Los que viven y mueren en el lado oscuro

Los que viven y mueren en el lado oscuro

“La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz; las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes”. Ursula K. Le Guin

La muerte de Ayelén Gómez, chica transexual, fue una bomba esta semana. Sacó de la oscuridad a los excluidos sexuales, pobres que no pueden acceder a beneficios básicos como salud y educación y a quienes acompaña un destino de violencia que, como una flecha, los lleva hacia el abismo. Trans, pobre, adicta, violentada y abusada, prostituida y asesinada. Ocurrió en el parque 9 de Julio, lugar de descanso y recreación social en las horas de luz y lugar de prostitución y sordidez en las horas de oscuridad. Ahí pasaba sus noches Ayelén. Murió el sábado pasado a la madrugada, en el sector recoleto externo a las tribunas del club Lawn Tennis, cerca del anfiteatro Narciso donde se puede escuchar el eco de la propia voz.

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El parque es una zona violenta y difícil de cuidar. A él acuden miles de personas y cada semana hay episodios que reflejan esa realidad, a pesar de que hay un destacamento policial, bicipolicías y agentes que lo recorren en un cuatriciclo, y a que en uno de sus límites -la avenida Benjamín Aráoz- está la seccional 11a, a 10 cuadras, en Villa 9 de Julio, está la seccional 10a y a cinco cuadras, en San Martín y Monteagudo, la seccional 1a. Ya hubo dos homicidios en lo que va del año (Alejandro Almada, de 25 años, el 18/5, y Ayelén) y a poco que se recorra las páginas del diario, se encontrarán denuncias de arrebatos, agresiones, picadas, latigazos y ataques sexuales como el que sufrió una pareja en 2012 y por el cual fueron condenados dos policías en 2015.

Es que el parque es, además de lugar de descanso y ocio, zona de placeres oscuros. El Rosedal, la avenida de las Palmeras, las cañas huecas cercanas y la zona que bordea el canal hasta la estatua del Discóbolo son sitios a los que van las parejas y en ellos quedan huellas diurnas de la actividad nocturna: preservativos y envoltorios de pastillas.

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Desde hace décadas circulan unas 20 prostitutas por la avenida Soldati y unos cinco travestis por la Ibirá Pitá, desde la Casa de la cultura hasta el trencito. Los informes policiales detallan la presencia de “travestis, homosexuales, prostitutas y parejas”, y también de “paviteros”, descriptos como “sujetos que se excitan al observar a las parejas”. Hace 10 o 15 años se llamaba Villa Cariño a esta zona, así como la del autódromo -ahora demasiado insegura- y la de la ex confitería del lago, demolida en 2006. También había encuentros en el ex bar La Pérgola (frente al Rosedal), cuando estaba abandonado. Luego fue demolido y hoy no quedan rastros. Sí permanece la circulación nocturna.

Madamas y mafias

En estos días las compañeras y la familia de Ayelén han dado cuenta de esa actividad de la noche: Hay una madama que es una trans mayor, que las considera sus hijas y las regentea, y a la que deben pagarle entre $400 y $ 500 semanales. “Esta mujer actúa con total impunidad y genera cierto temor entre las chicas que trabajan en la calle. Debe tener algún ‘arreglo’ para tener tanta libertad”, contó una chica a LA GACETA.

¿Se trata de una tal Luisa, a quien la Fundación María de los Ángeles denunció en 2010? El abogado Carlos Garmendia, que representaba entonces a la Fundación, dice que la denuncia no llegó a nada, pero que Luisa apareció en el parque después de que él había denunciado a los policías de Leyes Especiales por cobrarles plata a las chicas para dejarlas ejercer la prostitución. “Los policías dejaron de cobrarles y apareció ella”, cuenta.

La hermana de Ayelén, Elizabeth Gómez, dice que la chica trans “contó que la amenazaba la policía, que le quitaban la plata”. En el Cetrans (Centro Educativo Trans) se comenta que las chicas trans son un coto de caza policial: las detienen por contravenciones, les cobran multa y algo más. Ayelén denunció en 2012 que la llevaron al “chancho” (una celda pequeñísima sin luz ni baño) en la seccional 2a y que la violaron. La Justicia no investigó esta denuncia. Situación similar (peor, si cabe la expresión) padeció en 2013 Celeste, quien denunció a siete policías de la seccional 4 de haberla detenido por contravención, luego haberla violado (también enviaron a los presos a abusar de ella) y haberla obligado a hacer tareas de limpieza durante una semana.

El juicio de octubre pasado en la Sala III de la Cámara Penal, condenó a dos policías por privación ilegítima de la libertad y ordenó que se investigue de nuevo la denuncia por violación. Los policías están libres. Hace tres semanas se presentaron dos habeas corpus por Paula, una chica trans que estuvo cinco días en el “chancho” de la seccional 2a y a la que le cobraron $ 500 por liberarla.

Marcela, amiga de Ayelén, dice que hay una mafia la vuelta del parque y confirma los comentarios en ese ámbito de que estas personas están absolutamente cercadas por proxenetas o por policías, a tal punto que ni siquiera pueden salir de las zonas que tienen asignadas para vivir y trabajar. “Yo denuncié muchas veces que nos venían robando, que todas las noches golpean, apuñalan o desnudan a alguien, pero la policía venía cinco minutos y se iba”, agregó Marcela.

Sin registros

¿Cómo puede ocurrir esto? Las leyes de Igualdad de Género y de Matrimonio Igualitario permitieron abrir la cabeza de la sociedad pero la exclusión persiste a tal punto que no se les da alternativas, opina Garmendia. La licenciada Marcia Albornoz, del Cetrans, dice que en Tucumán el 80% de la población trans es trabajadora sexual y que sólo el 3% está incorporada al mercado laboral de manera registrada. Y explica son personas expulsadas de su hogar, absolutamente vulnerables en la calle y que en sus casos el Estado está ausente. No pueden acceder a servicios de educación ni de salud. “El promedio de vida de la población trans es de entre 35 y 40 años”, dice.

Fabián Vera del Barco, profesor de Metafísica en la Facultad de Filosofía y Letras y de Estudios Sociales en Cetrans, explica que al estar excluidas de servicios de salud (no las atienden ni siquiera para arreglarles los dientes) se las rebuscan como pueden e incluso muchas se someten a servicios de cirugía (para implantes) sin ninguna garantía ni control. Ni siquiera se estima cuántas son las personas trans, porque “están excluidas del sistema social. No hay registros. Se pueden tener datos por cambios de DNI por la ley de identidad de género, pero no todas quieren cambiar el DNI”, explica.

Vera del Barco aclara que, en los casos de chicas como Ayelén, la pobreza es un condicionante tremendo, porque eso les impide el acceso a salud y educación y las expulsa del sistema. “La identidad de género es difícil de disimular. La mujer trans no tiene posibilidades de negociar con la discriminación”.

“El problema fundamental -añade- es la mirada de los otros”. Además, el estereotipo funciona socialmente y “las condena a una vida infernal; las mismas chicas trans pobres se autoperciben así: como objeto sexual”.

De objetos a personas

No obstante, hay personas trans que no han nacido en ámbitos pobres que han podido estudiar y recibirse -cuenta Vera del Barco-, si bien en estos casos sigue siendo difícil que se integren al mundo laboral. Hay quienes son médicas o tienen otras profesiones y, si su físico no las somete a la mirada de los otros, pueden desempeñarse sin mayores problemas. Y los chicos trans son más invisibles aún, explica. Pueden aspirar a superar el estigma de ser mirados como una cosa y desenvolverse como personas, más allá de la inquietud que genera esa condición sexual.

Hay ejemplos de esto en el mundo: las creadoras de la exitosa trilogía cinematográfica “Matrix” y de la película “Cloud Atlas”, las hermanas Lana y Lily Wachowski, son chicas trans (antes eran Larry y Andy).

Uno de los personajes de su serie de culto “Sense 8” (se puede ver en Netflix) es Nomi, una trans interpretada por Jamie Clayton, actriz trans de interesante carrera en el cine.

Y por ahí aparecen personajes estrambóticos como el ex atleta olímpico norteamericano y presentador televisivo Bruce Jenner (padrastro de las mediáticas Kardashian), que hace poco se transformó en Caitlyn Marie Jenner.

Acaso ellos, que han trascendido no tanto por lo que son sino por lo que hacen -logrado como cualquiera en la sociedad por estudio, trabajo y estímulos que ayuden a desarrollar el talento- pueden hacer que esa mirada social se abra hacia el otro y hacia el que es percibido y se percibe como muy diferente. Tanto, que termina condenado a la exclusión y la vulnerabilidad total, como Ayelén, la víctima de homicidio número 76 en lo que va del año de este Tucumán violento. Ayer hubo dos asesinatos más.

Acaso, además de investigar para resolver este crimen, Tucumán pueda reflexionar sobre este sector social hacia el cual esta sociedad aún no tiene casi respuestas (excepto, quizás, la ley de identidad de género y el Cetrans). Pero las circunstancias de esta tragedia reflejan problemas crónicos como los del parque 9 de Julio.

El gran trans de la mitología griega era Tiresias, ciego que por haber vivido los dos sexos, era considerado el más apto y sabio para ver el futuro. En la novela de ciencia ficción “La mano izquierda de la oscuridad” (1969), la escritora Ursula K. Le Guin imagina un mundo en el que que no existe la distinción de género. Los seres son hermafroditas que cada tanto adoptan características fisiológicas masculinas o femeninas y plantea que la falta de dualidad de género garantiza la inexistencia de guerras o conflictos.

La autora quería deshacerse de la idea del “otro” por ser causante de intolerancia y desencadenante de violencia. Acá las chicas trans, envueltas en la crisis de identidad de género, son tan cabalmente el “otro” que forman parte de los que viven y mueren en el lado oscuro.

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