“Donde otros ven fierros viejos yo veo vida”

“Donde otros ven fierros viejos yo veo vida”

Marcelo Pacheco es un apasionado por la mecánica y por el sonido de las motos de modelos anteriores a 1975. Comparte su entusiasmo con Luis Narváez.

FIRMES. Narváez y Pacheco pueden pasar meses, e incluso años, buscando cada una de las piezas de una moto hasta restaurarlas completamente la gaceta / fotos de Álvaro Medina FIRMES. Narváez y Pacheco pueden pasar meses, e incluso años, buscando cada una de las piezas de una moto hasta restaurarlas completamente la gaceta / fotos de Álvaro Medina
13 Enero 2017
Marcelo Pacheco se dedica a restaurar motos “antiguas”, que son las diseñadas y fabricadas desde 1900 hasta 1975. “Donde otros ven fierros viejos yo veo vida”, dice. Luego se mira las manos, como si en ellas habitara un poder para resucitar a las máquinas. Y agrega: “de pronto lográs que un motor que no arrancaba desde hace 40 o 50 años funcione como si fuese nuevo”.

Él ampara en su taller piezas oxidadas, que bajo su órbita tienen más futuro que pasado. Tanques de nafta, caños de escape, ruedas y partes de todo tipo cuelgan de las paredes y se diseminan por el suelo esperando su turno.

Pacheco (33) comparte el taller y la pasión con su suegro, Juan Luis “Bocha” Narváez (62). “Reparar una moto vieja es algo artesanal que lleva meses, incluso años”, sentencia Narváez. “Tenés que conocer la moto y si no encontrás un repuesto lo tenés que fabricar; en una moto nueva, en cambio, conseguís el repuesto en cualquier negocio”.

Prueba de esto es la peregrinación transitada por Pacheco para obtener las piezas originales de una “Cleri” 98 cilindrada del año 56. La motocicleta es una de las únicas 10 de su tipo fabricada por una extinta empresa cordobesa de bicicletas del mismo nombre. Según Pacheco, sólo se conoce el destino de cinco de estos 10 vehículos: dos se encuentran en Italia, dos en Buenos Aires y uno en poder del restaurador tucumano.

“Compré el cuadro y el motor y me llevó seis años conseguir el resto; la calco original me la dio doña ‘Fany’ Clery, nieta del mismísimo dueño de la vieja fábrica”, revela orgulloso.

Además de recomponer las reliquias mecánicas de clientes y amigos, ellos coleccionan las propias. Documentos vivos de medio siglo de historia motoquera descansan intactos en los galpones de los restauradores, como si hubieran viajado en el tiempo. Cuentan con cuatro motos en proceso de restauración y 14 terminadas, entre ellas una Guzzi Galleto del 54, una MV Agusta del 61 y una Monocasco del año 72.

Narváez, cargado de nostalgia, hace un elogio de la mecánica del pasado. “Antes no se pensaba en el negocio, se pensaba en hacer algo para siempre -reflexiona-. Hoy se reviste todo de una manera muy bonita, con plástico y pintura impecables, pero una caída y se rompe el plástico y la pintura no sirve más y te quedás sin moto; en cambio las motos antiguas estaban pensadas para acompañarte siempre”.

Ambos afirman que a la hora de rescatar estos motores prima el fanatismo por los “fierros viejos” y no el dinero. “No todo es plata, aquí está primero la amistad motera -repite conmovido Pacheco-. Es lindo revivir lo que fue parte de la historia porque hay que tener en cuenta que todo lo viejo alguna vez estuvo en vidriera.

Para ellos, la mayor recompensa es salir a pasear en sus motocicletas recuperadas del tiempo y sentir el impacto que generan las máquinas en las personas: la nostalgia, los elogios y las selfies de los transeúntes son suficiente retribución para tanto esfuerzo. “Es un trabajo que requiere la delicadeza de la relojería y cuando se mecanizan todas la piezas y escuchás el motor por primera vez, es como si escucharas música”, dice Pacheco, contento por traer a la actualidad un rugido que formó parte de la banda sonora de los caminos de otros años.

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