De carnavales tafinistos

De carnavales tafinistos

Engrudo, ramitas, “tomo y obligo” y grescas

TAFINISTOS EN 1888. Fotografía tomada por Miguel Lillo en una de sus excursiones por el valle de Tafí. TAFINISTOS EN 1888. Fotografía tomada por Miguel Lillo en una de sus excursiones por el valle de Tafí.
A fines del siglo XIX, “los carnavales en Tafí del Valle eran muy divertidos y también muy pintorescos: mezcla de fiestas paganas, cuyo rito principal era el baile, las ‘pechadas’ y el alcohol”, cuenta Faustino Velloso en “Sintetizando recuerdos”. Narra que, para esa fecha, los comerciantes tafinistos armaban sus “ramadas”, suerte de toldos confeccionados con ramas de árboles que los protegían del sol. Allí “se instalaba la cantina y actuaba una orquesta ‘sui generis’, integrada por los más diversos instrumentos y los más dispares ejecutantes”. El arpa, el violín, la caja o el bombo, eran el “monótono acompañamiento”.

Primero caían a la ramada “las mozas, acompañadas de las mamás, exhibiendo sus almidonadas y multicolores polleras de percal, con sus trenzas negras rematadas con lazos de colores chillones”. Los músicos entonces empezaban a ejecutar el repertorio. Luego llegaban los mozos, en sus mejores caballos. Se aproximaban “pechando”, para abrirse paso y mostrar su destreza y la pujanza de sus monturas.

Se bailaba y se jugaba “de la manera más rara y pintoresca”, con harina y agua, engrudo que a poco andar desfiguraba a hombres y mujeres. Luego, los jóvenes entregaban ramitas de albahaca a las niñas, “como símbolo de simpatía y de amores recién nacidos”. Si eran correspondidos, la moza se colocaba la ramita en la oreja y quedaba así vinculada al hombre.

Después se tributaban atenciones a las “cumas”, o comadres. Y, en medio de la batahola, se escuchaba el “tomo y obligo”, convite que obligaba al que lo formulaba y al destinatario. Había el “carnaval grande” y el “carnaval chico”, o sea “el entierro”. Por lo general, duraban una semana, abundante en peleas por celos, borracheras o por la no aceptación del “tomo y obligo”. En las “relaciones”, o coplas del gato, salían a relucir a veces verdades que provocaban grescas.

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