- ¿Qué es una moto para Raúl Becker?
- Es mi medio de vida. Todo gira alrededor de ella. Vivo para, por y con ella. Y tengo la suerte de que mi familia me acompaña. Soy un motociclista nato. No sé si es el mejor invento del hombre, pero sí es uno de ellos. La sensación de libertad que se consigue con ella y los lugares a los que se puede llegar le dan forma a lo que digo.
- Fuiste corredor, ¿extrañás eso?
- Es pasado para mí. Cuando dejé de correr me afectó mucho. Ir a una carrera me generaba depresión. Yo quería estar en el circuito. Pero una parte de mí me decía que tenía una familia, un trabajo. Por correr, yo descuidé mucho eso. Estaba en los campeonatos Tucumano, del Noroeste y el Nacional. Era estar todos los fines de semana lejos de casa. Incluso, en la semana estaba preparando la moto. Cuando decidí dejar, no hubo retorno. Hice alguna carrera más pero sin pretensiones y fuera de campeonatos.
- Eso no quita que la moto siguió siendo tu cable a tierra...
- Yo a la moto la considero el mejor psicólogo. ¡No le hablo, pero ayuda! Vivimos tiempos muy complicados, corremos de un lado a otro todo el día, el trabajo exige cada vez más. De todo me olvido cuando salgo a andar.
- ¿Cómo nace esta afición?
- Desde chico soñé con tener moto. Recuerdo mi primera vez conduciendo una: tenía un vecino, cuyo hermano vivía en La Virginia, en el campo. De vez en cuando venía a la ciudad a hacer trámites y se quedaba a dormir la siesta. Tenía una Gilera 150cc. Con un sobrino de él, que era mi amigo y compinche, Ernesto Corral, le sacábamos la moto. Salíamos a dar vueltas a la manzana. Fue en Villa 9 de Julio, donde vivía; en esa época casi no había tránsito. Mi papá era mecánico de autos en casa, y en ese ambiente crecí. Yo estudiaba y en las vacaciones trabajaba con él. Fue cuando aprendí el oficio. A los 20 años pude comprarme mi primera moto.
- ¿Cómo surgen las carreras?
- Con la segunda que adquirí, una Kawa 450cc. Fue en 1984, en el autódromo “Nasif Estéfano”. Recuerdo que debuté con un triunfo. Antes de eso, iba al parque a ver competencias, mi piloto preferido era Ronald Depetris, porque tenía una Honda cuatro tiempos. Me apasionaba el ruido de esos motores. Me acuerdo que los pilotos usaban para correr camisa de vestir y zapatos mocasines.
- ¿Efectos físicas por andar en moto?
- Nunca me caí cuando hacía pista. Y en el enduro tuve golpes, pero nada serio. En general estoy impecable. Sí tuve accidentes, pero en paseos, por distracciones. Recuerdo una vez en que me reventé un riñón por caer sobre una piedra, yendo a un kilómetro por hora; otra vez, cruzando un arroyo que estaba congelado, uniendo Chaquivil con las Cumbres Calchaquías, se quebró el hielo, bajé por instinto el pie para no caerme y cuando pisé el hielo y me corté los ligamentos de la pierna izquierda. Lo duro fue volver porque tenía un solo compañero.
-¿Algún auto-calificativo como piloto?
- Siempre fui muy conservador, y cuidadoso. Y eso que aprendí casi a los porrazos: no tenía nadie que me enseñe, que me corrija. Algún talento tengo, pero también un poco de suerte. Una vez en Salta me fui afuera de la pista, viajando a 180 kilómetros por hora, pero dominé a la moto y volví a la carrera. Otra vez, en el “Nasif”, entrenaba un sábado y se cayó una moto adelante de la mía: la pasé por encima. Le pegué al medio, la máquina voló, le di al guardrail, pero no me caí.
- ¿Corredor por sobre todas las cosas?
- Ser piloto me encanta. Pero también la docencia me genera entusiasmo, y no sólo en lo referido al manejo de una moto. Soy profesor en la UNT y me apasiona estar frente a los alumnos, mostrarles cosas en un pizarrón. Soy un docente casi de tiempo completo.
- ¿Cómo te gustaría que te recuerden?
- Como piloto. Haber empezado a hacer mecánica fue por una necesidad. Me gusta, pero es lo que siento. Alguna vez soñé con convertirme en profesional, pero en Tucumán era y es imposible hacer algo así. El caso del salteño Kevin Benavides es el paradigma de lo que cuesta llegar a un cierto nivel. Su papá. Norberto, con quien corrí y fuimos rivales y compañeros -incluso tomando parte de un Transmontaña-, invirtió mucho dinero en él y en Luciano, su otro hijo. Así, pudo mandarlos a Europa para que se perfeccionen. Ahora se están viendo los resultados. Claro que también en ellos hay un tema insoslayable, que es el talento.
- ¿Qué sabés de la realidad tucumana?
- No la sigo mucho, estoy algo alejado del tema carreras. Tengo amigos que corren, pero no puedo opinar.
- ¿Las travesías son hoy tu bálsamo?
- Hoy soy hombre de travesías. Yo siempre repito una frase que no es mía: “a los viajes se los disfruta en tres etapas: cuando se lo planea, cuando se lo hace y cuando se lo cuenta”. Casi todos los fines de semana estoy saliendo a efectuar una travesía. Sucede que me reparto entre hacerlo con una moto grande -con amigos o en familia-, o con una de enduro. Me gusta la aventura de salir a descubrir cosas nuevas, de no saber si voy a pasar la noche afuera. Pero sin locuras. Tengo un grupo estable de amigos con los que organizamos salidas: Félix Straussberg, Javier Santiago, Emmanuel Guevara, Alberto Salas. Andan muy bien.
- Dentro de las travesías, tenés alguna preferencia?
- Me gusta mucho ir a la cordillera, porque tiene sitios inexplorados. Uno va ahí a la aventura. Me apasiona el desierto, las soledades, la inmensidad. El desafío es decir “quiero llegar a tal lugar”. Y luego analizar el “por dónde llego”. Y apelar a mapas, al Google Earth, al GPS. Estas herramientas son increíbles, hacemos maravillas hoy; antes echábamos mano a mapas del Instituto Geográfico Militar, a una brújula. Con eso, más o menos hacíamos un trayecto, pero perdíamos mucho tiempo.
- ¿Tenés asignaturas pendientes?
- Sí, correr el Rally Dakar. Para eso hace falta mucho dinero. Me encanta la aventura, y el tipo de motociclismo que hago tiende a ello. Lo mío es buscar rutas alternativas, poco pavimento, desierto, descubrir cosas nuevas, tener desafíos constantes. Algunos me dicen que no tengo la edad, ni el estado físico para un Dakar. Yo contesto que la mayoría de los que lo corren son grandes. Los que están en punta son principalmente jóvenes, pero lo hacen porque están en equipos oficiales, no porque tengan la plata. Los cincuentones que corren son los que tienen los medios. Se necesitan conocimientos de navegación, de mecánica, capacidad para resolver cuestiones inesperadas.
- ¿Nunca estuviste ni siquiera cerca de ser parte de ese desafío?
- Sólo una vez. Tengo amigos en todo el país, que vienen seguido a Tucumán para participar de mis travesías. Uno de ellos me dijo un día que quería competir. Hicimos un pseudo-trato de correr juntos, él ponía el dinero y yo haría de mochilero. Llegamos incluso a entrenar juntos. Pero los números crecieron y terminó contratando un equipo francés para vivir la experiencia. Sólo duró tres etapas.
- ¿Te considerás un líder?
- No me gusta ese rótulo. Puede ser que dé una idea de algo, pero no como una orden. Me gusta apelar al consenso. Esto que hacemos es un deporte extremo, se pueden cometer errores y entrar en problemas. Hasta en eso soy conservador. Me considero una persona que hace las cosas con muchas ganas. Le pongo tesón a todo, siempre digo “si yo quiero, yo puedo”. Eso se los transmito a los amigos con los que salgo en moto: yo les enseño el manejo y les aclaro el panorama, por ejemplo cuando hay que subir una cuesta. Si alguno no se anima, yo le pido que lo intente. Les doy los tips de la maniobra y terminan aprendiendo.