Un antes y un después
03 Enero 2018

No pocos lectores relacionan esperanza con el tango “Uno”, donde se busca “lleno de esperanza los caminos que los sueños prometieron a sus ansias”. Pero, ¿para qué busca si dice que está lleno? La situación se vuelve difícil, además de confusa, porque la pobre esperanza debe enfrentar un vacío previo a la satisfacción. Un lugar donde suelen perderse los deseos por la imposibilidad de enunciarlos. Desconocimiento de lo propio por la incapacidad de preguntarse. Es como si antes del comienzo del partido ya se pierda uno a cero. Todos los goles son en contra. La esperanza se degrada en espera para los más vagos. Y no sólo es un drama para el humor santiagueño. No saber qué se quiere es primo hermano de lo que se rechaza en la aventura de un proyecto de vida. No es lo mismo la esperanza de hallar a los tripulantes del submarino perdido que imaginarlos asfixiados. Frente a una sociedad en la que es más segura la decepción que la ilusión, estar excitados suele asociarse con la esperanza. Y la violencia. La política tiene su propia lógica y dinámica donde muestra que las esperanzas no suelen fallar en el negocio del poder. Usted sabe, amigo lector: lo bueno de lo malo es que no se haga peor. Ya vienen las fiestas y con ellas viejas promesas de baja credibilidad. Muchos aceptan que se las escuche y no que se las crea. Porque la esperanza tiene también dudosas sociedades tanto místicas como delirantes. Libres y gratuitas. Nobles y corruptas. Las fiestas también son para festejar esperanzas vencidas. La vigencia de la esperanza tiene un antes y después, quizá disfrazados, donde la esperanza no sería otra cosa que el destino del otro. Pero la evaluación final no reside si cumplió o no con lo deseado, sino si usted se lo merece. No le cuente a nadie: la esperanza es una encuesta. Y una apuesta.

Osvaldo Aiziczon

Psicoanalista

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