De Ardiles Gray al cabo Anastasio López

De Ardiles Gray al cabo Anastasio López

“A Mauricio le gustaría seguir”, comentan por lo bajo en las entrañas del Ente de Cultura. “Y si no, está Ricardo Salim disponible. Ya sabemos que se intercambian el puesto”, agrega con tanta ironía como certeza otro fatigador de los pasillos de San Martín al 200. El escenario, claro, corresponde al hipotético triunfo de Juan Manzur en las urnas. La presidencia del Ente es una de las tantas fichas que deberá jugar el futuro gobernador. Si Mauricio Guzman se refugiará en su amado piano a partir del 11 de diciembre o si continuará comandando las políticas públicas en el área de Cultura es una de las numerosas variables que proponen las mesas de arena preelectorales.

Como siempre, lo que sobran son nombres revoloteando. Globos de ensayo destinados a medir cómo caen en determinados ámbitos. Lo que se busca afanosamente es un Julio Ardiles Gray del siglo XXI, pero ¿quién tiene ganas de debatir el proyecto cultural del Bicentenario?

A la extensa gestión de Guzman a la cabeza del Ente la caracterizan los claroscuros. De los nueve directores que tiene a cargo, algunos necesitan varios biblioratos para condensar la memoria de lo hecho hasta aquí. A otros les sobra con una hojita A4. Hay quienes mostraron dotes de gestores culturales; hay quienes hicieron la plancha. Nada nuevo en la viña de la administración pública, con la salvedad de que los sillones que ocupan, el universo en el que se mueven, esa maravillosa posibilidad de ser motores de la producción artística, requiere generosas dosis de audacia y creatividad.

Si a José Alperovich la cultura le importó poco y nada durante los últimos 12 años, ¿qué indicios hay de que con Manzur las cosas pueden ser diferentes? Ni al candidato ni a su vice, Osvaldo Jaldo, se los escuchó opinar sobre el tema. “En Cultura, el equipo de Manzur es el equipo de Alperovich”, sostienen desde los alrededores de la fórmula. Desde ese razonamiento cuelgan las expectativas de continuidad en el Ente. Tal vez sea una expresión de deseos, tal vez el convencimiento de que para Manzur, como para Alperovich, cultura es una roca que el Sísifo de turno debe empujar lo más lejos posible.

El amayismo confía en lo que Susana Montaldo tiene para decir, operar y armar sobre el tema. A Montaldo, que fue ministra de Educación del primer alperovichismo, el municipio capitalino la ungió secretaria de Políticas Culturales. Es un paraguas amplio, bajo el que se amuchan educación y cultura. A Amaya le encantaría inaugurar el centro cultural de la ciudad en la vieja Dirección de Tránsito, en Buenos Aires primera cuadra. La obra cuesta mucha plata y los tiempos no dan, salvo para alguna lavada de cara veloz si la Nación tira una soga.

Se supone que José Cano pica con cierta ventaja en esta minicarrera, habida cuenta de su paso por la Secretaría de Extensión de la UNT. Conocimiento de la gestión cultural no puede faltarle, por más que su objetivo en el cargo haya sido la construcción de poder político. Pero Cano tampoco parece interesado en hablar de su proyecto cultural. “Todavía no hay nada concreto”, susurran desde las tiendas canistas, mientras a su alrededor se mueven personajes tan variopintos como la actriz/ex diputada Norah Castaldo y Marcelo Ruiz, director de la Orquesta Divino Niño.

El hecho es que, hasta el momento, el único candidato que convocó a una reunión abierta para discutir políticas culturales es Pablo Yedlin, ilusionado con batir a Germán Alfaro y al aspirante que Cano decida ungir en la disputa por la intendencia capitalina. A la mesa de Yedlin invitó Claudia Epstein, a la sazón escudera de Marcelo Mirkin en Extensión de la UNT. El mapa de la política se acomoda y reacomoda a toda velocidad en el Tucumán nuestro de cada día.

Geniales, Les Luthiers cuentan en una de sus obras que en el imaginario país de Feudalia la dictadura designa en el máximo cargo de Educación y Cultura (y poeta oficial) al cabo 1° Anastasio López. Pero la ficción no tiene nada que hacer frente a la realidad, y así es que Tucumán fue castigado con la designación de un capitán del Ejército (Fausto Ravetta) como secretario de Educación y Cultura entre 1976 y 1977. Es un ejemplo extremo del desprecio que puede alcanzarse por el arte, la ciencia y la filosofía de un pueblo. Los tiempos, felizmente, son otros. Pero cabe preguntarse, a semanas de las elecciones y a meses del 9 de julio de 2016, ¿existe realmente la voluntad de dar vuelta las políticas culturales como un guante para sumergirse en la apasionante aventura de la modernidad?

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