En la cuerda floja
03 Enero 2018

Aunque suele mencionarse a la esperanza en su vínculo con la fe religiosa, y desde ella aparece como la firme convicción en la salvación personal, lo cierto es que la esperanza más que certidumbre es una estremecida percepción de lo anhelado como posible. Asediado por el futuro y sus adversidades de siempre, lo esperado como deseable es sostenido a pulso por la esperanza.

Deseo curarme de mi mal, pero es posible que ello no ocurra: en esa cuerda floja sobrevive la esperanza. Y para colmo es la que debe decidir qué hacer ante lo incierto una y otra vez, en ese imparable reclamo que el futuro nos impone para elegir opciones. De modo que nos convertimos en responsables de lo que hacemos desde nuestra espera esperanzada en el cumplimiento incierto de lo que aspiramos ver cumplido.
Tal vez porque la vida radica en buscar su sostenida continuidad, sobre lo discontinuo del tiempo, es que dejamos ir a nuestras esperas que no cuentan con el apoyo de nuestras esperanzas. Y sin embargo, la vida suele entregarnos nuevamente ese abandonado retazo de nuestros días bajo el hecho asombroso de su retorno transformado: ahí está el amigo convertido en hermano sin que lo supiéramos; o el reconocimiento de un poema o una idea común que me une inesperadamente con alguien que creía ajeno a toda sensibilidad intelectual.
¿Y qué si la esperanza declina -como lo vemos a diario- en la abierta voluntad de hacer daño a prójimos o distantes? Los ataques y planes de muerte a voleo de los que estamos siendo testigos también reposan en la esperanza de verse cumplidos. Y para colmo en la confiada seguridad de que ese modo garantiza la salvación eterna de sus ejecutores.
Pero así viene hecho -desde la vida- el ser humano. Sostener la esperanza en él sin desesperar es tarea mayor.

Aunque suele mencionarse a la esperanza en su vínculo con la fe religiosa, y desde ella aparece como la firme convicción en la salvación personal, lo cierto es que la esperanza más que certidumbre es una estremecida percepción de lo anhelado como posible. Asediado por el futuro y sus adversidades de siempre, lo esperado como deseable es sostenido a pulso por la esperanza.
Deseo curarme de mi mal, pero es posible que ello no ocurra: en esa cuerda floja sobrevive la esperanza. Y para colmo es la que debe decidir qué hacer ante lo incierto una y otra vez, en ese imparable reclamo que el futuro nos impone para elegir opciones. De modo que nos convertimos en responsables de lo que hacemos desde nuestra espera esperanzada en el cumplimiento incierto de lo que aspiramos ver cumplido.
Tal vez porque la vida radica en buscar su sostenida continuidad, sobre lo discontinuo del tiempo, es que dejamos ir a nuestras esperas que no cuentan con el apoyo de nuestras esperanzas. Y sin embargo, la vida suele entregarnos nuevamente ese abandonado retazo de nuestros días bajo el hecho asombroso de su retorno transformado: ahí está el amigo convertido en hermano sin que lo supiéramos; o el reconocimiento de un poema o una idea común que me une inesperadamente con alguien que creía ajeno a toda sensibilidad intelectual.
¿Y qué si la esperanza declina -como lo vemos a diario- en la abierta voluntad de hacer daño a prójimos o distantes? Los ataques y planes de muerte a voleo de los que estamos siendo testigos también reposan en la esperanza de verse cumplidos. Y para colmo en la confiada seguridad de que ese modo garantiza la salvación eterna de sus ejecutores.
Pero así viene hecho -desde la vida- el ser humano. Sostener la esperanza en él sin desesperar es tarea mayor.

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Jorge Estrella

Doctor en Filosofía- Escritor

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