Argentina fue control vs. desconcierto

La foto del equipo es sinuosa, cambia la goleada inminente por insólitos lapsos de desbande.

LO IMPENSADO. Barrios grita, Romero mira. La media cancha argentina parecía monolítica y se tornó porosa. ¿Entonces? efe LO IMPENSADO. Barrios grita, Romero mira. La media cancha argentina parecía monolítica y se tornó porosa. ¿Entonces? efe
Guillermo Monti
Por Guillermo Monti 14 Junio 2015
El desconcierto es veneno para un equipo porque implica sacarlo de línea. Un equipo desconcertado es aquel que no entiende qué le está pasando; por qué lo que hasta hace un rato funcionaba de repente dejó de ser efectivo. De ese estado tan peligroso es complicado escaparse en pleno partido. Perdido el control que se disfrutaba con tanta autoridad todo puede pasar, incluso que Paraguay le saque agua a las piedras y empate un partido que lucía irremontable. Un equipo desconcertado, como la Argentina de los últimos 20 minutos, es demasiado vulnerable.

La pregunta es por qué la Selección, al cabo de un primer tiempo redondito y de un inicio del complemento sin sobresaltos, pasó a jugar con fuego, al decir de Mascherano. Cómo Paraguay, que lucía el nivel de un sparring, encontró tantos espacios y libertades. Curioso y a veces incomprensible es el fútbol, y si no que le pregunten al “Tata” Martino.

Si de la condición física y el nivel de juego se habla este equipo se ve mejor que el del Mundial. Messi llega en estado de gracia, tricampeón. Ni siquiera vomita, gracias a la dieta justa que encontró en Italia. Agüero había arribado a Brasil en una pierna y ahora está entero, rápido, picante. Pastore y Banega aportan menos aplicación táctica que Lavezzi y Biglia, pero son más propensos a la construcción de pequeñas sociedades verticales y punzantes. Y cuenta el agregado de Otamendi, de notable temporada en Valencia, para galvanizar la dupla con Garay. Mientras Tevez espera turno... Uf.

Ese perfil de equipo lujoso, preciso, ambicioso, fue el que vapuleó a Paraguay en los primeros 45’. Imposible no asociar a la Selección con la inminencia de una goleada, tanta es su riqueza. La posesión de la pelota en ese lapso fue un abusivo monopolio albiceleste. Gula futbolera a la que sólo le faltó contundencia para transformar el debut copero en cosa juzgada.

A los 14’ del segundo tiempo Haedo tiró al arco por primera vez. Atajó Romero. Segundos después Haedo volvió a probar y la pelota terminó adentro. El descuento inauguró un duelo vibrante, insólito de acuerdo con lo sucedido hasta allí. Argentina desperdició el tercero y Paraguay acertó la igualdad. El desconcierto es hermano del fatalismo.

Si la Selección generó una docena de jugadas de gol y las desaprovechó casi todas también es un déficit. Hubo precisión en velocidad, salvo en los metros decisivos. Eso puede subsanarse de partido a partido. Lo que preocupa es el desequilibrio, quedar a contrapierna, depender de una barrida providencial de Mascherano, descuidar los laterales, perder la pelota. Un poco de todo eso le ocurrió a Argentina, lo que explica lo inexplicable: haber dejado escapar una victoria que dormía en caja de empleados. El potencial de un equipo es justamente eso: lo que puede ser. La realidad va por otro lado.

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