RAÚL COLOMBRES. Su tumba en el Cementerio del Oeste, con la estatua del “Ariel caído”, de Fioravanti. la gaceta / archivo
El doctor Raúl Colombres (1884-1920) fue una digna figura de la vida cívica tucumana. Médico y político destacado, falleció prematuramente, cuando las fuerzas conservadoras se preparaban a llevarlo como candidato a gobernador. En 1925, por suscripción pública, se levantó su mausoleo en el Cementerio del Oeste, coronado por el “Ariel caído” de Fioravanti. En el libro “Tucumán Panorámico”(1936), el doctor Ernesto J. Román publicó una vibrante semblanza de Colombres.
“Recio, empacado ante las masas, tenía valor para señalar las deformaciones de la democracia. Indicaba el camino de la instrucción del pueblo para la conquista integral de sus derechos. Creía en él con profunda convicción. Votará mal, pero ya votará bien: votando se aprende a votar, decía. No siempre ha de ser el asno que tenga la virtud selectiva del montón de paja”, escribió Román.
“Volcaba sobre las masas su ardor cívico de combatiente, sin la emoción temblorosa de los histriones. Enseñaba que la línea recta es también la más corta en la acción cívica y concitaba a seguirla, con todos sus riesgos. Era la hora de someterse o rebelarse, con el caudal de la corriente popular que engrosaba las filas adversarias. Se rebeló movido por su combatiente argentinidad, poseído de patriótico anhelo. ´O por la puerta central o por la brecha´, era su divisa”.
“Las tribunas del civismo de entonces estaban altas para que las franqueara cualquier transeúnte afortunado. No tenía aptitud para la inacción, que es disimulo de cobardía. Desgastó el corazón tempranamente. Cayó en la dura brega, con el sol gozoso anunciando el germinar de la cosecha”, terminaba el emocionado retrato.
“Recio, empacado ante las masas, tenía valor para señalar las deformaciones de la democracia. Indicaba el camino de la instrucción del pueblo para la conquista integral de sus derechos. Creía en él con profunda convicción. Votará mal, pero ya votará bien: votando se aprende a votar, decía. No siempre ha de ser el asno que tenga la virtud selectiva del montón de paja”, escribió Román.
“Volcaba sobre las masas su ardor cívico de combatiente, sin la emoción temblorosa de los histriones. Enseñaba que la línea recta es también la más corta en la acción cívica y concitaba a seguirla, con todos sus riesgos. Era la hora de someterse o rebelarse, con el caudal de la corriente popular que engrosaba las filas adversarias. Se rebeló movido por su combatiente argentinidad, poseído de patriótico anhelo. ´O por la puerta central o por la brecha´, era su divisa”.
“Las tribunas del civismo de entonces estaban altas para que las franqueara cualquier transeúnte afortunado. No tenía aptitud para la inacción, que es disimulo de cobardía. Desgastó el corazón tempranamente. Cayó en la dura brega, con el sol gozoso anunciando el germinar de la cosecha”, terminaba el emocionado retrato.
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