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El fútbol argentino sufrió uno de los cachetazos más bochornosos de su historia. El superclásico entre Boca y River se suspendió por culpa de algunos espectadores (si les cabe ese término) que les arrojaron gas pimienta a los jugadores “millonarios” cuando ingresaban al campo para disputar el segundo tiempo del partido que empataban 0 a 0.
La primera gran pregunta es por qué el árbitro Darío Herrera aguardó más de una hora para suspender el encuentro. Todo el mundo futbolero observó por televisión que los jugadores de River no estaban en condiciones de seguir jugando. Así, el mensaje nunca llega. El segundo interrogante es qué pretendieron hacer los hombres de Boca que, después de que se anunciara la suspensión del cotejo, ocuparon sus puestos para seguir el encuentro como si nada hubiera pasado.
La televisión llevó imágenes desastrosas como la espera de más de dos horas por parte de los jugadores para abandonar el campo. Se movilizaron 1.200 efectivos, pero ninguno de ellos pudo controlar ese grupo de inadaptados que pretendían agredir a los "millonarios". Espantosa fue la negativa de los hombres de Boca a acompañar a sus colegas al vestuario y mucho más patético fue descubrir a Agustín Orión saludando junto a sus compañeros a los revoltosos de las tribunas.
Todo quedará en manos de la Conmebol, que deberá definir cómo continuará esta historia. Por el bien del fútbol, el castigo debería ser ejemplar. Acá, si se quiere acabar con la violencia, lo que menos importa es si el partido se termina de jugar o no.
La primera gran pregunta es por qué el árbitro Darío Herrera aguardó más de una hora para suspender el encuentro. Todo el mundo futbolero observó por televisión que los jugadores de River no estaban en condiciones de seguir jugando. Así, el mensaje nunca llega. El segundo interrogante es qué pretendieron hacer los hombres de Boca que, después de que se anunciara la suspensión del cotejo, ocuparon sus puestos para seguir el encuentro como si nada hubiera pasado.
La televisión llevó imágenes desastrosas como la espera de más de dos horas por parte de los jugadores para abandonar el campo. Se movilizaron 1.200 efectivos, pero ninguno de ellos pudo controlar ese grupo de inadaptados que pretendían agredir a los "millonarios". Espantosa fue la negativa de los hombres de Boca a acompañar a sus colegas al vestuario y mucho más patético fue descubrir a Agustín Orión saludando junto a sus compañeros a los revoltosos de las tribunas.
Todo quedará en manos de la Conmebol, que deberá definir cómo continuará esta historia. Por el bien del fútbol, el castigo debería ser ejemplar. Acá, si se quiere acabar con la violencia, lo que menos importa es si el partido se termina de jugar o no.








