19 Septiembre 2015
VALERIA SCHAPIRA
ESCRITORA - AUTORA DE "TENGO 40 Y QUÉ ..."
Los 40 fueron un antes y un después en mi vida, un punto de inflexión. No es que cambiara significativamente algo a nivel externo (quizás un poco más de panza, claro) sino que simbólicamente cumplir 40 años lleva implícito muchas cosas: por ejemplo, se toma conciencia de la propia finitud, una se da cuenta que está cerca de la mitad de la vida y que la eternidad es un cuento. Que es casi una obligación moral disfrutar cada momento.
En mi vida personal fui profundizando mi tendencia histórica a disociar las expectativas ajenas y las proyecciones familiares, de amigos, de los propios deseos. También continué el proceso de mejorar mi calidad de vida de la mano de la mejoría de mis elecciones vinculares, de alimentación, laborales, etc. Ni más ni menos que trabajar en hacer de la propia vida un lugar más amable.
Hubo crisis en el sentido de la oportunidad de empezar a ver la posibilidad de cambiar aquellas cosas que me dañaban. Me sentí empoderada para ello. Fue una crisis evolutiva, en la que me adueñé de un sentimiento inmenso y notable: la aceptación. Aceptación que no tiene que ver con la conformidad sino con saber qué es aquello que verdaderamente se puede cambiar y, a la vez, poder trabajar internamente en convivir con aquellas cosas que son de una manera diferente a como nos gustaría que fueran.
Como manifesté en mi libro “Tengo 40… y qué? … Es el mejor momento de la vida”… Los 40 marcan un antes y un después en la vida de una mujer. Algo movilizador, potente e intenso ocurre al cruzar la barrera. Una positiva transformación interior y exterior. 40 suele ser la edad de la liberación. El momento de soltar para siempre ataduras internas, prejuicios y miedos. La ocasión de reemplazar los “no se puede” por el “esta soy, acá estoy y puedo hacerlo...”
Cumplir 40 conlleva un mensaje: no hay más excusas para no gozar de cada momento. Es tiempo de “ahora me toca a mí”.
ESCRITORA - AUTORA DE "TENGO 40 Y QUÉ ..."
Los 40 fueron un antes y un después en mi vida, un punto de inflexión. No es que cambiara significativamente algo a nivel externo (quizás un poco más de panza, claro) sino que simbólicamente cumplir 40 años lleva implícito muchas cosas: por ejemplo, se toma conciencia de la propia finitud, una se da cuenta que está cerca de la mitad de la vida y que la eternidad es un cuento. Que es casi una obligación moral disfrutar cada momento.
En mi vida personal fui profundizando mi tendencia histórica a disociar las expectativas ajenas y las proyecciones familiares, de amigos, de los propios deseos. También continué el proceso de mejorar mi calidad de vida de la mano de la mejoría de mis elecciones vinculares, de alimentación, laborales, etc. Ni más ni menos que trabajar en hacer de la propia vida un lugar más amable.
Hubo crisis en el sentido de la oportunidad de empezar a ver la posibilidad de cambiar aquellas cosas que me dañaban. Me sentí empoderada para ello. Fue una crisis evolutiva, en la que me adueñé de un sentimiento inmenso y notable: la aceptación. Aceptación que no tiene que ver con la conformidad sino con saber qué es aquello que verdaderamente se puede cambiar y, a la vez, poder trabajar internamente en convivir con aquellas cosas que son de una manera diferente a como nos gustaría que fueran.
Como manifesté en mi libro “Tengo 40… y qué? … Es el mejor momento de la vida”… Los 40 marcan un antes y un después en la vida de una mujer. Algo movilizador, potente e intenso ocurre al cruzar la barrera. Una positiva transformación interior y exterior. 40 suele ser la edad de la liberación. El momento de soltar para siempre ataduras internas, prejuicios y miedos. La ocasión de reemplazar los “no se puede” por el “esta soy, acá estoy y puedo hacerlo...”
Cumplir 40 conlleva un mensaje: no hay más excusas para no gozar de cada momento. Es tiempo de “ahora me toca a mí”.
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