Encontró un alma gemela y le salvó la vida

Encontró un alma gemela y le salvó la vida

Manuel Arroyo le donó médula ósea a una niña que sufría leucemia y que corría peligro de morir.

SUPERHÉROE. Manuel Arroyo  dice que siente una felicidad indescriptible cuando recuerda que un acto muy sencillo, como es donar médula, puede ayudar a otra persona a sobrevivir. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO. SUPERHÉROE. Manuel Arroyo dice que siente una felicidad indescriptible cuando recuerda que un acto muy sencillo, como es donar médula, puede ayudar a otra persona a sobrevivir. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.
20 Diciembre 2015
Manuel Arroyo tiene un alma gemela. La descubrió en junio de este año. Todavía no la conoce en persona, pero ya la quiere tanto que no dudó en dar una parte de su cuerpo para salvarle la vida. A ella. Lo único que sabe es que se trata de una niña, de nueve o 10 años, que estaba internada en el hospital Garrahan, con leucemia; y que hoy, gracias a que él le donó médula ósea, la pequeña se recupera favorablemente.

La increíble historia comenzó hace unos dos años, recuerda Manuel, de 49 años. El es empleado de una empresa local de vidrios. Su jefa lucha desde hace tiempo para conseguir un donante de médula ósea para su hija, que sufre una enfermedad rara, detalla Manuel.

“El caso me conmocionó mucho y averigüé que podía ser donante de médula con una simple extracción de sangre. Así que fui al hospital de Niños y me sacaron sangre. Eso fue a un banco de sangre. Fue una cosa sencilla”, recuerda.

“La sorpresa ocurrió este año, cuando me llamaron desde el Incucai (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante) para contarme que habían encontrado compatibilidad del 100% con una nena que tenía leucemia. Yo saltaba de la alegría; no podía creer. Es muy raro que se de una coincidencia tan grande; es como si fuera un clon mío, con el mismo código genético”, relata.
   
Manuel sintió que estaba frente a un milagro. Después de hacerse unos estudios, se subió a un avión junto a su esposa, Gabriela, y partió hacia el Garrahan. Los gastos del viaje corrieron por cuenta del Incucai. Y en el trabajo no dudaron en darle una semana de licencia.

“Me trataron como si fuese un superhéroe. Fue una de las experiencias más hermosas de mi vida”, relata el padre de tres hijos, de 24, 22 y 13 años.

Lo anestesiaron, le hicieron tres punciones y listo. Ya estaba afuera, ansioso por saber cómo saldría el trasplante. “Sí sentís algo de dolor, pero es mínimo. Enseguida te recuperás. Es una experiencia increíble sentir que podés salvarle a la vida a otra persona”, resalta Manuel. Es tímido, de perfil muy bajo, tanto que se sonroja con cada pregunta. “¿Te gustaría conocer a la nena que salvaste?”, le consultamos. “Me encantaría. Pero eso depende de los padres. Un año después del trasplante ellos tendrán la información sobre mí”, aclara.

Dice que, sin dudas, volvería a ser donante si se lo piden. “La gente cree que esto es complicado y doloroso. Nada que ver. Es muy sencillo. Te toman una simple muestra de sangre, la estudian y eso queda en un registro. En caso de aparecer un paciente compatible, entonces te llaman para que te extraigan médula. Eso puede ocurrir muy remotamente; por eso es fundamental que todos seamos donantes. Se podrían salvar muchísimas vidas”, aclara.

Para aquellos a los que les asusta la punción hay otro método de extracción de médula: la aféresis. Consiste en sacar sangre del brazo; luego esa sangre pasa por una máquina que separa las células madre del resto de los componentes. El procedimiento dura alrededor de dos a tres horas y luego de esto la persona puede continuar con su vida habitual.

Los pacientes con hermanos tienen un 25% de chances de encontrar donantes compatibles en la familia. El 75% tiene que buscarlo afuera. Por eso, la importancia de engrosar el registro de donantes.

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