camilla y trasladado hasta un centro médico de la capital. Presentaba lesiones de consideración que lo tuvieron en estado crítico. Sufrió una grave conmoción cerebral, la fractura del pie derecho y golpes en diversas partes del cuerpo. En cuanto al acompañante, Condolucci, pudo salir del avión por sus propios medios, sufriendo únicamente, a más de la imaginable impresión, ligeras contusiones en la cara y alrededor del labio superior.

La información del desastre llegó hasta esta capital por medio del telégrafo del Ferrocarril Central Córdoba, que se emitió desde la estación García Fernández. La información hizo que con premura se alistaran los bomberos que partieron en uno de sus móviles en auxilio de las víctimas. En otros vehículos fueron las autoridades policiales y del Aero Club. Al llegar a la altura del accidente, kilómetro 120 de la línea Central Córdoba entre García Fernández y San Felipe ya muchos moradores de las inmediaciones, agricultores y trabajadores rurales, habían abandonado sus quehaceres a objeto de acudir prestos a socorrer a los accidentados, enumeraba la historia escrita 80 años atrás. Los bomberos y policías observaron al piloto y su acompañante yacentes junto a la máquina, el primero totalmente cubierto de sangre en medio de ayes lastimeros mientras que el segundo sólo había sufrido lesiones que no revestían mayormente importancia. Los efectivos policiales, encabezados por el intendente de Policía, Juan Schreter trataron de determinar las causas del hecho sin lograrlo porque el testigo privilegiado, el acompañante, no estaba en condiciones de declarar a causa de los golpes recibidos.

Otra tragedia aérea

Al día siguiente del accidente en Tucumán se produjo la caída de otro avión, ahora en tierras uruguayas, perteneciente a la comitiva presidencial que volvía desde Uruguayana, donde se habían colocado las piedras basales del puente que uniría Argentina, por la ciudad de Paso de los Libres, con Brasil por Uruguayana. El avión se estrelló y se incendió, lo que causó la muerte de todos sus tripulantes. Entre ellos iba el hijo del presidente Agustín P. Justo, Eduardo, que era piloto civil. La nave era pilotada por el teniente coronel José Bergamini junto al mayor Luis Bergani como copiloto; además del coronel Abraham Schweitzer, los tenientes Firmo Posadas y Luis Berardo y Eduardo Justo, miembros de la Marina.

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