El albañil solitario del Correo

El albañil solitario del Correo

Tomás de Frari fue el único obrero que quedó en la obra.

EN LA REDACCIÓN DE LA GACETA. La figura legendaria, pero triste, del ex albañil Tomás de Frari, en 1956.   En esa oportunidad relató a nuestro diario las dificultades que enfrentaba para obtener su jubilación. EN LA REDACCIÓN DE LA GACETA. La figura legendaria, pero triste, del ex albañil Tomás de Frari, en 1956. En esa oportunidad relató a nuestro diario las dificultades que enfrentaba para obtener su jubilación.
19 Febrero 2017

Por Carlos R. Paz

El 16 de septiembre de 2005, se sancionó la ley 26.054, que declaró “monumento histórico nacional” al edificio del Correo Argentino, de calle Córdoba y 25 de Mayo. La loable intención fue preservar los rasgos medievales de su fachada. Por lo tanto, a partir de esa fecha, su estructura ya no podrá ser demolida: se transformó en intocable.

El proceso de construcción resultó casi épico. Fueron nada menos que doce años, con idas y venidas constantes, entre cuestiones económicas y trámites burocráticos. Pero esos muros esconden una anécdota que pocos recuerdan. Allí trabajó durante 14 meses, en soledad, don Tomás de Frari. Y fue así porque la empresa adjudicataria se había retirado.

El “paso a paso”

En nuestra provincia, el servicio de correos ocupó varios locales: desde 1875 funcionó en la Casa Histórica, junto al Juzgado Federal. Alrededor de 1904, se trasladó a un inmueble de Maipú al 100; en 1914, estaba en calle Rivadavia 143; dos años más tarde, atendió en Congreso 243, y en 1929 aparece en San Lorenzo 232.

El actual terreno de 25 de Mayo y Córdoba fue entregado a la Dirección Nacional de Correos y Telégrafos en 1911, para construir allí el edificio propio. Pero recién en 1927 se llamó a licitación, con un presupuesto cercano a los 900.000 pesos de la época. Dos años más tarde, se aprobó el proyecto del edificio, obra del arquitecto Alejandro Virasoro. El 21 de enero de 1929, LA GACETA publicó un dibujo del frente, exactamente igual al que se ve hoy. Finalmente, la inauguración del nuevo y definitivo local tuvo lugar el 24 de septiembre de 1939, durante la gobernación del doctor Miguel Critto.

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El “albañil solitario”


Luego de aprobado el proyecto, la empresa de Virasoro se había encargado de levantar el edificio, por licitación. Pronto comenzaron a surgir desinteligencias entre la constructora y el gobierno, y la consecuencia fue que la obra quedó abandonada. Pero, de acuerdo con las disposiciones en la materia, el Estado no podía suspenderla definitivamente. Y entonces, hasta que llegara una solución al problema, se dispuso dejar en la obra a un único obrero: el albañil Tomás de Frari.

Sucedió que la solución no vino tan rápido como se esperaba. Fue así que, durante 14 meses, entre 1930 y 1931, el hombre prosiguió, en soledad absoluta, con la monumental tarea de levantar los muros que quedaron inconclusos. De pronto, la figura de don Tomás se hizo popular desde su andamio de la calle Córdoba. La gente se detenía para verlo; estuvo en la primera plana de los diarios, y su trabajo interesó a todos los vecinos.

El hecho tuvo significación en charlas de café y en comentarios de reuniones familiares. Muchos pasaban por la esquina, sólo para ver al hombre que de a poco, ladrillo a ladrillo, cumplía su trabajo y daba ejemplo de constancia. La vida urbana hizo que su figura trascendiera en aquella tarea de hormiga, mínima pero incesante. Fue levantando con ella las arcadas de la calle Córdoba, con la sola ayuda del sereno del edificio que le alcanzaba los materiales. Pasó luego a erigir los muros interiores, hasta que la Nación dispuso que el gran edificio del Correo se ejecutara por administración.

Ingratitud

Pasaron muchos años, y don Tomás de Frari se hizo presente un día en la redacción de LA GACETA para exponer su caso, que se publicó el 18 de septiembre de 1956: más de veinte años habían pasado desde aquella solitaria y pacífica gesta.

Contó que el 31 de agosto de 1955, junto con otros compañeros, había presentado su renuncia para acogerse a la jubilación. Y que mientras sus colegas ya contaban con el beneficio, su expediente se encontraba demorado, al parecer sin causa, y así seguía a pesar de las muchas gestiones que realizó.

Quien otrora fue un obrero por excelencia, se veía obligado, con 66 años a cuestas, a buscar trabajos de encargo para mantener su hogar. La triste realidad mostraba la ingratitud e indiferencia del Estado hacia uno de sus más eficaces operarios de un par de décadas antes.

Se desconocen los detalles de cómo siguió la historia de don Tomás. A lo mejor, después de la nota publicada, su jubilación logró agilizarse. Lo que seguramente no se borrará, será la figura de aquel simpático albañil que, durante meses levantara en soledad, parte de los muros del Correo tucumano.

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