¿Qué quieren las mujeres?

Pregunta que se repite en las charlas masculinas, misterio para las propias protagonistas, insumo de la interminable comedia de los sexos. En la base de su deseo está ser elegidas, ser exclusivas.

06 Marzo 2016

Por Alfredo Ygel

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

¿Qué hace que lo femenino sea un misterio desde el origen de los tiempos? Este enigma ha instado a pensar a los hombres, y se ha planteado como enigma a las mujeres. Sigmund Freud, quien reveló los más íntimos secretos del psiquismo humano, le dijo apesadumbrado casi al final de su vida a su discípula la princesa Marie Bonaparte: “La gran pregunta sin respuesta a la cual yo mismo no he podido responder a pesar de mis 30 años de estudio del alma femenina es: ¿Qué quiere la mujer?”

Pregunta sin respuesta que aún hoy sigue vigente. ¿En qué charla entre hombres no está presente este inefable, inaprensible, esta interrogación acerca del deseo de las mujeres? Asimismo ¿En qué diván de Psicoanalista donde se analice un hombre no está presente esto incomprensible del deseo femenino?

Del lado de las mujeres no encontramos mejores pistas. Esto que la mujer no sabe de sí misma refiere a un deseo enigmático que se registra en sus variadas e interminables demandas que formula a un hombre. Este enigma también es vivido respecto de su goce, ese que tras vivirlo cuando alcanza un orgasmo no logra poner en palabras y significar lo que alcanzó con su cuerpo. Esta interrogación aparece también en las preguntas que no cesa de realizar histéricamente a la Otra mujer para que le revele ese goce inabordable, eso que ella misma no logra acceder en ese orgasmo que tanto ansía. “El continente negro”, “la otra cara de la luna”, son formas metafóricas de decir del goce de la mujer que por estructura se manifiesta innombrable.

Maquillaje

Podemos preguntarnos ¿Cómo juega este misterio en la comedia de los sexos? Aclaremos que se trata de una dialéctica que obliga a cada unos de los personajes de la pareja a “hacer de hombre” y “hacer de mujer”. Lugares que no dependen de la anatomía sino de la posición de cada sujeto frente al goce sexual. Se trata entonces de un parecer, de un semblante, que se expresa en la “mascarada femenina” y en la “parada viril”.

En la mascarada observamos el maquillaje, el adorno, el velo, ese ponerse bella de la mujer. Se trata del hábito que hace al monje. Una mujer se sitúa enmascarada en el lugar del objeto que causa el deseo de un hombre. En el encuentro de los sexos la mujer se va a ubicar como deseable, en tanto el hombre es el deseante, el que va a buscar el objeto que causa su deseo. Una hace de camaleón, el otro se muestra con las plumas del pavo real. En el camino de hacerse desear la mujer se moldea según las condiciones y atributos del deseo de un hombre, se viste con los colores que suscitan su deseo.

¿No son estos los dictados de la moda que sigue a pie juntilla cada mujer con el propósito de atraer la preferencia masculina? Así, una mujer resalta las partes de su cuerpo que van a constituirse en atractores del deseo del hombre: sus pechos, su cola, sus piernas, sus ojos, su cabellera. Mientras que el hombre es inducido al deseo ya que además de desear sexualmente lo que busca es la aceptación, el consentimiento de la mujer, esperando una respuesta del deseo del Otro.

Aclaremos que lo que busca una mujer, lo que está en la base de su deseo, es ser amada por un hombre, ser nombrada como única, la elegida de su amado. Para esto dispone de un saber que le permite conquistar el deseo masculino y producir el encuentro de amor. Así hace de semblante, de apariencia del objeto que suscita el deseo de un hombre, para de esta manera recibir su amor.

Lo que también va a mostrar una mujer es que detrás de la máscara no hay nada. Esos velos que cautivan al hombre apuntan a lo que a una mujer le falta, al no tener. Ahora bien, si una mujer queda apresada en esa máscara ya no se ubica en posición femenina. Es un hombre sin ambages, sin rodeos, quien posibilita que una mujer se desprenda de esa imagen congelada que la dejaría en un falso ser. En este sentido es un hombre que no se deja engañar por la máscara, pero que no retrocede, aún sabiendo que detrás no hay nada.

Deseo renovado

Frente al enigma femenino más que intentar resolver su misterio, se hace necesario cultivarlo. Los encuentros en la vida y la relación entre los sexos, lo que llamamos comedia, tiene que ver con el hecho de que dicho velo no llegue a ser develado. En realidad ese goce escamoteado es algo que no puede ser dicho, que está por estructura más allá de las palabras. Un goce al que una mujer accede pero que no puede dar cuenta de ello. Justamente, este interrogante que lo femenino sostiene, invita al deseo de cada uno posicionado en el lugar de hombre o de mujer. Mantener este misterio garantiza así que el deseo se renueve cada vez.

© LA GACETA

Alfredo Ygel - Psicoanalista, profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.

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