Educar en el patriotismo a futuros ciudadanos globales

Educar en el patriotismo a futuros ciudadanos globales

14 Julio 2017

Mariángeles Castro Sánchez
Orientadora familiar, especialista en educación / Profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral
Mariángeles Castro Sánchez - Orientadora familiar, especialista en educación / Profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral

Los festejos patrios nos ponen de cara a un dilema de creciente complejidad en las sociedades actuales: la educación en el ser y el sentir propios de cada nación. Está claro que educar hoy en el patriotismo encierra una tensión a aliviar, un debate entre la formación para una civilidad global, que difumina los contenidos específicos de las culturas y gestas históricas de cada territorio, y el rescate de las raíces y la propia estirpe. En el caso argentino, la rioplatense y la nativa.

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Por otra parte, la creciente movilidad presente a nivel mundial nos llama a convivir con una heterogeneidad cultural que contempla a la educación de la ciudadanía como un enfoque superador. Sin embargo, esta noción se despega del sentimiento patriótico -porque difiere en su esencia de este- y puede arraigar en terrenos abonados por el individualismo y la fragmentación social. En escenarios en los que las distancias se relativizan, el concepto de ciudadanía escala a nivel global y se enriquece con una diversidad de opiniones, culturas y formas de ver el mundo.

Proponer una educación ciudadana parece ser una empresa a todas luces más razonable y a medida del estilo actual que hablar del amor a la patria, acto que en definitiva nos obliga, nos responsabiliza -como todo amor- y en apariencia nos exige más de lo que nos brinda. La ciudadanía, en cambio, comporta un ejercicio de derechos y deberes que deja de lado el costado emocional y plantea prácticas transversales a las sociedades democráticas, con énfasis en la capacidad crítica. Esta lógica puede prescindir de los hábitos comunes y del debido tributo al país de pertenencia y sus antepasados. En este orden de ideas, educar a las generaciones venideras en el patriotismo parece ser una acción obsoleta o caduca.

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Pensemos por un instante en qué valores son los que nos unen, aquellos nucleares que nos identifican como compatriotas, que quisiéramos resguardar del olvido y ofrecer como fuente de inspiración a las generaciones venideras. Apuntemos a ese sustrato continuo que subyace a toda grieta y observemos cuáles son los principios que nos hermanan y que nos permiten definir ese bien común que perseguimos y queremos dejar como legado a quienes nos sucedan.

Así pues, educar a los hijos en el patriotismo, confiriéndoles un sentimiento de amparo y cobijo en un entorno cambiante, los reafirmará en sus raíces y les dará seguridad. Hablarles de sus ancestros y sus luchas, de la grandeza de sus ideales y los frutos de su trabajo, de que vale la pena el esfuerzo y el compromiso para la construcción de un país soberano, nos permitirá romper con la lógica de la recompensa inmediata subyacente en nuestra cotidianeidad.

Sin duda es la vía que debemos transitar. Honrar nuestros símbolos patrios, escribir y reescribir la historia común, rememorar a nuestros próceres y preservar el patrimonio autóctono, asumiendo que prima un sentido de unidad en el respeto por la diversidad de expresiones, nos afianzará en nuestra identidad patriótica en momentos de dispersión del ser nacional.

Nuestra raigambre criolla y latinoamericana demanda familias y escuelas que puedan no sólo incorporar las características de una ciudadanía moderna y una apertura a la convivencia con lo diverso, sino que velen también porque la patria cale hondo en el corazón de nuestros niños, niñas y adolescentes. Si cantar el himno con orgullo y a viva voz es posible en un escenario deportivo, sin duda podemos inspirar y modelar a los futuros ciudadanos argentinos y globales para que la patria vuelva a ser una vivencia que nos atraviese.

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