"Speakeasy": bienvenidos a los bares clandestinos

Un juego de seducción para compartir muy buena coctelería...si se tiene la contraseña y si se sabe guardar el secreto.

Speakeasy: bienvenidos a los bares clandestinos
23 Julio 2017

Año 1919. Estados Unidos promulga la ley Volstead, más conocida como “la ley seca”, que prohibe el consumo, la venta, el acopio y la producción de bebidas alcohólicas. Cierran todos los bares y las destilerías de alcohol. Las calles, igual que las gargantas, se convierten en desiertos. “Claro que nunca se dejó de beber, pero hacerlo se vuelve más difícil y surgen al menos dos alternativas”, ilustra el bartender porteño Rodrigo Pascual Tubert.

La primera escapatoria a la sequía de alcohol era preparar los propios destilados en las casas. En las más secretas noches surgieron, por ejemplo, las bebidas “moonshine”: a la luz de la luna, los sedientos estadounidenses preparan sus propios whiskies, tan caseros como clandestinos.

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Polémica por la entrada al primer “speakeasy” de Tucumán

 La segunda vía de escape a la ley seca -porque véase que la picardía no es sólo criolla- fue instalar bares ocultos, que simularan ser otra cosa, que escondieran las barras y los cocteles detrás de fachadas de otros comercios. Un taller mecánico ocultando un bar, un kindergarden colorido por fuera pero relleno de licores, una florería... cualquier cosa podría ocultar un bar durante la década del 20 en Estados Unidos. La película “El gran Gatsby” (2013) lo retrata a la perfección con la escena de la peluquería que hacía de pantalla a un bar clandestino.

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“Esos clubes nocturnos, secretos, fueron denominados speakeasy (“hablar bajo”, en su traducción más literal). El nombre hacía alusión a dos cosas: al hablar bajo en sí, a no hacer demasiado ruido porque estaban escondidos en falsas fachadas, para que no se escuchara nada desde afuera; pero también refiere al secreto, a no contarle a nadie para evitar la clausura. Por eso se accedía con contraseñas, para resguardar el secreto porque era un delito”, continúa su explicación Pascual Tubert, un barman con experiencia en las versiones del siglo XXI de estos bares que se originaron hace casi 100 años, que estuvieron dormidos durante varias décadas y que ya están de vuelta.

Clandestino con permiso

Año 1999. La “ley seca” en el gigante del norte no es más que una historia increíble de abuelos y una fuente de inspiración de películas sobre la mafia. En Nueva York, el barman Sasha Petraske está a punto de cumplir el sueño del bar propio y ha encontrado el local perfecto en el turbio barrio de inmigrantes Lower East Side. Pero el dueño de la propiedad que está a punto de alquilar le pone una sola condición.

“El propietario le dice que podía hacer lo que quisiese ahí, excepto poner un bar. Justo un bar. Y después de un tiempo de negociaciones llegan al acuerdo de que podía haber un bar, pero con la condición de que pasara inadvertido. El locatario no tenía que enterarse de qué ocurría ahí, ese era el trato”, describe Pascual Tubert esta especie de clandestinidad con permiso. Con el Milk & Honey, entonces, se ponía en marcha la versión 2.0 de los “hidden bar”, o bares ocultos, una categoría que cobija a los bares “speakeasy”.

Una tendencia

Año 2017. En Tucumán abre el primer bar escondido del norte de la Argentina. Sigue la tendencia que inició Petraske en Nueva York y tomaron, por ejemplo, Puerta Uno en Buenos Aires y varios que se instalaron después en esa ciudad y en todo el mundo. Es una tendencia, está claro, ¿pero por qué, en el siglo XXI, querríamos un bar con una clandestinidad falsa e innecesaria?

“No es otra cosa que una experiencia. Los bares dedicados a la buena coctelería ya no se quedan solamente en servir buenos tragos, buscan que el cliente tenga una experiencia completa. Esa experiencia, en un hidden bar, comienza desde el momento en el que seguís las pistas, conseguís la contraseña para ir y, cuando llegás, entrás a un lugar donde todo es inesperado”, responde Pascual Tubert, actual bartender de J.W. Bradley, un bar palermitano inspirado en esta mística de lo prohibido. Antes estuvo detrás de la barra de “Fran’s”, también de Palermo, que en unos meses cumple ocho años y que, según su categorización, fue el primer bar “sepeakeasy” de la ciudad de Buenos Aires (ver “Cuestión de nombres”).

No es otra cosa que un bar “temático”, como les llamamos desde hace varios años a los boliches que crean un universo particular. Acá la temática sería la clandestinidad, lo que no se muestra, lo escondido, aunque en la era de las redes sociales todo sea un secreto a voces. “El ser humano siempre tuvo gusto por lo prohibido. Un bar oculto es un lugar que te hace sentir especial, porque cualquier vecino que pasa por la calle no sabe lo que está pasando ahí. J.W. Bradley, por caso, es un bar oculto inspirado en el Expreso de Oriente (el tren de larga distancia que en su inicios -década de 1880- unía París con Estambul) y que para entrar te hace pasar primero por un vagón reconstruido. Es una experiencia, algo que te dan ganas de contar al día siguiente, además del coctel que te tomaste”, se entusiasma.




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