Éxito en Trancas, previo a la batalla

Éxito en Trancas, previo a la batalla

Soldados patriotas, al mando de Esteban Figueroa, lograron apresar a un alto oficial realista.

TRANCAS VIEJO. La histórica capilla es lo único antiguo que perdura en esa población. 
TRANCAS VIEJO. La histórica capilla es lo único antiguo que perdura en esa población.

Once días antes de la batalla de Campo de las Carreras, un grupo de patriotas tucumanos protagonizó, en Trancas, un audaz golpe de mano. Sumado al pequeño éxito previo de Las Piedras (3 de setiembre de 1812), sin duda fortaleció el espíritu de quienes se preparaban a enfrentar la fuerza realista que mandaba Pío Tristán.

El caso es conocido. Pero suministra más detalles la investigación del doctor Juan Schreier (h), en su poco conocido trabajo “Un episodio de la batalla de Tucumán”. Lo publicó en 1936, junto con otros ensayos, aquel efímero Instituto de Estudios Históricos de Tucumán. De allí tomamos las referencias que siguen.

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Los 39 enviados

La historia empieza el 3 de setiembre de 1812, el mismo día de la escaramuza de Las Piedras. El teniente de gobernador de San Miguel de Tucumán, don Francisco de Ugarte, ordenó que un total de 39 hombres marcharan “a Las Trancas a guardar sus caminos de Las Cuestas y Colalao”. Debían ser 40, pero consta en la nómina que José Manuel Andana “por enfermo queda”. Los puso al mando del capitán Esteban Figueroa, a quien secundaban su hermano, el también capitán José Manuel Figueroa, del regimiento 2 de Infantería; el sargento primero Mariano Salas, y el cabo segundo Inocencio Aracer. Firmaban la “Lista de revista” el capitán Figueroa, la certificaba el Teniente Ministro Tesorero y Comisario de Guerra, José de Ayala, con el “visto bueno” de Ugarte al margen. Por error, la nómina daba un total de 38 y no de 39 hombres.

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Los oficiales Figueroa eran hijos de doña Ángela Zeballos. Esta señora era una patriota tan resuelta que, cuando se produjo la recluta de tucumanos para luchar contra los invasores ingleses, como no tenía dinero ofreció sus dos hijos, según consta en la documentación.

Realista imprudente

El grupo se trasladó a toda prisa rumbo a Las Trancas, dispuesto a cumplir su misión. Los días fueron pasando sin novedad. De pronto, el 13, los vigías apostados en los árboles divisaron una columna de vanguardia del ejército realista. Iba al mando del coronel Agustín de Huizi, y estaba ya próxima a “las primeras casuchas del pueblo”. Nos referimos a la población que hoy se conoce como “Trancas Viejo” o “Villa Vieja de Trancas”, ya que la actual ciudad de Trancas se formó pocas cuadras más al sur, a fines del siglo XIX, dado que por allí pasaba el ferrocarril

Huizi hizo detener a sus soldados y se adelantó rumbo al pueblo. Lo acompañaban su ayudante, el cadete graduado Manuel Negreiros y el fraile Juan Antonio Ibarreche, quien revistaba como capellán. Acaso para comer y beber algo, los tres se apearon en una de las tantas casas, propiedad “de un anciano matrimonio”.

Tres prisioneros

Súbitamente, les cayeron encima los soldados de Figueroa, que estaban ocultos a pocos metros. “Sin darles tiempo de reponerse de la sorpresa, les quitaron las armas, obligándoles a subir a la grupa de los caballos que montaban los patriotas”. Y “ante el estupor de los realistas, desaparecieron con los prisioneros en el enmarañado monte”, escribe Schreier.

A pesar de los esfuerzos desesperados que hicieron los realistas, no pudieron rescatar a los tres cautivos. Figueroa y sus hombres cubrieron, en desenfrenado galope (sin duda cambiando caballos en las casas que encontraban) los 70 kilómetros que los separaban de la ciudad. Era de noche cuando presentaron, al jefe del Ejército del Norte, general Manuel Belgrano, los prisioneros, amarrados y furiosos.

Tristán amenaza

Entretanto, el general Pío Tristán se enteraba de la noticia con grandísimo disgusto, ya que Huizi era uno de sus jefes más distinguidos. Por eso, dos días más tarde, redactó una nota dirigida a Belgrano, y se la envió con un trompeta de su ejército.

Le decía que “una culpable indiscreción ha llevado al capitán graduado de coronel don Antonio de Huizi a la condición de prisionero”, hecho que “está muy lejos, en su modo, de las contingencias o vicisitudes de la guerra”. Le recordaba que él tenía prisioneros patriotas en su poder, que sumaban 9 oficiales, 9 sargentos y 80 cabos y soldados, a los cuales “se les trata con el decoro y asistencia que corresponde al derecho de gentes”.

Le advertía que el trato que diera a Huizi y a Negreiros, “va a dar la regla de mi conducta con los suyos por ahora, y para en todo tiempo”.

Dinero y cartas

Esperaba que “no se quejarán la decencia, buena educación y la justicia”. Pedía que Belgrano le enviara “una contestación positiva”, para que quede claro “el principio de que partan mis ulteriores procedimientos en esta esfera, de que hago a V.S. responsable”.

El trompeta portador llevaba una carta para Huizi y otra para María Gutiérrez y Escobar, madre del oficial Pedro Escobar, quien le había pedido que se la enviase. Portaba también “50 onzas de oro sellado” que Tristán destinaba a Huizi, “para subvenir a sus intereses”, expresaba asimismo la carta.

Cortésmente, el jefe realista la cerraba con un “Dios guarde a V.S. muchos años”. Y, con arrogancia, la fechaba el 15 de setiembre, en el “Campamento del Ejército Grande”.

Nobleza de Belgrano

Dos días más tarde, el 17, Belgrano remitía su contestación. Su carta demostraba una vez más -por si hiciera falta- la altura moral y la condición caballeresca del creador de la bandera. Como se sabe, él y Tristán tenían relación amistosa. Se habían conocido, siendo jóvenes, en España, sin sospechar que la vida habría de enfrentarlos.

Belgrano se refería primero, en tono de duda, a ese buen trato que el general enemigo se ufanaba de dar a los patriotas cautivos. Porque le había llegado, decía, “alguna noticia” sobre lo que ellos “habían tenido que sufrir después de que cayeron prisioneros”. A pesar de eso, seguía, a “mi conducta inalterable de no ofender la humanidad en cualquier grado que se halle”, la había observado con los prisioneros de Trancas y también “con los sargentos, cabos y soldados” que fueron apresados en Las Piedras, el día 13.

Trato a los presos

Así, decía, a Huizi, Negreiros y el padre Ibarreche, “los he remitido en coche con toda comodidad y con las órdenes más estrictas para que se les atienda, del mismo modo que al resto de prisioneros, en lo que permite la circunstancia del país”. Le parecía extemporáneo el reclamo de Tristán. “V.S. que me conoce, y sabe cuál ha sido mi educación, podía haber excusado de protestarme acerca de mi conducta en este particular; pues deben serles notorios mis procedimientos, sí es que el error y la enemiga que existe contra todo americano no ha tratado de trastornar en V.S. mismo las ideas que desde nuestra juventud han debido formar de mis sentimientos”.

Advertía, además, lo descortés del envío de la nota que contestaba. Trayéndola, decía, “debió venir un oficial y no un soldado; pues no es de poca consideración convenir entre dos generales el modo con que se han de tratar a los respectivos prisioneros”.

Toque picante

En cuanto las 50 onzas de oro, se las devolvía con el emisario, “a fin de que se sirva mandarlas repartir entre los oficiales y tropa de mi dependencia, que yo dispondré se entregue igual cantidad a Huizi”. Sobre las cartas, informaba que entregaría al preso la que Tristán le dirigía, y también la de la señora Gutiérrez. Le encargaba avisar a Escobar “que dicha señora su madre está sin novedad, igualmente a los demás caballeros oficiales, de sus familiares”.

Luego del protocolar “Dios guarde a V.S. muchos años” y antes de la firma, Belgrano deslizaba un toque de pimienta: fechaba su nota el 17, en el “Cuartel General del Ejército Chico”.

Siete días más tarde, en el Campo de las Carreras, ocurría la famosa Batalla de Tucumán. Con ese triunfo de los patriotas, quedaba frenado el avance del ejército realista hacia el interior de la actual Argentina. Debió el general Tristán replegarse a Salta, donde sería batido nuevamente cinco meses después.

Saldo del triunfo

En su proclama “a los pueblos del Perú”, emitida cuatro días después de la victoria, expresaba Belgrano que el “ejército grande” del virrey Abascal al mando de Tristán “ha sido completamente batido el 24 del corriente, día de Nuestra Madre y Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se puso el de mi mando: 7 piezas de artillería, 3 banderas y 2 estandartes, todas sus municiones, bagajes y equipajes, 2 coroneles prisioneros y uno muerto, 58 oficiales prisioneros y 20 muertos, 650 prisioneros desde sargentos hasta soldados y 500 muertos y 4 capellanes prisioneros, han sido el resultado de la acción”.

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