RÍO DE JANEIRO.- En una calle estrecha y empinada, a unos ocho kilómetros de donde tendrá lugar la competencia olímpica de judo en agosto, y cerca de una pila de ladrillos sin usar sobre la calle Agostinho Gama, 31 escalones de concreto envuelven el exterior de un edificio, ascienden y se pierden de vista. La escalera no tiene barandal, y las varillas asoman en algunos lugares. Como tanto más en esta ciudad dicotómica, lejos de las playas, en las colinas y barriadas pobres conocidas como favelas, las cosas parecen a la vez en construcción y derruidas. Hay un gallo encerrado en una jaula en el rellano superior, y al otro lado de la puerta de la casa donde creció y su familia aún vive, Rafaela comparte una silla con su hermana mayor, Raquel.
Pocos atletas brasileños serán observados tan intensamente en los Juegos Olímpicos de Río como Rafaela Silva, la campeona mundial de judo en 2013. Brasil nunca ha ganado más de cinco medallas de oro en una misma cita olímpica, pero ningún deporte -ni vela ni vóley de playa ni natación ni atletismo- ha producido más medallistas brasileños que el judo. Se espera que Silva, de 23 años, añada otra. “La única medalla que no tengo es una olímpica. Tener la oportunidad de ganarla frente a mi familia y amigos no tiene precio”, dice la luchadora, quien compite en la categoría de 57 kilos.
El piso de su casa está lleno de ropa sucia -principalmente judogis, los pesados uniformes de lona del judo- y las paredes están llenas de premios. Raquel Silva, de 26 años, también es una campeona de judo internacional en el equipo nacional de Brasil, pero no logró clasificar para los Juegos.
Cuando las chicas todavía cursaban la primaria, la familia dejó la “Ciudad de Dios” (la favela más famosamente violenta de Brasil) para buscar un lugar más seguro. Así y todo, las chicas siguieron encontrando problemas. “Aquí, si no golpeas a alguien, serás golpeado por alguien. Es supervivencia”, asegura Raquel, quien fue expulsada una vez por pelear en la escuela. Rafaela frecuentemente peleaba con los niños del vecindario en la calle.
Sus padres ayudaron a guiar a las niñas para eludir las tentaciones. Un gimnasio de judo cercano fue una forma de hacerlo. Ofrecía estructura y diversión. “El judo tiene reglas, la calle no”, compara Raquel, mientras Rafaela asiente.
El interior del bíceps derecho de Rafaela, oculto bajo su judogi durante las competencias, está tatuado con los aros olímpicos y una nota, en portugués: Dios sabe cuánto he sufrido y lo que he hecho para llegar aquí".
Potencial
Geraldo Bernardes, el entrenador de toda la vida de las Silva, describió la travesía de Rafaela de las favelas a los Juegos Olímpicos. Bernardes es un ex entrenador del equipo nacional de Brasil. Uno de sus ex alumnos es Flávio Canto, que ganó una medalla de bronce en los juegos de Atenas de 2004 y ahora es una celebridad en Brasil.
Hace más de una década, los alumnos de Bernardes incluían a las jóvenes y pendencieras hermanas Silva. De inmediato vio potencial en ellas. “Rafaela tenía mucha energía y mucha agresividad, pero de una manera en que yo podía conducirla a que fuera buena para el deporte”, recuerda.
Bernardes creyó que ambas podían llegar al equipo nacional de judo siendo adolescentes. Lo hicieron, pero Raquel quedó embarazada a los 15 años y estuvo un par de años sin entrenarse. “Pudo haber sido mejor que Rafaela”, asegura el entrenador.
Hambre
Bernardes sostiene que Rafaela presenta las características fundamentales para el judo: coordinación, balance, una buena longitud de extremidades y la capacidad de aprender rápido. Además es zurda, una ventaja en los deportes de combate.
“Pero también tenía hambre”, agrega Bernardes, “incluso en sentido literal”. Recuerda que Rafaela se sintió enferma en su primera sesión de entrenamiento porque no había desayunado. “El judo requiere sacrificio, pero en una comunidad pobre, están acostumbrados a sacrificarse. Ven mucha violencia y a veces no tienen qué comer. Pude observar cómo ella, desde jovencita, era muy agresiva. Y que debido al lugar de donde venía, quería algo mejor”, revela.
Bernardes le advirtió a las chicas que no les permitiría tomar los exámenes para ascender de cinturón si se metían en problemas en la escuela o en las calles. El incentivo fue suficiente. Ayudó a pagar el entrenamiento de las muchachas, incluso los viajes a torneos que la familia no podía permitirse.
“Lo hice al principio porque me gustaba”, reconoce Raquel. “Pero Geraldo nos mostró otro mundo. Era una profesión. Eso plantó una semilla”, agrega.
Rafaela no lo tomó tan en serio. Sigue sin gustarle entrenar. Pero obtuvo su cinturón negro a los 16 años y se convirtió en campeona mundial juvenil. "”Todo cambió en 2008, en el Mundial juvenil en Tailandia". Allí me di cuenta de que esto es lo que quiero hacer. Antes, todas mis peleas eran fáciles. Duraban 10 segundos. Y yo podía pasar el resto de mi tiempo jugando. Pero después de los Mundiales, entendí que las cosas podían ser diferentes"”, cuenta.
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, al igual que ahora, Rafaela era considerada candidata a las medallas, pero fue descalificada durante un encuentro preliminar por un jalón ilegal, un tecnicismo relacionado con un reciente cambio de reglas. “Mi rival era una chica de Hungría a quien había derrotado fácilmente antes. No sé si pensé que simplemente debía hacerlo rápidamente, pero el juez me dio un punto, luego lo cambió y me descalificó"”, lamenta.
Revancha
“Había entrenado durante cuatro años, y en un minuto estaba afuera”, evoca. Lo que siguió fue peor. Algunos brasileños en las redes sociales se burlaron de ella y le lanzaron epítetos raciales, uno de ellos diciendo que "el lugar de un mono es en una jaula". Rafaela no pudo resistir responder. La guerra en Twitter atrajo tanta atención que el Comité Olímpico Brasileño tuvo que intervenir. Casi cuatro años después, ella no lamenta sus acciones. “Para nada”, asegura. Y ahora los Juegos han llegado a su casa. Una nación observará, esperando un resultado para celebrar. Y un vecindario la seguirá vitoreando, para ver si una joven de las deterioradas y caóticas calles en las colinas puede forjar una de las historias olímpicas más improbables.