Divino Niño: nace una nueva orquesta; esta vez, en Los Gutiérrez

Divino Niño: nace una nueva orquesta; esta vez, en Los Gutiérrez

A 8 años de su primera creación, el “profe” Marcelo Ruiz y dos colegas están cumpliendo un sueño: seguir sembrando música entre los tucumanos que más ayuda necesitan.

A TOCAR JUNTOS. El profesor Marcelo les da el ritmo y los alienta. Al fondo, bajo el cartel de la orquesta, Francisco, un no vidente que acaba de conocerlos, los escucha con atención. LA GACETA / FOTOS DE HÉCTOR PERALTA A TOCAR JUNTOS. El profesor Marcelo les da el ritmo y los alienta. Al fondo, bajo el cartel de la orquesta, Francisco, un no vidente que acaba de conocerlos, los escucha con atención. LA GACETA / FOTOS DE HÉCTOR PERALTA
No pelea contra molinos de viento; en lugar de lanza y yelmo, lleva una viola en la mano y una enorme sonrisa en la cara. De Marcelo Ruiz bien se podría decir que es un nuevo Quijote y que las utopías son eso que él convierte en realidad. Hace casi ocho años nació su primera “hija” en el límite entre Yerba Buena y la capital: la orquesta Divino Niño (que en realidad ya son dos: una de chicos y otra de jóvenes), sobre la que la cineasta Gabriela Bosso filmó un documental del que participó activamente Leonardo Sbaraglia. Hoy Marcelo está viendo nacer la segunda en Los Gutiérrez, al este de la ciudad.

En marzo empezaron a juntarse los primeros chicos. Dos meses después, todos los viernes a la tarde, Facundo, Nazareno, Micaela Matías, “Gaby”, las dos Melina, Abel, “Maxi”, Rocío, Santiago y Valentina (la más chiquita), sostienen con bastante pericia sus instrumentos. Tienen entre 13 y 7 años. A ellos se suman Ramón (50) y Mariela, de “veintipico”.

Alrededor, con los ojos llenos de admiración y ganas, corretea una decena más de chiquillos que se acercan al lugar porque sueñan con el violín. No hay instrumentos suficientes, pero Marcelo y sus colegas Juliana Isas Bru y Pilar Orell (que comparten con él la experiencia de las orquestas Divino Niño desde hace tiempo) se las ingenian: los chicos se van turnando, y de a poco van ablandando los deditos, reconociendo el sonido de las notas, aprendiendo a presionar las cuerdas en el lugar correcto o a soplar del modo adecuado la boquilla de la flauta... No mucho tiempo después se amigan con los pentagramas.

Solidaridad

El “profe” Marcelo está emocionado. Después de mucho peregrinar está pudiendo replicar su proyecto de “parir” orquestas, que en realidad busca ayudar a que las personas se desarrollen a través de la música.

“Tenemos un lugar donde trabajar gracias a la Fundación Santa Ángela, que depende de las Hermanas de la Cruz”, cuenta. No solo el lugar hay que agradecerle a la congregación: también los instrumentos con los que ya cuentan. Y el trabajo de personas como Jésica Avellaneda (que estudia Trabajo Social y es voluntaria) y Consuelo Huellen, (administradora de la fundación), que además de ayudar durante las clases, los esperan al final de la jornada con el mate cocido y el pan calentito. Trabajan en el barrio desde hace tiempo; saben de los estragos que causan la droga y de la tragedia del trabajo infantil, y también apuestan a que la música y el amor pueden cambiar el mundo.

Ellas conocen bien a los chicos. Cuentan, por ejemplo, que Valentina no va a clases con gorro solo por el frío: “hace unos meses un caballo le pateó la cabeza. Estuvo muy grave, y aún le falta parte de un hueso del cráneo; desde que empezó con el violín, está más vivaz, más alegre...”, susurra Consuelo mientras mira a la miniviolinista con admiración.

“Y Mariela, que es su mamá, viene con ella. Juntas están aprendiendo a tocar y están orgullosas una de otra”, cuenta Jésica. También se sorprenden del cambio de Santiago, el flautista.

“No había manera de que se quedara tranquilo. Ahora la música lo apasiona y se ha vuelto disciplinado”, cuenta y mira de reojo a “Santi”, que limpia “su” flauta pieza por pieza con suavidad y esmero, y la guarda en el estuche.

Mientras tanto, entre todos han sacado las sillas al jardín y los distintos grupos ocupan su lugar. El “profe” Marcelo les da el ritmo y la orquesta comienza a sonar. Juliana y Pilar tratan de calmar a los ansiosos, que, desesperados por tocar, suelen perder el sentido de la producción grupal.

“Eso también forma parte del aprendizaje. No sólo hacen música: descubren la importancia de escucharse los unos a los otros, de trabajar en equipo, de la dedicación y el esfuerzo, del logro compartido...”, destaca Pilar. Juliana resalta los desafíos a los que se enfrentan: “uno de los más importantes es cómo inculcar disciplina sin miedo; hacer que el trabajo duro sea divertido...”, señala. Y las dos coinciden en que lo mejor que les pasa cada semana-además del hecho de que ya “suena”- es la cosecha de sonrisas y de besos de cada ensayo.

Mientras tanto, la luz se va escapando en el horizonte. Los chicos guardaron los instrumentos y se sientan a merendar. Mientras reparte pan casero preparado por otra dependencia de la fundación Santa Ángela especialmente para ellos, Marcelo reflexiona: “me pueden decir que son ilusiones mías, pero sigo convencido de que si en lugar de bolsones distribuimos cultura, el país saldrá adelante mucho más rápido y mucho mejor. Lo único que estamos haciendo es enseñarles a pescar, en lugar de darles pescado”.

Historias de música para seguir viviendo

Ramón es el casero del predio donde ensaya la orquesta Divino Niño 2. Es muy tímido y peina canas hace tiempo, pero está decidido a hacer sonar bien el violonchelo: “quiero que los jóvenes vean que es posible el cambio, que sigan el modelo”, se permite soñar Ramón (que también es el entrenador de fútbol) y cuenta que muchas cosas de su vida han cambiado: sin ir más lejos, desde hace un par de meses espera el sábado para ver por “El 10 en Concierto”, que dirige el maestro Jeff Manookian, director de la Orquesta Sinfónica de la Provincia.

“Quizás algún día podamos hacer algo así de lindo”, se permite soñar con él Mariela, la otra “grande” del grupo.

También sueña Francisco, que se encuentra con la orquesta por primera vez: un accidente horrible lo ha dejado ciego y ha vivido mucho tiempo en Buenos Aires. Hace unos días regresó a su tierra y escucha sonar los violines emocionado. “Si te gusta, también tenemos lugar para vos”, le dice el “profe” Marcelo Ruiz. Francisco lo piensa un par de segundos. “Sí, quiero intentarlo”, dice, y su mamá, que no lo tuvo cerca tantos años, afloja un par de lágrimas... La música entrelaza historias y ayuda a seguir viviendo. ¿Qué más se puede pedir?

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