No hay bicoca para Alperovich y Cano

No hay bicoca para Alperovich y Cano

Tal y como está planteado el escenario político, con oficialistas y opositores que exhiben tantas ventajas como complicaciones en sus respectivos armados, parece cantado que la batalla final por el poder no le saldrá barata a nadie

Carlos I de España tenía su atención fija puesta en el milanesado, una zona de dominio francés (…) la que creía fervientemente tener el derecho legítimo de regentar. Irremediablemente, ante este hecho, el Imperio Español entró en guerra contra el Reino de Francia cuyo objetivo era dominar toda la Península Itálica. Carlos I consiguió un potente aliado, el papa. De esta forma se creó una gran coalición (…). Con un ejército que llegó a ser de 18.000 hombres puso rumbo a Milán (…). Por su parte, las fuerzas francesas también tenían un potente aliado, Venecia, cuyas fuerzas combinadas con las galas sumaban una cifra cercana a los 25.000 combatientes de los que muchos eran mercenarios suizos, los cuales se quejaban constantemente de lo tardío en que llegaban las pagas, por lo que las deserciones comenzaron a ser un gran problema para el alto mando francés.

De “Grandes Batallas de la Historia – Batalla de Bicoca” (www.batallasdeguerra.com)

Pasaron 493 años desde aquella épica batalla, pero pocas peleas históricas entre dos imperios parecen más propicias que esta para relatar lo que sucede en el Tucumán electoral de estos días. En apenas el comienzo del relato histórico, abundan las analogías con la realidad de José Alperovich y de José Cano: monarcas convencidos de su derecho legítimo sobre algo (en 1500, un territorio; en 2015, el poder político); dos ejércitos sumando aliados (en 1500, países; en 2015, partidos o dirigentes); y fuerzas disímiles en números y en condiciones (en 1500, unos con más hombres, pero con problemas; en 2015, uno con el aparato oficial y otro con la oportunidad de cambio: ambos con inconvenientes varios).

La crónica histórica cuenta que la batalla se desataría al norte de Milán (hoy el barrio Bicocca). Próspero Colonna, al mando de la tropa española, decidiría no atacar frontalmente la formación suiza. Sabía que junto a los suyos eran los mejores del mundo. El español los aguardaría en lo alto de una loma. Los suizos avanzarían confiados en su supremacía, sin conocer que Colonna poseía un secreto que marcaría un antes y un después en el arte de la guerra: la pólvora. Cuando los alpinos comenzarían a escalar la pendiente, los españoles aprovecharían ese blanco casi inmóvil para desatar su furia de fuego y plomo sobre ellos. Colonna se alzaría con una victoria rápida y aplastante, en la que exhibiría el número de 3.000 bajas contrarias y sólo una propia, la de un soldado que moriría por la coz de una mula… De ahí que Bicocca trocara de sustantivo propio a término coloquial aceptado hoy por la Real Academia Española. Una bicoca es algo fácil, es una ganga.

Hasta el momento, Alperovich y Cano parecen estar lejos de poder exhibir una victoria de esas características. Sin embargo, ambos poseen sus aliados y los dos se sienten fuertes.

El gobernador confía en que sus años de gestión, su todavía alta imagen (de alrededor de un 60%, según encuestas oficialistas y opositoras), su aparato estatal y su red de intendentes son suficientes para que su comandante en jefe, Juan Manzur, salga victorioso.

El diputado se esperanza con que el fin de ciclo lo imponga como el cambio y en que logró una alianza política sin antecedentes en la política comarcana (sumó al muy bien posicionado Domingo Amaya, a peronistas disidentes, a partidos pequeños y medianos, al macrismo y al massismo), que -cree- lo hará vencedor.

¿Sabrán de sus debilidades y de las sorpresas que los esperan? ¿O las desconocerán como los suizos?

El miedo y la falta de remos

En la Casa de Gobierno son días aciagos. Cano siempre fue una espinilla para el oficialismo, que ya había penetrado el duro cuero de la piel alperovichista con su abultada cosecha de votos de hace dos años. Ahora se convirtió en un peligro mayor, como si fuera una pinchadura envenenada, de cuentos de hadas, que podría dejar sin vida al imperio oficialista. “El miedo se siente hasta en los pasillos”, comenta un dirigente de segunda línea que por estos días frecuenta el Palacio Gubernamental como parte de la flota electoralista. La sensación de los ocupantes del imponente edificio público no es de derrota, pero sí de que la victoria no será sencilla. De ello se habla en la mayoría de los despachos del primer piso. También se rumorean otras cuestiones. “Manzur se olvidó los remos”. La frase jocosa de un eterno aliado de Alperovich exterioriza el sentimiento de muchos oficialistas. Sienten que al vicegobernador le falta carisma y calor peronista. Reniegan de que en los actos es difícil arrancarle palabra. En la Legislatura y entre los candidatos del interior la preocupación es más profunda. “No cumple nada de lo que promete”, explica un “coronel” del Gran San Miguel. Al parecer, el vice prometería determinada ayuda para los dirigentes y luego esa colaboración no llegaría. Si ese virus de desconfianza se riega entre los peronistas, el resultado es conocido: cada uno atenderá su juego y buscará votos sólo para su distrito. Alperovich lo sabe. Por ello monitorea la pelea, reúne a los “coroneles” y les recuerda que él les dio la charretera. Si hay algo que nadie puede negarle al gobernador es que un sinnúmero de dirigentes jamás habrían ocupado un cargo público o electivo si no hubiese sido por el ex legislador radical. Alperovich cumplió con creces las promesas que les hizo a quienes lo acompañaron. “Pero Manzur no es Alperovich”, grita uno. “Es el peor candidato desde Olijela Rivas”, suma otro. “¿No estará jugando a perder para volver en cuatro años?”, exagera un tercero.

A saber: el oficialismo sigue con ventajas de cara a los comicios, pero el cacareo anticipa que hay revolución en la granja. Para colmo de males, tras la “traición” de Amaya, los propios peronistas hablan de que otros podrían saltar el cerco. Desde Yerba Buena, pasando por el Este bandeño y llegando al Sur alberdiano, arrecian las voces de tropas descontentas dispuestas a cambiar de bandera. El acto de Cano y Amaya de ayer en Alberdi abona esas teorías.

La foto y la sequía de goles

Mientras tanto, la oposición continúa con una identidad más desconocida que la de Jason Bourne, el personaje principal de la célebre zaga de filmes. La foto que hace 12 días se tomaron Cano y Amaya para sellar su alianza fue de efecto limitado. Pasaron casi 300 horas desde aquel suceso político que hizo temblar al oficialismo y esperanzar a la oposición hasta la reaparición en público de ambos ayer, en Alberdi. La ansiedad ya había dejado sin uñas a algunos armadores del team. “Cano y Amaya tienen que salir juntos, caminar de la mano, levantarse los brazos”, enumera un canista. Otro dice lo contrario. “Amaya tiene su fanfarria que lo acompaña a todos lados y marca territorio. Nos va a comer si seguimos así”, reniega.

Está claro que Cano no logra disciplinar a su tropa. Federico Romano Norri y Silvia Elías de Pérez insisten con que pelearán por la capital, aun sabiendo que ello era parte de la dote para sellar el matrimonio pero-radical. Además, la disputa por integrar la “lista oficial” del Acuerdo Cívico es feroz: radicales y viejos aliados se sacan los pelos por no perder lugares. Pese a ello, el diputado se preocupó por otros temas, como por ir a tablas con Sergio Massa (ya confirmó su apoyo) y por pulir su acuerdo con Mauricio Macri, lo que también estaría resuelto (al PRO no le interesarían espacios sensibles en las listas tucumanas, mientras Cano le sume votos para las PASO).

Por el lado del amayismo, el “Colorado” enfrenta sus propios fantasmas. Tendría decidido no competir en las PASO para limpiar su conciencia peronista: no quiere aparecer apoyando a Macri y lo que iba a ser un acuerdo con Massa parece hoy imposible. Así, persiste con su estrategia del “cuerpo a tierra” para esquivar las balas. Sus cercanos afirman que le dolieron las partidas de aliados descontentos con su unión radical, pero se ilusiona con aglutinar a los heridos que dejó el alperovichismo. Respecto de su interna, los celos con su secretario de Gobierno, Germán Alfaro, son cada vez menos privados. Ambos disputan una Guerra Fría: se atacan con “calienta orejas” que les hablan sobre quién tiene más protagonismo en los medios o sobre cuál ganó más con la alianza con Cano.

En definitiva, la carencia de goles del combinado opositor amenaza con hacer descender posiciones al equipo en la etapa final del torneo electoral.

Y allá está Colonna. Esperando impávido a los suizos. Se sabe empoderado por su sorpresiva y novedosa estrategia de batalla. Su hazaña creó una palabra que, hasta aquí, no podrá utilizarla ninguno de los líderes políticos tucumanos.

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