No volvió a tener miedo, pero sí resignación. Tatiana Médici Godward dejó con desazón su voto en la urna 1.324 de la escuela Luis F. Nougués, en San Pablo. Ella se había desempeñado como presidenta de mesa en las elecciones provinciales de agosto, cuando una patota ingresó al establecimiento y quemó 13 urnas. En medio de la tensión, las corridas, pedradas y disparos, un hombre le arrebató la urna de sus manos. “Esto ya no sirve más”, le dijo, en medio del caos. Sí sirve, acotó ayer, y por eso volvió a votar en las complementarias.
Las heridas que dejó la revuelta aún no cicatrizaron para los vecinos de la comuna, que rogaron ayer que la votación -se elegía únicamente comisionado comunal-, se desarrollara con calma. El 23 de agosto, una presunta interna entre facciones del peronismo disconformes con los datos que informaban los fiscales partidarios, convocó a una multitud que destrozó o dañó las 28 urnas de la localidad, dejando la voluntad del pueblo reducida a cenizas.
“Fue algo muy impactante, sobre todo por los niveles de violencia”, contó la estudiante. El relato de esa jornada fatídica sigue latente. Ese domingo, minutos pasadas las 18 comenzaron el tedioso conteo de votos. A la multitud de candidatos a gobernador, legisladores e intendentes, se sumaban 26 aspirantes a comisionado comunal.
“A las 21.30 empezamos a escuchar gritos, bombas y tiros. Me fijé por la ventana del cuarto oscuro y la escuela había quedado vacía. A las 21.45 eran más fuertes los ruidos y ya habían entrado personas a la escuela, desconocidos y algunos policías. Gritos, bombas, tiros. Pusimos un ropero contra la puerta con los fiscales, para que no entrara nadie y tratamos de contar los votos lo más rápido posible. Entró una pedrada por la ventana, que no me pegó de milagro. Nos comenzamos a asustar y después entró una segunda pedrada, reventando los vidrios. Estábamos todos muy asustados. Un conocido de una fiscal le decía que salgamos, que era todo un desastre. Por el miedo salimos. En la urna pusimos votos contados, sobres, el telegrama en blanco y hasta mi cuaderno. Apenas salimos, una persona me arrebató la urna de las manos y me dijo que ya no servía más”, contó.
Como en las cuatro localidades en las que hubo urnas quemadas, la sensación de la joven es que la democracia quedó en deuda. “Después de esto, la política me llenó de tristeza”, resumió.